Antigüedades y nación. María Elena Bedoya Hidalgo

Antigüedades y nación - María Elena Bedoya Hidalgo


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museos y expografías de temas histórico-arqueológicos y republicanos. Este movimiento cultural en lo que fueron los dominios del Imperio español, se orientó muchas veces hacia una tensión intelectual entre hispanistas e indigenistas. En sus representaciones convirtieron su memoria moderna no solo en el anhelo de un futuro promisorio, sino también en una comunicación intencionada del olvido, ya fuera de su pasado virreinal, su ancestralidad autóctona o sus raíces africanas, o también de las derrotas infligidas por vecinos expansionistas. En su reinvención como naciones, las Américas han prohijado la ficción historiográfica, etnográfica y museográfica de su preexistencia antes de la llegada de Colón a las Antillas. Lo han hecho también mediante otras formas de representación, como han sido la novela histórica, la literatura romántica, la pintura, el teatro o la música.

      En consecuencia, la manera como han contribuido los nacionalismos culturales a subsanar la contingencia histórica de la modernidad republicana de Iberoamérica y el Caribe constituye un capítulo fundamental de su historia cultural e intelectual. Las reliquias arqueológicas, los tesoros, convertidos en colecciones de museos tejen continuidades donde solo hay un tiempo dislocado, como lo hay entre la América precolombina o virreinal y el siglo XX latinoamericano.

      Los estudios comparativos sobre la institución museística en América Latina, como el que aquí se presenta, pueden insertarse en una teoría crítica de la representación simbólica dominante. Hay un vaivén entre un lado del Atlántico (Europa occidental), donde los mismos materiales antropológicos, históricos o estéticos son referidos en los museos como “lo exótico”, “lo autóctono” o “lo primario”, y los museos de la orilla opuesta, donde “se identifican con lo propio y hasta con uno mismo”3. Esto significa que, por un lado del sistema clasificatorio del imaginario colonial está la mirada europea sobre las artes primarias, la naturaleza exuberante y la extrañeza de lo desconocido, y por el otro, la mirada americana de lo que se considera como diferente, original o propio.

      Para quienes nos ocupamos desde hace mucho tiempo de estos temas, nuestro interés consiste en comprender la expansión del museo como una transferencia cultural que recrea sus formas, horizontes y prácticas en lugares diferentes. Desde la tradición de la temprana museología angloamericana de finales del siglo XVIII, hasta el periodo de 1880-1930, los museos que provenían de la tradición ilustrada colonial se transformaron en espacios científicos del saber, escaparates de la nación republicana y dispositivos de enseñanza objetiva.

      En el momento en que esos campos visuales naturalistas, históricos y/o etnográficos/arqueológicos fueron reapropiados y transformados por una lectura local, produjeron una de las representaciones simbólicas más exitosas de la América Latina republicana. Los museos arqueológicos, históricos y etnográficos, tanto de México, como de Colombia, Ecuador y Perú, produjeron escaparates persuasivos de la modernidad poseedora de una tradición antigua, escindida o parcialmente escindida del contacto español.

      Luis Gerardo Morales Moreno Departamento de Historia Universidad Autónoma del Estado de Morelos

      Notas

      1 Edmundo O’Gorman. La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del nuevo mundo y del sentido de su devenir. Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1958.

      2 José Rabasa. De la invención de América, Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana/Fractal, México, D. F., 2009.

      3 Jesús Bustamante. “Museos, memoria y antropología a los dos lados del Atlántico. Crisis institucional, construcción nacional y memoria de la colonización”, Revista de Indias, núm. 254, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid enero-abril 2012, 15-34; y Luis Gerardo Morales, “Museología subalterna (sobre las ruinas de Moctezuma II)” en ibidem, 213-238.

