La promesa de Eme. Dani Vera

La promesa de Eme - Dani Vera


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lo dieron ayer. Espero que tu pálpito sea cierto y no tengamos a dos capullos matando por ahí.

      —Pero si es así, ¿por qué en Madrid y aquí? —reflexionó Castillo.

      —Tío, no tengo ni puta idea. Pero ahora mismo lo único que me apetece es darme una ducha y meterme en la cama hasta mañana. Estoy agotado y no soy capaz de pensar en nada más.

      —Descansa. Mañana hablamos. Esperemos que ya tengamos el informe y podamos avanzar un poco en la investigación.

      No pude evitar escuchar la conversación entre los dos policías. Sabía que eran los encargados del caso de los asesinatos de las últimas semanas. Esperaba que pillaran al cabrón, ya que no se hablaba de otra cosa. Y el informe que esperaban seguro que sería de la chica que apareció muerta en el callejón de atrás. Al recordar aquel suceso, me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.

      Cuando todos se marcharon, cerré el gimnasio y me fui a casa. Estaba muy agotado. Al llegar al patio interior de los apartamentos, vi luz en la ventana de Rocío. Sopesé la idea de acercarme a su casa, pero la descarté de inmediato. No tenía ganas ni fuerzas para nada, tan solo para dormir durante al menos ocho horas seguidas. Cuando llegué a su rellano, escuché como se abría la puerta de Rocío, dejando que el perro se escapara, ladrando de nuevo.

      —No sé para qué le pones ese collar al perro —le dije a Rocío, cuando la escuché salir.

      —Para que no ladre —respondió con una sonrisa, mientras se encogía de hombros. Estaba preciosa con la melena suelta, sus ojos brillantes y manchas de pintura por la cara.

      —Pues a la vista está que no da resultados. No sé si te habrás dado cuenta, pero sigue ladrando como un condenado —le susurré al oído mientras me acercaba a ella. Noté cómo se le erizó toda la piel y se le ensanchó la sonrisa que iluminó todo su rostro.

      —He hecho algo de cenar, por si te apetece. Sé que llevas todo el día liado y estoy segura de que no habrás almorzado en condiciones. Además, Nando y yo hemos hecho tarta de manzana esta tarde. Apostaría lo que quieras a que no podrás resistirte a ella.

      ¡Joder! ¿Cómo negarme a comer un buen trozo de tarta de manzana casera? Recordé los cumpleaños de Mara y los pasteles de mi amiga Rebeca. Sonreí y, casi sin hablar, entré en su apartamento, dispuesto a llevarme mi ración. Toda la casa olía al pastel recién horneado. Casi salivaba.

      Nando estaba sentado en el sofá. Al verme, se levantó para saludarme y chocó los nudillos conmigo, la forma en la que se había acostumbrado a hacerlo. Era un crío fantástico.

      —Eme, ¿te quedas a cenar? Hemos preparado tarta de manzana —me preguntó Nando.

      —Por supuesto, colega. ¿Quién puede resistirse a un buen trozo?

      —Primero debes comerte toda la cena o mamá no dejará que la pruebes —me explicó el muy pillo.

      —Estoy seguro de que podré con la cena y el postre —respondí, mientras le guiñaba un ojo.

      —¿Te gustan las verduras? Mamá ha preparado ensalada de judías verdes. Si tú te comes muchas, quedarán menos para mí. Prefiero comerme un trozo más grande del postre —dijo bajando el tono de voz, aunque no lo consiguió demasiado, ya que Rocío se enteró y a mí me entró la risa.

      —Te he escuchado, renacuajo. Y si no te comes tu ración de ensalada, no probarás el postre. Ya lo sabes —respondió mi vecina con fingido enfado, aunque ambos aguantábamos la risa.

      La cena transcurrió distendida por las ocurrencias de Nando y los ladridos de Toby. De fondo se escuchaba la banda sonora de la película de Spiderman, de la que el niño y yo éramos fans. Cualquiera le quitaba la televisión mientras veía a su superhéroe.

