La promesa de Eme. Dani Vera

La promesa de Eme - Dani Vera


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si mentía, si no me miraba?

      —Sí. En primer lugar, mi vecina Rocío. Suelo salir a correr con ella todas las mañanas.

      —¿Apellido?

      —Eh… No lo sé —contesté con toda la sinceridad del mundo.

      —¿Va a correr todas las mañanas con ella y no sabe cómo se apellida? —preguntó, alzando una ceja; enfrentaba mi mirada con desconfianza.

      —Llevo poco tiempo instalado. No conozco apenas a nadie y no tengo tiempo libre. Trabajo a destajo para abrir el negocio en un par de semanas y empezar el nuevo proyecto. Para eso me he instalado aquí, no para socializar —repliqué un poco molesto.

      —Está bien. Entonces me dice que fue a correr con su vecina y después a tomar un helado. ¿Pagó con tarjeta o en efectivo?

      —Efectivo. El camarero puede confirmárselo. Desayuno allí todos los días. Después, la señorita Rocío y yo, nos marchamos a casa. Cada uno a la suya. Me duché y vine hacia aquí. Encontré el cadáver y llamé a la policía. Una mañana muy divertida. —Ironicé. Aunque el tiempo que estuve corriendo con Rocío sí fue agradable. Me perdí en mis pensamientos.

      —De acuerdo, señor Ward. Eso es todo. Si necesitamos saber algo más, nos pondremos en contacto.

      Dicho eso, se dio la vuelta y empezó a observar los alrededores con detenimiento. Dos chicos de uniforme sacaron el cadáver del contenedor con cuidado, y un hombre con guantes y mascarilla desenrolló la bolsa. Había otra persona haciendo fotos a todo. El de la mascarilla, que imaginé que sería el forense, comenzó a recoger muestras del pelo del cadáver y le mostraba al de las fotos algunas partes del cuerpo. Me fijé bien. Era una chica joven, de constitución delgada y el pelo muy moreno.

      Entré en el gimnasio y el resto del día lo pasé trabajando. Cuando salí al atardecer, no quedaba rastro de la policía y no parecía que hubiese pasado nada allí. No tenía ganas de encerrarme en casa, así que me dirigí hacia el club liberal. Era justo lo que necesitaba. Echar un polvo en condiciones. Desde que llegué a Almería, no había follado y la situación con Rocío no mejoraba mi estado.

      El club era bastante corriente por fuera. No se anunciaba con letreros luminosos ni tenía una gran entrada. Lo que sí ponía en la web era que aseguraban la discreción. Ese aspecto me traía sin cuidado, pero imaginé que no sería igual para todo el mundo.

      Al entrar, escuché la insinuante voz de Adele. Me fui directo a la barra y pedí un whisky. El ambiente era muy sensual, con grandes espejos y el color granate predominaba en la sala. Me senté en el taburete alto de la barra. Debía esperar una invitación de alguna pareja o una mujer para acceder a la parte interesante del local. Tras unos minutos y una copa, un par de chicas me ofrecieron entrar con ellas, aunque me pidieron estar un rato a solas en la barra, a lo que accedí de inmediato. Al entrar en la otra sala del local lo observé todo con atención. Cerca de mí, había un grupo de tres personas tomando una copa y charlando de manera animada. Uno de los hombres tenía la mano apoyada en el muslo de ella y lo acariciaba de forma suave desde la rodilla hasta la parte superior de los muslos, arrastrando la falda en su camino. El otro hombre le tocaba la mejilla y, de vez en cuando, bajaba la mano a su escote y lo recorría con sus nudillos. Ella se dejaba hacer. La imagen empezó a ponerme cachondo.

      En el otro lado de la barra estaban las dos chicas que me habían invitado, ambas con trajes bastante cortos y escotados. Estaban muy cerca la una de la otra, se hablaban al oído, se reían y rozaban sus pechos cada vez que se carcajeaban. Mis ojos no podían separase de esa imagen, me ponía muy burro ver cómo dos chicas se acariciaban los pechos, aunque fuese por encima de la ropa, como en esa ocasión.