      En 2008 iniciamos una investigación acerca del coleccionista, político, empresario e historiador ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño (1890-1950). En aquella ocasión tuvimos acceso al acervo personal de Jijón, el cual reposaba en los archivos del entonces Banco Central del Ecuador, hoy Ministerio de Cultura y Patrimonio. Durante varios meses pudimos revisar cartas, comunicaciones, fotografías, diarios de campo, dibujos y trabajos especializados, que nos contaban una historia de amplias dimensiones. Este coleccionista, en particular, tenía una inmensa red de contactos internacionales, compraba objetos antiguos de distinta procedencia, publicaba sus investigaciones, realizaba excavaciones y participaba activamente en congresos alrededor del mundo. Su práctica de colección y el ejercicio de una disciplina científica como la arqueología estaban ligados a un escenario transatlántico y a un espíritu colegiado local surgido a principios del siglo XX en ese país.

      Esta primera experiencia de investigación con Jijón y Caamaño en el tema nos llevó a preocuparnos por indagar en las particularidades de un coleccionismo realizado por ciertos intelectuales de los Andes y la proyección de sus legados entre 1892 y 1915. En nuestro caso, esta práctica se articulaba a la construcción del relato sobre el pasado de la nación asociado a las antigüedades “indígenas” y “patrias” y a una serie de condicionamientos surgidos en la producción de conocimiento sobre el pasado dentro de una comunidad científica transatlántica. En este sentido, es interesante anotar que a finales del siglo XIX y principios del XX, las sociedades científicas tuvieron una importancia preponderante tanto en Europa como en América Latina, y en realidad, a escala global. El trabajo de dichas sociedades científicas se visibilizó en la fundación de academias, la promoción de estudios y los circuitos de pensadores, todo un conjunto de acciones que formaron parte de una generación de intelectuales para quienes este “asociacionismo”, les posibilitó la entrada a un escenario de discusión pública, a la vez que legitimar su práctica científica desde la canalización y el control de dicha actividad.

      En este contexto histórico en particular, y tras la conmemoración del “descubrimiento” de 1892, hemos localizado el surgimiento de un común denominador: la idea del “objeto precolombino”. Esta marca impregnada en los restos antiguos de las sociedades indígenas de la región se vinculó con la construcción de un tiempo histórico definido por la llegada de Cristóbal Colón. Este fenómeno de representación del pasado transatlántico lo hemos encontrado en la labor de muchos de los actores involucrados en dicha celebración, y que, además, fueron quienes continuaron en cargos ligados a la construcción de una memoria nacional. Hacia inicios del siglo XX, vemos cómo estas antigüedades indígenas van ligándose a un tipo de asociacionismo que buscaba formalizar una práctica científica y que promovió la creación, el sostenimiento o la refundación de museos para albergar y organizar las colecciones conforme a la configuración de una temporalidad para la nación.

      El ejercicio de colección de personajes ubicados en Colombia, Ecuador y Perú y de cómo surgía una paradójica y compleja necesidad de conservación, rescate, compra, donación, valoración y estudio de antigüedades es parte del interés de análisis en el presente trabajo. Muchos de estos intelectuales locales transitaron internacionalmente en escenarios de tráfico, comercio y movilidad de vestigios, hacia la incorporación de estos a una narrativa material de la nación bajo una representación del pasado marcada por la visión de la conquista hispánica de los territorios americanos. Es importante anotar que el tránsito de siglo en los países andinos estuvo marcado por momentos de mucha agitación social, política e ideológica, por ejemplo, en el caso colombiano, el fin de la Guerra de los Mil Días (1899-1902); en el Ecuador, la Revolución Liberal hacia 1895, consolidada con la Constitución Liberal de 1906, y en Perú, después de la Guerra del Pacífico (1879-1883), a partir de 1890 y hasta 1920, cuando se desarrolló lo que algunos historiadores denominarán “República Civilista”, de un gran florecimiento económico y el periodo de oro de la clase dominante.

      Hemos localizado varios intelectuales-coleccionistas de variopinto origen: mineros, ingenieros, religiosos, lingüistas, médicos, etc. Entre ellos destacamos a los colombianos Vicente Restrepo y Ernesto Restrepo Tirado y al ecuatoriano Federico González Suárez, así como a sus pares europeos: el italiano Antonio


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