La promesa de Eme. Dani Vera
que Nando se pueda aferrar a esa persona.
—Agustín… —Me senté en el butacón, al lado de la cama. Esta conversación iba a ser larga—. La amistad no es algo que se pueda forzar. Se labra día a día, poco a poco, con pequeños detalles, adquiriendo complicidad con esa persona. Se forja perdonando los errores, aceptando los fallos de la otra persona y, pese a todo, continuar a su lado. Tengo grandes amigos. Te puedo asegurar que, cuando los necesite, estarán a mi lado como yo he estado al suyo cuando les ha hecho falta, pero no por una imposición.
—Al menos prométeme que lo vas a intentar.
—¿Por qué es tan importante para ti?
—¿Crees en la verdadera amistad entre un hombre y una mujer?
No sabía a qué venía esa pregunta, pero la respuesta era muy clara. Por supuesto que sí. Me acordé de Rebeca y su recuerdo me sacó una enorme sonrisa.
—¿Por qué no? Mi mejor amiga es una mujer y, además, era la capitana de mi escuadrón. Nuestra amistad se fortaleció con las misiones que tuvimos, a base de cubrirnos las espaldas y tener que confiar ciegamente en la otra persona. —Me quedé en silencio durante un rato. No entendía qué quería de mí—. Puedo intentar un acercamiento, ganarme la confianza de Nando y Rocío poco a poco. Te puedo prometer que intentaré estar ahí cuando me necesiten porque tú me lo has pedido. Aunque no te lo creas, me has ofrecido una vida nueva, una segunda oportunidad, y eso jamás lo olvidaré.
—Con eso me vale. —Se quedó callado y carraspeó. Presentía que no era lo único que quería.
—Dime, hay algo más, ¿verdad? —le pregunté, mientras me levantaba del butacón y metía las manos en los bolsillos del pantalón. Estaba intranquilo.
—No sé cómo pedirte esto.
—Directo, sin rodeos —contesté.
—Quiero que me prometas una última cosa. Deseo que seas su amigo, no quiero que intentes jugar con ella. Te he visto en el club…
—Club al que tú también vas —le corté—. Me parece muy hipócrita tu actitud. Sé su amigo, protégela, pero no juegues con ella. ¿No? ¿No es eso lo que me estás pidiendo? Puedes estar tranquilo, no soy un hombre que quiera ningún compromiso, aunque lo que te acabo de prometer sea la mayor responsabilidad que he adquirido en mi vida.
—Eme, no te lo tomes a mal. Siéntate —dijo, señalando el butacón—. Necesito que comprendas mi actitud.
—La entiendo, no te preocupes; no quieres que tu hija se lie con un tipo como yo. Puedo sacarle las castañas del fuego, pero no… —Me callé la boca, me empezaba a cabrear.
—Eme, tengo las mismas perversiones que tú desde que tengo uso de razón. A mí una sola mujer nunca me ha bastado. Cuando conocí a la madre de Rocío pensé que era el amor de mi vida. Y de verdad que la amaba, con todo mi corazón, pero no fue suficiente. Cuando mantenía relaciones con ella se quedaba… corto, necesitaba más. Mucho más. —Se quedó en silencio durante unos segundos, tomó varias respiraciones antes de continuar—. No sé si me comprenderás, pero para llegar al orgasmo tenía que fantasear…
—¡Vamos, Agustín! ¡No me jodas! La imaginación forma parte importante del sexo, una parte esencial, diría yo. Los juegos de pareja, siempre que sean consensuados…
—¡Pero no quiero eso para mi hija! ¿No lo entiendes? —me interrumpió de repente con un tono de voz más adusto.
—Eso debería decidirlo ella. No quiero decir que esté pensando en acostarme con tu hija, pero no deberías meterte en su vida de esa forma. —Esto no tenía ningún sentido. Rocío era una chica espectacular, simpática, independiente, fuerte… Todo lo que un hombre puede desear. «¡Joder! ¿Yo he dicho eso?».
—Mi perversión hizo sufrir mucho a mi mujer.
—¡Eso no es ninguna perversión! Es una tendencia sexual como cualquier otra. No implica maldad, no somos enfermos. ¿No lo entiendes?
