La promesa de Eme. Dani Vera

La promesa de Eme - Dani Vera


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que estabas más en forma! —gritó Rocío, girando la cabeza hacia atrás para encararme—. ¡Y resulta que siempre te quedas atrás!

      —¡No quiero dejarte en ridículo! Además, voy a tu ritmo. Si me paro un poco es para que no te esfuerces demasiado. Soy tu entrenador, ¿recuerdas? —exclamé. Había sonado convincente. Hasta yo me lo había creído. Aligeré un poco la marcha para ponerme a su altura—. ¿Quieres medirte conmigo? Vamos, si llegas antes que yo, te invito a un helado.

      Aceleré un poco el ritmo, no mucho pero sí lo suficiente. Rocío esbozó una enorme sonrisa que le iluminó toda su jodida y preciosa cara y se esmeró por adelantarme.

      —¿No sabes que yo por un helado mato? Te espero en la heladería, nene.

      Y utilizó todas sus fuerzas para un spring en el que no tenía nada que hacer. Está mal que yo lo diga, pero en cuestión de ejercicio físico, estoy muy en forma. El entrenamiento diario ha formado parte de mi vida desde muy pequeño y nunca he dejado de hacerlo. Le cedí un poco de ventaja mientras volvía a recrearme en sus nalgas e imaginarlas de mil formas, con esos pantalones cortos se le marcaban más. No sabría decir si me gustaba más por delante o por detrás. Aceleré el ritmo, la adelanté un poco y comencé a correr de espaldas, todo por verle la cara sonrojada por el esfuerzo, el pelo alborotado del ejercicio y sus pechos bamboleándose delante de mí. ¡Joder, sus tetas también me ponían muy burro!

      —¿Quién es la que va a invitar ahora al helado? —pregunté, mientras le guiñaba un ojo y me daba la vuelta. Fingí un traspiés para que pudiese adelantarme de nuevo. Me gustaba este juego que me llevaba con ella—. ¡Un poco más! ¡Hasta aquella roca! Quien llegue el último invita al helado.

      Rocío se lo tomó muy en serio y aceleró más su ritmo. La verdad es que estaba más en forma de lo que en un principio imaginé. La dejé unos minutos delante hasta que estaba a punto de llegar al objetivo, así que aceleré mi ritmo, pasé por su lado, provoqué un choque, y … ¡ups! nos caímos ambos a la arena de la playa. En un movimiento ágil, la coloqué para que cayera sobre mí. Nos quedamos mirándonos, con la respiración entrecortada; ella por el esfuerzo, y yo… bueno, por el esfuerzo de contención que hacía en ese momento por no arrancarle la ropa y… ¡Joder!

      —¡Parece que estamos empatados! —dije para ahuyentar esos pensamientos de mi cabeza. Pero mi polla, la muy mamona, tenía otros planes. Y lo peor era que Rocío se había dado cuenta.

      —¡Uno contra cinco! —susurró demasiado cerca de mis labios. No comprendí qué quiso decir con eso. Arrugué el cejo y entrecerré los ojos—. A eso vas a tener que jugar después —me respondió de una manera tan sensual que mi entrepierna dio una sacudida.

      Rocío desvió su mirada hacia abajo y me guiñó un ojo. Acto seguido, intentó levantarse, aunque fui más rápido, le di la vuelta y me puse encima de ella. Nos quedamos mirando y me perdí en sus ojos color miel que reclamaban que apagase el fuego que había en ellos. Me acerqué un poco más, tanto que nuestros alientos se mezclaban. Olía a regaliz, ese rosa relleno de nata que tanto le gustaba comer.

      —No me hace falta masturbarme como un adolescente —susurré en su oído. Tampoco hacía falta que le dijera que follaba cuando me daba la gana.

      —Pues tienes que poner una solución a tu… problemilla —continuó machacándome. Sabía lo que se hacía. ¡La muy arpía!

      —¿De verdad piensas que es… un problemilla? —volví a susurrar, y con un movimiento de caderas, le clavé mi erección en el vientre haciéndole notar el alcance del… problemón.

      Me levanté de inmediato, porque si no lo paraba en ese instante, podrían detenernos por escándalo público. Rocío imitó mi gesto y también se levantó con las mejillas aún arreboladas. ¡Preciosa! Como todos los días, terminé dándome un chapuzón de agua fría. Ella me esperaba sentada en la arena. Cuando salí, me puse la camiseta y nos fuimos a la heladería. Entre risas, nos tomamos un helado. No le tocaba entrenamiento, pero yo tenía que ir para terminar con las reformas; ya quedaba poco y pretendía inaugurar en un par de semanas.