      ***

      Los días pasaron sin más, casi en una bienvenida monotonía, ya que me daba tiempo de ultimar todos los arreglos de la nave. Por la noche cenaba con Rocío y Nando. Cada tarde, horneaban una tarta diferente. Nada más entrar en el portal, me llegaba el olor y jugaba a adivinar el sabor de ese día. A veces, la adornaban con dibujos. Rocío era una artista en esa materia, tenía pasión por la pintura, solía pintar cuadros para luego venderlos. Le había encargado un par de ellos para mi negocio. Ese viernes por la noche, cuando llegué del gimnasio, no olía a nada, cosa que casi me desilusionó. Al llegar al portal, vi a Rocío bajando por las escaleras. Iba vestida con unos vaqueros ajustados y una camisa amplia blanca que resaltaba el color moreno de su piel. Llevaba el pelo suelto, cuando en casa solía tenerlo recogido en un moño bastante deshecho.

      —¡Hola! —saludó, alegre.

      —¡Hola, Rocío! ¿Qué tal está tu padre hoy? —pregunté. Pensé que quizá iría a verlo al hospital, ya que aún no le habían dado el alta.

      —Bien, bastante mejor. Si sigue así, mañana podrá irse a casa.

      —Me alegro mucho. ¿Vas a verlo? —le pregunté.

      —No, hoy salgo con las chicas. Nando se ha quedado en casa de doña Rosa. Así que esta noche voy a tomarme unas copas y a bailar un rato, que falta me hace. ¿Te apuntas? —me preguntó con un brillo especial en sus bonitos ojos. Era una mujer espectacular y cada día me costaba más trabajo estar junto a ella y no abalanzarme. Estaba empezando a sentirme muy atraído por Rocío, pero tenía que alejarme en ese sentido. Menos mal que la presencia de Nando me facilitaba mucho la labor para no cometer una locura.

      —Creo que hoy descansaré.

      —Venga, no seas aguafiestas. Pareces un señor mayor, tan responsable y trabajador. De casa al trabajo y del trabajo a casa. ¡Necesitas desmelenarte un poco! —exclamó con picardía. ¡Si ella supiera! ¡Joder! ¡Me lo estaba poniendo muy difícil! Y la verdad es que llevaba ya una semana que no iba por el club. Prefería quedarme en casa con ellos dos. ¡Me cago en la puta! ¿Qué carajo me estaba pasando? Por otro lado, debía ir con ella para asegurarme de que no le pasaba nada. Al fin y al cabo, se lo había prometido a su padre.

      —Está bien. Me doy una ducha rápida y me voy con vosotras —claudiqué, pero solo por asegurarme de que volvía bien a casa. Me vino a la cabeza la conversación de los dos policías. Había un asesino en serie suelto por las calles de Almería y no podía permitir que le sucediese algo. Sin que se diese cuenta haría de escolta para ella y sus amigas.

      Con esa firme convicción, me fui a la ducha, repitiendo en mi mente una y otra vez que lo hacía por cuidar de ellas y no por querer pasar más tiempo a su lado.

      Al llegar al pub donde habíamos quedado, tres locas se abalanzaron sobre nosotros. Hablaban todas a la vez y no llegaba a entender lo que decían. ¿Por qué lo hacían tan rápido? Tras las presentaciones, nos fuimos hasta la barra para pedir algo de beber.

      —Rocío, llevabas razón en lo que decías. Creo que todas estamos de acuerdo —dijo Cristi, mientras le daba un trago a su bebida de una forma muy sensual. ¿Pretendía ligar conmigo?—. Si no lo vas a usar, me lo dices. Me viene a la mente varias formas de hacerlo.

      Rocío se rio, negando con la cabeza. No entendía nada de lo que decían. ¿Hablaban en clave?

      —Entre amigas se presta la ropa, no otra cosa. Esos asuntos son… sagrados —explicó Clara, aunque no me quedaba claro nada. Me perdía parte de la conversación. Solo podía mirar a un lado y a otro, como si estuviera en una pista de tenis.

      —Hija, solo lo digo por si ella no lo va a usar. Sería un desperdicio.

      —Cristi, cariño. Creo que debes centrarte en tu vida y dejar otros… menesteres para más adelante. Dejar de usar todos los… las cosas sin ton ni son. Que estás muy espabilada últimamente —respondió Clara. Aunque seguía sin saber a qué se referían, parecía un buen consejo.

      —¿Qué? ¡No me negareis que la prenda… es muy bonita! ¡Es una lástima dejarla en el armario sin usar! —exclamó Cristi. Y todas comenzaron a reírse. Pedí otra ronda porque, aunque


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