A tu lado. Cristina G
nervioso, pero su ego se veía a kilómetros, estaba segurísimo de que ella se moría por sus huesos. Maldije para mis adentros sin casi darme cuenta. Pero fue peor cuando oí cómo le pedía a Emma una cita para el día de San Valentín. Ella contestó que se lo pensaría.
Mira, Kyle, ahí tienes tu puta respuesta. Va a cenar con ese imbécil.
Di media vuelta y volví a mi habitación. No pude evitarlo, la ira me había consumido, una sensación amarga en la garganta. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba tan enfadado? Vale, Emma iba a tener una cita con otro, ¿y qué? Se supone que a mí debiera darme exactamente igual. Ella había seguido con su vida cuando me fui, lo extraño era que no tuviera novio ya. No tenía que importarme.
Sin embargo, aunque intenté meterme esa idea en la cabeza mientras daba vueltas por el cuarto, cuando Emma entró a hacer su visita, las palabras se escaparon de mi boca, y entonces el imbécil fui yo. Me sentí totalmente rechazado al verla salir enfurecida, con razón. ¿Y si ella estaba en lo cierto? ¿Y si estaba celoso? Lo único que sabía era que haberla imaginado con un chico me había revuelto las entrañas.
El doctor trajo el alta y me dijo que podía marcharme a la mañana siguiente. Mi madre me ayudó a recoger todo. Yo me cambié la ropa, al fin me pude poner unos vaqueros y una camiseta, ya extrañaba el tacto de la ropa de calle. Me peiné un poco y me eché colonia. Todo eso me hacía sentir una persona de nuevo. Me miré en el espejo y reconocí al Kyle de siempre, escayolado todavía por un tiempo, pero el mismo de antes.
Mi madre cogió una bolsa de deporte con todas mis cosas y me sonrió.
—Es hora de irse, cielo.
Asentí. Observé la habitación una última vez y salí. Estaba feliz por marcharme, pero me sentía mal por otra cosa. A pesar de que tuviera que volver cada dos días para la rehabilitación, iba a irme después de discutir con Emma y seguramente no la vería más. Eso me carcomía de una forma muy molesta. Me decidí a dejarlo pasar, y supuse que no despedirme era lo mejor. Pero cuando estábamos saliendo de la habitación ella apareció. Primero me miró avergonzada, bajó la vista y me pareció que iba a huir, pero alzó de nuevo el mentón y me observó fijamente.
—Voy a ir al coche, ¿de acuerdo? Te esperaré allí —me dijo mi madre, dándose cuenta de la situación—. Adiós, Emma, cuídate mucho, nos veremos por aquí, supongo.
Mi madre le guiñó un ojo y se marchó con mis cosas. Emma frunció el ceño mirándola después de haberle dicho adiós. Se acercó a mí y mi pulso se aceleró.
—¿A qué se refiere tu madre? —preguntó.
—Ah, que voy a tener que venir para la rehabilitación.
—Oh —respondió entre sorprendida y ¿aliviada?—. Bueno, yo solo… iba a decirte que tuvieras cuidado y eso.
De modo que Emma había venido a despedirse y yo pensaba largarme sin mirarla siquiera.
—Lo tendré, gracias —respondí.
Ella desvió la vista y colocó sus manos en los bolsillos de la bata blanca.
—Pues… ya nos veremos…
Estaba a punto de dar la vuelta cuando la detuve cogiéndola del brazo. No sé por qué lo hice, ya que mi mente estaba en blanco. Ni siquiera sabía si quería decir algo. Emma giró el rostro y clavó sus claros ojos en los míos, desconcertada. Me quedé congelado como un idiota.
—Eh… —balbuceé. La solté. Dios, estaba nervioso—. Tú también cuídate. Adiós.
Me di la vuelta deseando hacer desaparecer ese momento. ¿Tú también cuídate? ¿En serio? La cogí para algo, la cogí para pedirle perdón por haber sido un energúmeno celoso, por haber hecho su trabajo un infierno, y para darle las gracias. Pero no me sentí capaz de decir nada de eso, y me sentía como una mierda.
Mi madre me sonrió cuando llegué al coche, supongo que deseosa de que hubiéramos tenido una despedida de película, cuando no fue para nada así. Abrí la puerta del coche y me senté en el asiento del copiloto.
—¿Estás bien? —se interesó mi madre viendo la cara de besugo que traía.
—Perfectamente —mentí.
—Vaya, veo que esa despedida no ha ido bien.
—Déjalo, mamá, por favor, no estoy de humor para hablar de eso.
Mi madre suspiró medio divertida.
—Cómo os complicáis la vida los jóvenes.
Tras decir esto arrancó el coche y pusimos marcha a su casa en Pleasanton. El viaje fue en silencio, como había dicho, yo no tenía ánimos para hablar de nada y mi madre me respetó poniendo la radio. Cantó como si no estuviera en el vehículo y acabé distrayéndome, mirando por la ventana. Escuché la música de la radio y pensé en cómo echaba de menos poder bailar. Cerré los ojos e imaginé coreografías hasta que llegamos a nuestro destino.
Una vez allí, me reencontré con el inconfundible olor a mar de aquella ciudad. Vi la casa de mi madre después de mucho tiempo sin estar allí. Entramos y me sentí más tranquilo, aquello era mi hogar. Después de colocar mis cosas en mi antigua habitación, me dirigí a la cocina para beber algo. Mi madre estaba allí haciéndose una infusión.
—¿Qué tal? ¿Vas bien? —preguntó.
—Sí —contesté, sentándome en una silla de la mesa de la cocina. —Todavía duele a ratos, pero estoy mucho mejor aquí.
Mi madre me sirvió una Coca-Cola en un vaso y me lo tendió.
—¿Seguro que estás mejor aquí? Porque no te he visto muy feliz de dejar el hospital.
Podía notar el retintín en su comentario, y no estaba dispuesto a dar pie a su inocente interrogatorio.
—Eso es por cosas aparte.
—Cosas con forma de mujer —dijo mi madre, sentándose frente a mí con su humeante taza. Yo alcé una ceja—. No te pensarás que tu madre es tonta, ¿no? Puedo ver que algo ha pasado entre vosotros, pero tampoco sé qué, y deduzco que estás de mal humor porque te has tenido que despedir de ella.
—¿Por qué no te pones a trabajar de vidente y me dejas a mí, mamá? —pregunté divertido.
—Porque a mí solo me interesa la vida de mi hijo.
Bebió de su infusión y yo de mi refresco, maldiciendo la capacidad de esa mujer de notarlo todo a mi alrededor. Me pregunté si debería decirle lo que había ocurrido. Me daba muchísima vergüenza admitir que me había puesto celoso.
—Oye, ¿alguna vez has sentido algo por quien no debías? Es decir, que sabías que no era lo correcto, pero no podías evitarlo.
Mi madre sonrió, pero su rostro se llenó de nostalgia triste en un segundo.
—Pues claro, por tu padre. —Me sorprendí, no esperaba esa respuesta—. Yo era una niña de buena cuna, y él un chico normal de la calle. A tu abuelo no le gustaba nada, ya lo sabes. Me metieron en la cabeza que él no era el adecuado para mí, pero yo no podía dejar de estar enamorada.
—¿Y cómo lo solucionaste?
—Tu padre y yo intentamos convencer a tus abuelos, pero no había manera. