La promesa de Eme. Dani Vera
serena. Fue la primera de nosotras en encontrar pareja, la primera en casarse y la primera en divorciarse cuando encontró a su marido en la cama con una compañera de trabajo.
Y yo estaba inmersa en una separación demasiado amistosa. No había traumas ni malos rollos. Todo era de común acuerdo. Nos hablábamos a través de los abogados, me pasaba su parte correspondiente, aunque no cumplía con ninguna de las visitas a Nando. Todo era muy diferente a como fue con Clara. Me fui a vivir con él apenas dos semanas después de conocernos, me pidió matrimonio al mes, me quedé embarazada a los dos meses y a los cinco, nos casamos en los juzgados. Todo fue demasiado rápido. ¡Era bastante impulsiva y loca! ¡Además de creer en los cuentos de princesas! Apenas nos conocíamos y cuando Nando llegó al mundo, los problemas se acrecentaron y Ferdinand cada vez pasaba menos tiempo en casa. Hasta que decidimos que lo nuestro no funcionaba.
—Han tomado huellas de la tienda, han hecho una relación de lo que han robado, y que, bueno, si tienen algo, me llamarán. No tenía el dinero en la tienda, pero me han robado uno de los cuadros que tenía vendido por encargo a un cliente. Lo peor ha sido el destrozo, más que el valor económico. Tengo que llamar a alguien para que cambie la puerta y voy a instalar un sistema de alarmas. ¡Mucho trabajo! ¡Y no había ningún poli buenorro! —les contesté a todas.
—¡Vaya, siempre te ocurre todo a ti, hija, parece que te ha mirado un tuerto! —me dijo entre risas Cristi—. El otro día, lo de las tuberías; hoy, el robo, ¿qué será lo siguiente?
—Por cierto, no os lo he contado —la interrumpí en un ataque de euforia—. ¡Me he apuntado a clases de defensa personal! —Eso llamó la atención de ellas; de momento, la mesa se quedó en silencio y todas las miradas recayeron sobre mí—. ¿Recordáis cuando os conté que mi vecino me ayudó el día de marras? —Me callé creando expectación y todas asintieron en silencio—. Pues bien, esta tarde fui al antiguo negocio de mi padre para apuntarme a las clases y, ¿sabéis quién estaba allí? ¡Mi vecino! Entrenaba con el saco y no tenía la camiseta puesta.
—¿Es guapo? —preguntó Clara.
—¡Madre del amor hermoso! ¡Es un adonis, un dios griego! ¡Es el tipo de hombre que te hace pensar en burradas y guarradas! ¡Cuanto más guarras, mejor!
—¿Qué guarradas, mamá? —preguntó mi hijo que había llegado a la mesa sin que yo me diese cuenta. ¡Claro, si es que Eme me nublaba la razón!
—Eh… —Me quedé en blanco sin saber qué decirle.
—¡La de no ducharse y que te apesten los pies! —respondió Vane por mí. Mi hijo frunció el ceño sin comprender nada; todas intentábamos aguantarnos la risa—. Los niños, cuando llegan a cierta edad un poco mayor que tú, no quieren ducharse y al final, les huele la pilila y los pies —le explicó muy seria. Había días que me costaba la propia vida convencerlo para que se duchase, siempre distraído con sus coches y la Nintendo.
—Yo me ducho todos los días —inquirió mi hijo, irguiendo la postura.
—¿Te has comido la merienda, cielo? —le pregunté para cambiar de tema.
—Sí, quería agua.
—Toma —le ofrecí su botellita que saqué de la mochila—. Sigue jugando un rato más.
Nando salió disparado hacia la zona infantil para jugar con el resto de los niños, y nosotras estallamos en carcajadas, ganándonos las miradas del resto de los clientes.
—¡Continúa por donde ibas! —exclamó Vane. Todas clavaron su mirada en mí.
—¡No hay más que contar! Mi vecino ahora va a ser mi entrenador; me dará clases tres días a la semana —repuse, muy digna.
—¿Me estás diciendo que tu vecino, aquel que cogió la fregona y se ofreció a limpiarte el cuarto de baño sin tener ninguna obligación, además de que está bueno de la muerte y que regenta el gimnasio de tu padre, te va a entrenar? —preguntó Vane. Mientras Clara nos miraba a una y a otra como si se tratara de un partido de tenis.