      Nos despedimos en la puerta de casa y cada uno se dirigió a su apartamento. Después de una ducha y coger la bolsa de deporte, me fui a mi local. Me había comprado una moto hacía un par de semanas. Desde que estuve en Las Vegas con Julio, me aficioné más a ellas, así era mucho más cómodo trasladarte y, sobre todo, aparcar, que en el centro era casi imposible. Y, aunque yo vivía en un pueblo colindante y el negocio estaba en un polígono, cuando iba a hacer gestiones a la ciudad o para divertirme, suponía todo un reto.

      Al llegar al callejón trasero, aparqué la moto en el mismo sitio de siempre. Abrí el portaequipaje, saqué la bolsa de deporte junto con las llaves y me di la vuelta para entrar y comenzar con el trabajo diario. Al dar un par de zancadas, tropecé con una lata de refresco que rodó por el suelo. El sonido retumbó en el silencioso callejón. Me acerqué a ella, la cogí y la llevé al contenedor de basura, que había a un lado, con la intención de tirarla.

      Al acercarme, comprobé que estaba medio abierto y algo extraño sobresalía desde dentro. Abrí con precaución para no mancharme las manos y, cuando fui a tirar la lata, me fijé en una bolsa de plástico grande que envolvía algo. Por un lateral, sobresalía pelo. Me alcé un poco para verlo mejor; pensé que sería algún animal muerto, alguien que habría atropellado a un perrito y lo había dejado allí tirado. El olor a putrefacción me alcanzó a medida que abría más el depósito de basura. No alcanzaba a ver bien, pero la bolsa tenía rastros de sangre. Había visto demasiados cadáveres en mi vida como para saberlo. Me fijé bien en el tamaño y, de repente, la cruda realidad me sobresaltó. ¡Joder! ¡Me cago en la puta! ¡Eso no podía ser un animal! ¡Demasiado grande para ser un perro! Cerré de golpe el contenedor y saqué de inmediato mi teléfono móvil. Llamé a la policía.

      —Buenos días, mi nombre es Emerson Ward. He venido a trabajar y he encontrado un cadáver en el contenedor de basura —les dije cuando descolgaron el teléfono.

      Una vez que finalicé la llamada, tardaron poco más de veinte minutos en llegar. No toqué nada, sino que me limité a sentarme en la moto y a desear tener un cigarrillo en ese momento. No fumaba desde que me marché de Las Vegas y no lo había deseado hasta ese momento. Cuando la patrulla se personó en el callejón, se llevaron varios minutos tomando fotografías del lugar, mientras yo prestaba declaración. Me dijeron que habían llamado a los inspectores para que se hicieran cargo del caso.

      Cerca de una hora después, mi impaciencia iba creciendo. Comprendía que debían hacer su trabajo, pero ¡joder!, yo también tenía que continuar con el mío. Un coche negro, con las luces policiales, apareció por allí. Una chica bastante atractiva salió de él con una seguridad y tranquilidad aplastante. Se notaba que era experta o que estaba acostumbrada, no como los primeros que llegaron, que los pobres parecían novatos.

      —Soy la inspectora Olivia Blanco —se presentó una vez que enseñó la placa y cruzó el cordón policial.

      —Emerson Ward, dueño del gimnasio —repliqué, dándole un apretón de manos.

      —Cuénteme todo lo que sepa, señor Ward.

      —Como le he dicho a sus compañeros, no sé mucho. Llegué aquí hace una hora, tropecé con una lata de refresco y, cuando la fui a tirar, encontré el cadáver. Eso es todo lo que sé. Los llamé de inmediato. Y no he tocado nada, tan solo la tapa del contenedor para abrirla —expliqué una vez más.

      —De acuerdo, señor Ward. Dígame, ¿tiene cámaras de seguridad aquí afuera? —me preguntó, mientras miraba alrededor de las vallas que cerraban el callejón y los muros exteriores de la nave.

      —Llevo poco tiempo con el negocio. De hecho, aún no está abierto al público. Estoy haciendo reformas, así que no, no tengo ni fuera de la nave, ni dentro de ella —le respondí.

      —¿Qué estuvo haciendo esta mañana? —preguntó, mientras anotaba algo en una pequeña libreta negra.

      —He corrido por la playa durante una


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