      Le di un trago a mi bebida y seguí observando a las chicas con las que me iba a acostar esa noche. El escote del traje de la pelirroja tenía en el centro una abertura que dejaba entrever el contorno redondeado de su terso pecho, tapando apenas la aureola. Tan solo podía pensar en ir hacia allí y acariciar con mi lengua ese contorno; recrearme en la suavidad de su piel. Tenía mucha tensión sexual acumulada en la entrepierna y pensar en Rocío hacía que me estallase. Cualquier día me iba a correr encima como un auténtico colegial con tan solo mirarle el culo. Observé la pista de baile. Allí, el ambiente era sexo en estado puro. Todos sabían a lo que iban. Una pareja bailaba demasiado pegada mientras se besaban. La chica llevaba una falda holgada. Miré la escena. El hombre acariciaba sus muslos hasta llegar a las nalgas por debajo de la ropa, una vez allí, con una excitante parsimonia, la apretaba y la acercaba más a él, mientras movía la pelvis. Parecía que la estaba follando allí mismo.

      Mi erección era casi dolorosa, pero quería disfrutar más de ese tipo de espectáculo. Volví mi vista hasta el grupo de tres de mi derecha. La chica había abierto un poco más las piernas y dejaba al aire su depilado centro. Un hombre, por detrás, le acariciaba los muslos, mientras que, por delante, el otro le pasaba la mano por el clítoris, recogía sus fluidos y se los llevaba a la boca.

      Casi gemí cuando lo vi. Desvié la mirada hacia las dos chicas. Estaban más cerca, si era posible, apenas quedaba espacio entre ellas. El roce de sus pechos era más descarado, sus caras reflejaban excitación en estado puro. Una de ellas acarició el brazo de la otra, mientras se acercó un poco más y le dio un pequeño beso, apenas un roce. Sacó su lengua y le recorrió el labio inferior. A esas alturas, mi corazón latía frenético, mi polla estaba dura como una roca y apenas era capaz de respirar con normalidad. No había imagen más erótica que ver cómo dos mujeres se daban placer. Eran exquisitas. Sensuales. Me ponían tan cachondo que era capaz de llevarme toda la noche contemplándolas mientras me masturbaba y, aun así, querer más. ¡Joder! Sudaba con tan solo imaginarlo.

      La pelirroja me miró y se dio cuenta del estado en el que me encontraba; besó en el cuello a la acompañante y, con la boca, le bajó el tirante del vestido, recorriendo el hombro con su lengua. La morena echó la cabeza hacia atrás, facilitándole el acceso, y comenzó a acariciar los muslos de la pelirroja, subiendo el vestido a su paso. Una le dijo algo en el oído a la otra y ambas miraron en mi dirección. Era una clara invitación a unirme ya a su fiesta particular.

      A esas alturas, no podía aguantar más; me levanté y me fui hacia ellas. Quería alargar más el momento, alargar la noche. Las invité a una copa y pedí una segunda ronda para mí.

      No me apetecían charlas banales, tan solo pasar la noche. Me puse detrás de una de ellas, la morena con unos grandes pechos. Eso no quería decir que la otra no los tuviera. La pelirroja tenía otros atributos, como unos labios jugosos que quedarían a la perfección alrededor de mi polla y un culo fantástico que incitaba al pecado.

      Ellas continuaron con sus caricias, sus besos y sus risas mientras yo acariciaba los muslos de una y el escote de la otra. Estaban tan suaves que eran deliciosas. La pelirroja llevó mi mano hasta el coñito de la morena, provocando que ambos la tocáramos con nuestros dedos. Jadeó y ¡joder!, ¡cómo jadeó!

      Ya estábamos preparados para pasar a la siguiente fase. Necesitaba follarlas. A las dos. Les hice una señal y nos adentramos por el pasillo que daba a las salas privadas. En ese momento vi cómo Agustín salía de una de ellas. Ambos sabíamos por qué estábamos allí, así que nos limitamos a un simple saludo con la cabeza y continuar cada uno a lo suyo.

      Capítulo cinco

      «El más lento en prometer es siempre el más fiel en cumplir».

      Jean-Jacques Rousseau

      Durante horas me dejé llevar por la pasión, una explosión brutal de placer por placer, sin sentimientos, tan solo llegar al orgasmo una y otra vez de manera salvaje. Y es que ver a dos chicas cómo se comían la una a la otra mientras me follaba el culo de una de ellas y veía rebotar sus tetas delante de mis narices me ponía muy cachondo. El sexo siempre ha formado parte de mi vida, pero hasta que llegué a Las Vegas, no conocía ese mundo. Había escuchado hablar de él, aunque no lo había practicado. Allí… simplemente fluyó.

      Era más fácil que no te pidiesen nada cuando practicabas ese tipo de sexo. No se iba para encontrar el amor verdadero y era


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