—En un principio quiso probarlo y me acompañó —continuó hablando, casi sin hacerme caso—. Para mí fue la mayor prueba de amor que pudo regalarme y la amé más por ello, si es que era posible. ¡Joder! ¡Lo tenía todo! Una mujer preciosa que me acompañaba en mi aventura y que después podía rememorar esos momentos con ella en nuestra cama, un buen trabajo, un hogar... Ver cómo otro hombre la acariciaba, la besaba y la hacía suya, mientras yo se la ofrecía, era el colmo de la felicidad, el éxtasis más placentero, tocar el cielo con mis propias manos. Fui feliz hasta que me enteré de que ella no sentía lo mismo que yo… A ella le repugnaba todo ese mundo… ¡Lo hacía por mí, no porque quisiese hacerlo! Una noche, después de llegar de un club, se metió en la ducha como siempre. Me preparé una copa y fui hacia el baño. Quería hacerle el amor a mi mujer y, al entrar, lo que encontré me dejó… atónito. Lloraba desconsolada mientras se restregaba la piel con un estropajo. Su preciosa piel, completamente enrojecida mientras frotaba una y otra vez, temblando, aturdida y atormentada.
—Comprendo lo que quieres decir. Debe de ser una situación muy complicada si esa persona no comparte tus gustos.
—No. No lo entiendes. En casos como el nuestro, o somos felices nosotros o nuestras parejas. Si ellas no comparten nuestros gustos, nunca podremos serlo, uno de los dos debe renunciar y… eso no es justo… para ninguno. Tú no eres como yo. Vas allí como deshago, porque no tienes ni tiempo ni ganas de adquirir un compromiso con nadie como pareja. Llevo muchos años en este mundo y visto demasiadas cosas y sé que, aunque participes de esto, no es tu prioridad, por eso mismo te estoy pidiendo que no lo hagas con ella. Aunque la veas fuerte, en el fondo es muy vulnerable y ha sufrido mucho por amor. Temo que sea ella la que acabe equivocándose. Es una mujer muy enamoradiza y no deseo que sufra.
—¡Esta bien! —claudiqué, levantando ambas palmas de las manos—. Te prometo que cuidaré de ellos. Debes entender que, por mi educación, por mi forma de ser, por mi disciplina dentro del ejército o… por lo que tú quieras llamarlo, jamás rompo una promesa. Una promesa a un amigo es sagrada.
—Gracias. Te estoy muy agradecido.
—No me las des. Te prometo que los ayudaré en todo lo que pueda. Ahora, descansa. Yo debo marcharme.
Cuando salí del hospital, amanecía. Estaba agotado, pero no tenía ganas de acostarme, por lo que me fui del tirón al gimnasio para terminar de arreglarlo. Con los acontecimientos de los últimos días iba muy retrasado y la fecha de la inauguración se me venía encima. Pasé todo el día encerrado allí. A última hora de la tarde comenzaban los entrenamientos un grupo de policías nacionales de la brigada de homicidios y desaparecidos. Mi trabajo consistía en un entrenamiento exhaustivo de preparación física que, junto con otros especialistas, como psicólogos, psiquiatras y entrenadores de perros, formaríamos un cuerpo de élite, especializado, sobre todo, en crímenes y asesinos en serie. Sobre las siete de la tarde comenzaron a llegar mis nuevos alumnos; un total de siete policías.
Durante más de una hora, nos dedicamos a entrenar en el combate cuerpo a cuerpo. Eran policías que estaban muy bien preparados.
—¡Está bien, chicos! Gracias. La clase ha finalizado por hoy. Mañana continuaremos —dije una vez que habíamos concluido.
Los chicos comenzaron a dispersarse por el aula en grupos, hablando entre ellos.
—Pérez, ¿tenemos ya los resultados de la autopsia? —preguntó Ricardo, uno de los policías.
—Esperaba tenerlos a final de la tarde, pero terminó mi turno y el forense aún no tenía el informe —contestó Castillo, otro compañero.
—Bueno, ahora empieza el mío. Si llega el informe, te aviso —intervino Pérez.
—Gracias, te lo agradecería mucho. Este caso nos está trayendo de cabeza.
—La verdad es que sí. El cabrón se lo está montando de puta madre. No deja ni una sola pista ni huella de la que poder tirar. Sabe lo que se hace.
—Lo