A tu lado. Cristina G
mi madre con una sonrisa cálida.
Saliera o no bien, mi madre creía que había que luchar por lo que uno quiere. Eso era demasiado para mí, ya que tan solo tenía sentimientos dispersos e indefinibles por Emma. La verdad era que no me la podía quitar de la cabeza, su rostro enfadado cuando se fue después de discutir y su expresión fría cuando me ha despedido. Puede que tuviera que hacer algo, sin embargo, yo no era tan valiente como mi madre.
—Me parece que yo nunca aprenderé —dije.
—Bueno, puede que una conversación os ayude. Hablando todo se soluciona.
—No es buena idea, decir lo que pensamos puede ser más malo de lo que crees.
—¿Y qué es lo que piensas?
Miré mi vaso con Coca-Cola, vi moverse las burbujas en silencio.
—Pienso que está más guapa incluso que cuando me fui.
Mierda.
Atisbé a mi madre totalmente avergonzado. ¿Acababa de decir aquello? Dios. Ella alzó ambas cejas, gratamente sorprendida.
—Digo que… pienso que ha pasado mucho tiempo y hay demasiado rencor como para ser amigos. A mí todavía me duele que me dejara… Pero también pienso que me he estado portando como un niñato, y me siento mal por no haberle agradecido antes de irme.
—Todavía estás a tiempo. Si no podéis ser amigos, al menos podéis sacaros ese peso de encima que habéis llevado durante años.
Pensé en lo que mi madre dijo y le di una y mil vueltas. No pude ni descansar un minuto e hice de todo sin entretenerme. Al día siguiente no hice nada excepto descansar por orden de mi madre. Daniel y Luke me llamaron para saber qué tal estaba y por si podíamos quedar cuando fuera a rehabilitación. Me paseé por la casa intentando ejercitar mi pierna, pero todavía era complicado. El tiempo se me hacía eterno sin poder trabajar o hacer algo de gimnasia.
Finalmente, después de pensarlo mucho, me di cuenta de que necesitaba hablar con Emma. Cuando ya había oscurecido, decidí salir de casa y coger el autobús. Todavía no podía conducir y mi madre estaba dormida, de modo que fui a la parada y cogí el bus de las ocho. En el trayecto pensé una y otra vez qué le iba a decir a Emma y cómo, pero fue inútil. Imaginé miles de conversaciones en mi mente sin estar a gusto con ninguna. De modo que tan solo le diría una cosa.
Cuando llegué de nuevo a la ciudad, me encaminé hasta mi antiguo edificio. Me resultó demasiado imponente desde fuera. Más por lo que había dentro que por mi pasado en él. Por suerte todavía tenía llaves, los chicos me hicieron guardarlas por si quería ir con libertad a verlos en cualquier momento. Abrí y subí en ascensor al tercer piso. Ni siquiera sabía si estaba en casa, y si no era así saludaría a mis amigos y me marcharía.
Caminé hasta la puerta de Emma y cogiendo aire presioné el timbre. Al minuto ella abrió la puerta y se quedó de piedra. Iba vestida con el pijama, aunque en esta ocasión no era de conejitos, sino de un tono azul pastel. Tenía el pelo despeinado, como si se hubiera levantado de la cama de sopetón. Me observó a la cara atónita, posteriormente bajó por mi cuerpo con rapidez.
—Kyle —susurró—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Es una historia muy larga —dije—. Solo quería decirte un par de cosas.
—¿Y has venido hasta aquí de noche para eso?
Asentí. Ella me miró dubitativa, quizás esperando que hablara, pero yo solo pude fijarme en sus ojos y en cómo mordía su labio inferior.
—Quería pedirte perdón por cómo me he comportado el tiempo que he estado ingresado, soy consciente de que he sido un capullo. Y, además, quería darte las gracias.
Emma parpadeó, abrumada.
—¿Por qué?
—Por cuidarme y preocuparte por mí.
—Yo… —titubeó Emma, estaba claro que sorprendida—. Todos mis pacientes sois importantes para mí.
—Igualmente gracias. Me voy —dije.
Di media vuelta, dispuesto a marcharme. Estaba satisfecho por haber dicho lo que quería y haberme quitado ese peso de encima, aunque no tanto por la respuesta de Emma.
—¡Espera! —Me giré hacia ella, que respiraba agitada—. ¿A qué viene esto? El otro día me ignorabas, y sí, fuiste un capullo. Aún no sé por qué te pusiste así. Me dijiste que te daba igual lo que hiciera, y antes cuando nos hemos despedido has sido muy frío. Así que perdóname, pero no entiendo este cambio, ¡no te entiendo!
La miré a los ojos y ella me observó cautelosa, asustada realmente de lo que pudiera decir.
—El otro día estaba enfadado.
—¿Por qué? ¡Yo no hice nada!
Noté un nudo en la garganta. Mi corazón palpitaba fuertemente.
—Porque no me hacía ni puta gracia que te fueras con otro tío —espeté.
Mierda.
Me había puesto muy nervioso y me había ido de la lengua. Había decidido decirle tan solo que lo sentía y darle las gracias, pero aquello se me estaba yendo de las manos.
Emma ni siquiera pestañeó, se quedó mirándome fijamente, muda.
—¿Qué? —siseó.
Me pasé una mano por el pelo. Ahora ya no tenía sentido ocultarlo.
—Lo que has oído. Sé que es estúpido, sé que no tiene sentido, y ni siquiera yo lo entiendo, pero eso es lo que pasó. Y dije cosas que no pensaba, como que me dabas igual.
Emma se había quedado clavada en mi mirada, intentando asimilar lo que estaba diciendo. Incluso yo estaba intentando hacerlo.
—No sé qué decir —dijo finalmente, aturdida.
—No hace falta que digas nada, ahora ya lo sabes y se acabó.
—¿Se acabó? ¿Me dices esto y ya está?
—¿Qué quieres que haga, Emma? Esto no puede ser, así que lo demás no importa. Olvida esta conversación.
Emma entristeció su mirada. No sabía qué estaba pensando, pero daría lo que fuera por averiguarlo. Sin pensar muy bien con la cabeza lo que iba a hacer, me dejé llevar, me acerqué al rostro de Emma y besé su mejilla. Su piel era tan suave y cálida como la recordaba. Al separar los labios, ella respiró débilmente a centímetros de mi cara. Miré sus labios entreabiertos y sonrosados.
No.
No puedes.
—Buenas noches, pelirroja —susurré.
Aparté la cara, di media vuelta, dejando a Emma petrificada y caminé lejos de su casa. Al final, había aceptado indirectamente que estaba sintiendo cosas por Emma de nuevo, aunque no sé si ella lo entendió de esa manera. De todas formas, eso estaba totalmente fuera de mis planes.
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