Antigüedades y nación. María Elena Bedoya Hidalgo

Antigüedades y nación - María Elena Bedoya Hidalgo


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seguirán este legado; entre ellos, los jóvenes intelectuales, como el peruano Julio Tello o el ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño, quienes serían protagonistas importantes del nacimiento y la consolidación de la arqueología en la región.

      Damos inicio a esta investigación en el ejercicio de conmemoración del cuarto centenario del “descubrimiento de América”, celebrado en 1892 en el contexto de la Exposición Histórico-Americana de Madrid. Este evento reunió a varias personalidades de la época, quienes mostraron su interés en exhibir públicamente el pasado precolombino: desde la confección de productos editoriales —como libros— para ser presentados en el contexto de la exposición, y escaparates nacionales y catálogos con fotografías hasta la donación de “tesoros”, como agradecimiento a transacciones diplomáticas realizadas en la época. Este acontecimiento, sin duda, fue un punto de referencia en la construcción de un sentido del pasado ligado a esas materialidades. Desde esta experiencia, el anclaje a la idea de lo universal, lo hispánico y civilizatorio de la conquista se confrontó a la inquietante necesidad de historiar a los pueblos antiguos, construir una alteridad e insertarlos en el relato de la nación. Hemos determinado un punto de cierre de este trabajo alrededor de 1915, cuando localizamos, para estos países, un momento de cambio importante que tiene que ver con el afianzamiento del campo científico arqueológico de manera formal y una participación, de cierta manera, más activa del Estado en sus proyectos museísticos.

      El surgimiento de una sociabilidad especializada —o en proceso de serlo— y vinculada a las disciplinas del estudio del pasado, como la arqueología o la historia, fue una marca importante a inicios del siglo XX. Academias, sociedades e institutos fueron los núcleos de producción del saber y se constituyeron en puntos neurálgicos dentro del quehacer histórico cultural de la época. Así, la Academia Nacional de Historia en Colombia fue fundada en 1902, por orden del Ministerio de Instrucción Pública. Para el caso peruano, cabe mencionar la fundación del Instituto Histórico del Perú, en 1905. En el caso ecuatoriano, se constituyó en 1909 la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, que se consolidó en 1920 como Academia Nacional de Historia. Estas sociedades fueron agentes activos en los proyectos de reestructuración de varios museos de la zona —o la proyección de ellos— y aparecieron con fuerza durante las primeras décadas del XX en la región, junto con un proceso de consolidación del estudio de disciplinas científicas como la arqueología, la antropología y la historia.

      En este contexto articulamos varias interrogantes y quisimos explorar cómo se configuraron ciertos procesos de musealización y representación de un pasado nacional. En primer lugar, fue importante determinar qué papel cumplió un tipo de sociabilidad intelectual y científica en la construcción de un imaginario nacional adscrito a la existencia de ciertas antigüedades. En segundo lugar, consideramos importante analizar cómo, desde ciertas agencias intelectuales, se representó a la nación y sus objetos precolombinos de cara a los procesos celebratorios de conmemoraciones centenarias como la de 1892, así como la promoción y el fortalecimiento de una institucionalidad cultural interesada en el desarrollo de una cultura nacional y su historia a principios de siglo. Y, finalmente, apuntamos a hurgar en la manera como fueron valorados, seleccionados, colectados, auspiciados y estudiados los objetos culturales indígenas, por ciertas prácticas de coleccionismo de carácter científico, sus complejidades y su proyección pública, promovida, a su vez, por una intelectualidad de época.

      Nuestra hipótesis central consideró que la construcción de un saber especializado sobre el pasado se configuró en torno a una primigenia y compleja sociabilidad científica —articulada a una materialidad y a unas prácticas adscritas a ella— que actuaba de manera dispar, desde diferentes intereses y necesidades, generados en ambos lados del Atlántico, durante el último cuarto del siglo XIX y principios del XX. En el caso de los países andinos, esta sociabilidad se vinculó no solo a la problemática de la configuración de los orígenes de la nación, sino a la de cómo ese pasado podría utilizarse para diversas estrategias científicas, políticodiplomáticas y pedagógicas, que podrían ser visibilizadas en un campo que se configuraba como museal. Este reconocimiento hecho hacia los objetos antiguos indígenas como fuentes originarias fue contingente a las formas como el discurso de la nación fue erigido, exhibido y negociado.

