La promesa de Eme. Dani Vera

La promesa de Eme - Dani Vera


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      —¿Por el sol? ¿Por las playas? —le rebatí con una media sonrisa en la cara.

      —Sí, porque las playas madrileñas son mundialmente conocidas.

      No pude remediarlo y estallé en una carcajada.

      —Estaba harto de dar tumbos por el mundo sin tener un verdadero hogar al que regresar —contesté de manera enigmática.

      Luis me miró, pero no añadió nada más. Continuó removiendo su café de manera pausada, con la vista puesta al frente, pensativo. Agustín, que hasta entonces había permanecido en un segundo plano, me preguntó.

      —¿A qué te dedicas?

      —Era oficial del ejército americano. Con la edad, me jubilé, por decirlo de alguna manera.

      —¿Con la edad? ¡Si eres un pimpollo! —exclamó con una sonora carcajada que provocó que todo el bar voltease la cabeza para mirarnos.

      —No tengo edad para estar en misiones y el trabajo de oficina no va mucho conmigo. Trabajé durante tres años para una empresa de seguridad en Málaga.

      —¿No nos dijiste que acababas de llegar de Las Vegas? —preguntó Luis.

      —Estuve allí solo unos meses. Ayudando a un amigo y luego… me quedé. Ahora hago pequeños trabajos de guardaespaldas para algunos jefes de estado o personalidades relevantes. Nada que sea importante —contesté, restándole importancia al tema—. Busco un trabajo que me dé cierta seguridad, pero a la vez que sea lo suficiente interesante para que me mantenga activo, un hogar al que regresar y asentarme un poco.

      —¡Bienvenido al mundo de los españoles! Hijo, eso es lo que buscan la mayoría de nuestros jóvenes —respondió Luis.

      —Me lo imagino, pero con mi currículo espero encontrar algo a mi medida —rebatí.

      —Sabes, la esperanza es algo subjetivo. Cuando eres joven, tienes la ilusión de encontrar un trabajo, una buena mujer, un hogar, éxito… Y después, con los años, te das cuenta de que la vida consiste en ser feliz con lo que tienes. Estamos en una constante búsqueda de la felicidad, de una que no es verdadera. Anhelamos lo que no tenemos… Vemos fotos de amigos en redes que viajan por el mundo y pensamos que si nosotros hiciésemos ese viaje, también seríamos más felices. O vemos una foto de alguien comiendo en un buen restaurante, y nos imaginamos allí, cuando los verdaderos placeres de la vida están en los pequeños detalles…

      —No anhelo nada de eso. ¿Una buena mujer? ¡Ni de coña! He viajado por medio mundo, no solo por trabajo sino también por placer. No aspiro a nada de eso porque lo he tenido y lo he disfrutado al máximo. Tengo muy buenos amigos…

      —Entonces, ¿qué buscas? Todos perseguimos aquello que no tenemos —me interrumpió Luis.

      —Pues no tengo ni la menor idea. Pero, para empezar, no estaría mal tener un buen trabajo —contesté, mientras alzaba los hombros.

      —¿Y qué tipo de trabajo buscas? Porque, al parecer, ser guardaespaldas no te gusta demasiado, dejaste el ejército; la seguridad privada… tampoco es lo tuyo. Dices que buscas un hogar al que regresar, asentarte, pero no deseas un trabajo fijo en una oficina… —replicó Agustín.

      —Pues no sé. Estoy mirando ofertas para saber si alguna llama mi atención… —Esta conversación comenzaba a molestarme un poco, la verdad. ¿Qué les importaba a ellos lo que yo hiciese o dejase de hacer en mi vida? No lo comprendía.

      —¿Y qué tal se te da el trabajo de entrenador? —preguntó Agustín con una expresión en la cara que no lograba entender—. Sí, entrenador. Te lo pregunto porque como has escuchado, traspaso mi negocio, pero no quiero dejarlo en manos de cualquiera… Necesito alguien que esté muy preparado y que se implique en él para que prosiga con los nuevos proyectos…

      —Creo que no sería muy bueno… No sé.

      —No se trata solo de entrenar a los chicos. Consiste en prepararlos para lo que se tienen que enfrentar ahí fuera… Tengo clases especiales para policías nacionales, para el ejército español, para los TEDAX, para la unidad antiterrorista, para la unidad de crímenes organizados… Creo que hay alguna clase para cualquier ámbito de la policía, guardia civil o rama del ejército. Es un programa nuevo y está dando muy buenos resultados.

      —¿Y por qué traspasa el negocio? ¿Por qué no contrata a alguien que imparta las clases mientras usted se dedica a la parte administrativa? Le daría más tiempo libre, no tendría que estar tan pendiente…

      —Porque quiero disfrutar de mi jubilación y hacer lo que durante tantos años no he podido por estar trabajando como un burro —me interrumpió.

      —Déjeme que lo piense durante unos días. No es lo que tenía en mente, pero le prometo que sopesaré la idea —respondí dándole vueltas a la cabeza.

      —Piénsalo. Me quedaré aquí una semana. Necesito desconectar…

      En ese momento, Gema y su madre se unieron a nosotros, cambiamos de conversación y, entre risas, terminamos el desayuno.

      Capítulo dos

      «La gente busca la felicidad como un borracho busca su casa, sabe que existe, pero no la encuentra».

      Voltaire

      Durante la siguiente semana sopesé mucho el proyecto que me ofreció Agustín. Mantuvimos infinidad de reuniones hasta que logramos llegar a un acuerdo. Debía realizar muchas reformas en el local y no disponía de demasiado dinero para afrontarlas. La cuestión era que quería enfrentarme a ese nuevo proyecto. Lo hablé con Rebeca durante horas e incluso se ofreció a prestarme el dinero, cosa que rechacé, no por orgullo, como ella me dijo, sino porque quería sacarlo adelante sin necesidad de ayuda. Podría hacer las obras yo mismo. Era algo que se me daba bien y ahorraría en gastos.

      Diez días más tarde llegaba a Almería. Llevaba cerca de un mes y medio en España y aún no me había asentado, pero empezaba a dar los primeros pasos. Quedé con Agustín en el aeropuerto y me maravillé de lo pequeña que era la ciudad en sí. En pocos minutos llegamos a un pueblecito donde a las afueras había un polígono industrial en el que se ubicaba la nave.

      —Aquí están los vestuarios. Como verás tienen duchas nuevas. Hace un par de años que las reformé e instalé una nueva caldera con más potencia. Una chica viene todas las noches antes del cierre para limpiar. La sala de máquinas también es nueva. Las cambié todas, hará unos meses. Lo que tendrás que reformar es el tatami, es muy antiguo. Esa sala, en general, necesita nuevas colchonetas, quitar humedades, pintar las paredes… Y, en la sala que está vacía al fondo, es donde vamos a instalar la sala de prácticas de tiro, por lo que hay que insonorizarla. Tengo ya los permisos pertinentes —enumeraba Agustín, conforme hacíamos un tour por las instalaciones. No eran muchas reformas en sí, pero si quería darle un cambio de imagen, debía hacer algo más de lo que me estaba pidiendo.

      —Es muy espacioso… —añadí, mientras observaba todo con interés—. Las ventanas de arriba deberíamos cambiarlas. Son antiguas y me da la impresión de que entra bastante frío y agua por ahí.

      Me quedé callado mientras miraba la pared. Había rastros de humedad, lo que confirmaba que entraba agua. Tenía mucho trabajo por delante, pero nada que no pudiera hacer yo mismo. Durante una hora más, proseguimos mirando las instalaciones que ya estaban cerradas al público. Fuimos a su despacho donde me enseñó los libros de contabilidad, los contratos, y todos esos asuntos legales. Debía contratar un asesor para que llevase los papeles, ya que el suyo también se había jubilado. Cerramos un trato verbal allí mismo, a la espera de que el abogado redactase todo y firmar en notaría. Eso tardaría unos días.

      Como la vez anterior, también alquilé un apartamento a través de una agencia. La chica me dio las llaves en una cafetería del centro donde habíamos quedado. Era un apartamento pequeño, pero a pie de playa, con zonas perfectas para practicar el submarinismo. Además, si abría las ventanas


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