—Sí —contesté, escueta.
—¡Joder! ¡Qué suerte tienen algunas! —dijo Cristi—. Lo que tienes que hacer es tirártelo, no que te entrene. ¡Hace tanto tiempo que no follas que se te habrá regenerado el himen! —prosigue—. ¿Eso es posible? —le pregunta a Vane. Todas estallamos de nuevo en carcajadas.
—Mira, Rocío, cuando la vida te pone por delante a un mojabragas como ese, hay que aprovechar la ocasión, tirártelo, tener todos los orgasmos que puedas y a otra cosa, mariposa. A estas alturas de la vida no vamos buscando el príncipe azul y está claro que a nosotras no nos ha ido demasiado bien en los temas del amor, ni tan siquiera eligiendo pareja. Para muestra, un dedal —dijo, señalando hacia todas nosotras.
—Aún somos jóvenes, no hables como si fuésemos unos carcamales. Yo tengo la esperanza de encontrar a alguien…
—Clara, bonita, las posibilidades cada vez son más escasas —interrumpió Vane.
—Eso lo dirás por ti, que pasas más horas en el curro que en tu casa. Si no tienes vida social, así es imposible —la regañó Clara. De todas nosotras, era la más soñadora.
—Lo que vosotras digáis. Mientras, te aconsejo que te tires al vecinito y tengas unos orgasmos fabulosos. Al menos, tendrás una piel divina.
Todas estallamos en carcajadas. Así era nuestra relación, siempre con las bromas, y cuando una estaba de bajón, las amigas y las risas eran el complemento perfecto para tomar aire y continuar luchando.
Con la cháchara se me hizo tarde. Tenía que duchar a Nando, hacer los deberes, la cena y al día siguiente había cole de nuevo. Con prisas, me despedí de mis amigas y me marché a casa. Estando en el patio interior por el que se accedía a los portales, me encontré de nuevo con Eme.
—¡Buenas tardes, vecina! —saludó con una sonrisa tan radiante que podía eclipsar el sol.
—¡Hola, entrenador! —respondí lo más risueña que pude, intentaba disimular el calentón que me producía con solo verlo. Pero, claro, una vez que había visto su tableta de chocolate, me había vuelto muy golosa y tenía antojo. Me ruboricé por el camino que cogían mis pensamientos.
—Todas las mañanas salgo a correr por la playa, temprano. Estaba pensando que podrías venir conmigo como parte del entrenamiento —me propuso, mientras sacaba sus llaves del bolsillo del pantalón vaquero. ¡Estaba guapísimo! ¡Parecía recién duchado y con el pelo mojado! Suspiré.
—¡Claro, me encantaría! —contesté. Eme abrió la puerta y me dejó paso. Al cruzar por su lado, se me quedó mirando, me ruboricé y apresuré el paso para entrar en casa—. ¡Hasta mañana, Eme! —me despedí antes de cerrar la puerta de casa y quedar apoyada en ella. ¿Qué acababa de pasar? ¿Estaba ligando con mi vecino?
Capítulo cuatro
«¿Es sucio el sexo? Solo cuando se hace bien».
Woody Allen
Llevaba poco más de una semana con una rutina que me gustaba mucho. Demasiado para mi gusto. Todas las mañanas salía a correr con mi vecina a la misma hora y, cuando se retrasaba por cualquier motivo, me impacientaba. Era una mujer guapísima, de eso no había ninguna duda, pero además era simpática, siempre sonreía; se ruborizaba enseguida, era inteligente, y muy aguda en sus comentarios. Conseguía arrancarme las carcajadas como si fuera lo más normal del mundo. Me divertía mucho con ella.
Cuando salíamos a correr, me gustaba ver el movimiento de su culo con la carrera, por eso siempre me quedaba un poco rezagado. ¡Joder, cómo me ponían sus nalgas! ¡Follárselo tenía que ser una delicia! Al final, terminaba con una erección de campeonato, por lo que empecé a coger la costumbre de darme un chapuzón en el mar para que no se diese cuenta. Y masturbándome después en la ducha como un puto adolescente con las hormonas en plena ebullición. La cuestión era que no podía