      Dentro de nuestras hipótesis complementarias, creemos que el estudio de una materialidad indígena entre los intelectuales andinos supuso un continuo escenario de negociación, tensión y disputa, desde el ámbito público y el privado. Empero, dicha escena estaba constituida por una serie de factores vinculados y vinculantes a las maneras como se construía un sentido para el pasado de los objetos. Fenómenos como el tráfico de objetos vía transatlántica, el panhispanismo y su promoción, así como los conflictos limítrofes, la situación posconflicto bélico o las confrontaciones ideológicas, fueron móviles para el uso del pasado en momentos de complejidad social, política y económica. Si bien el Estado se interesó, de cierta manera, en el rescate y la conservación de dichos bienes, también desarrolló una política aún vacilante sobre el destino de dichas antigüedades y su lugar en el discurso nacional. En este sentido, probaremos cómo la agencia intelectual y la promoción de una sociabilidad científica vinculada a la reflexión del pasado cobraron importancia entre siglos para permitir la construcción de un tipo de institucionalización cultural y establecer el estudio del pasado y su materialidad, como fuentes de la creación de un imaginario de la nación.

      Enfoque de análisis

      El debate sobre el coleccionismo se ha convertido en una de las problemáticas más discutidas en el campo de la historiografía desde múltiples perspectivas: de la historia de la ciencia a la antropología histórica y el estudio de los museos. También es ahora parte del debate internacional sobre el origen de las colecciones en los museos metropolitanos europeos frente a los procesos de colonización. Muchas de estas preocupaciones del ámbito de las políticas culturales han abierto un complejo espectro de discusión sobre el retorno o la repatriación de dichas colecciones, que han dialogado con perspectivas decoloniales y poscoloniales (De l’Etoile 2007; Laurière 2012; Savoy 2018).

      Cuando pensamos en el escenario de las prácticas del coleccionismo ingresamos a un tipo de análisis que cubre varios espectros: las instituciones culturales, las sociedades científicas y las prácticas de archivo (Daston 2012; Podgorny 2005). Históricamente, los museos han cumplido el papel de repositorios de bienes culturales, y han permitido un cierto tipo de “acceso ampliado” a sus colecciones, y aunque dichos proyectos tendrían un interés inicial en lo educativo y lo científico, su injerencia en la sociedad serviría para proponer a la población una adhesión pasiva y despolitizada de la construcción del poder (Castilla 2010, 19). Además, el museo surge como institución cultural ligada al carácter de “cultura nacional” (Chastel 1984, 420), avalada por las nociones patrimoniales en boga; muchas de ellas, construidas desde agencias particulares en contextos históricos específicos. Hablamos, pues, de toda una compleja dinámica existente detrás de la configuración de esta institucionalidad cultural.

      Ya en la primera mitad del siglo XX, en su Libro de los pasajes, el filósofo Walter Benjamin había recogido una serie de reflexiones filosóficas en torno a la figura del coleccionista y la colección, entendiendo a esta última como un sistema histórico construido. Según dicho autor, en la acción misma de coleccionar reposa una serie de convenciones; particularmente, porque al coleccionar “el objeto se libera de todas sus funciones originales” y cada cosa se “convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del paisaje, de la industria y del propietario de quien proviene” (Benjamin 2004, 223). Con esa perspectiva, el acto de coleccionar es, entonces, una forma de recordar mediante la praxis, y en este sentido, podría decirse que es un vehículo para la memoria.

      La disciplina antropológica producirá una serie de reflexiones —que ya son “clásicas”— sobre el papel de las colecciones y la construcción de los discursos. En esta línea, existen algunos aportes anglosajones importantes, vinculados a la materialidad, y de los cuales recogeremos algunas breves experiencias. En La vida social de las cosas. Perspectiva cultural de las mercancías (1991), el antropólogo Arjun Appadurai pone en consideración la importancia de la circulación de los objetos y los intercambios como formas de reciprocidad, sociabilidad y espontaneidad.


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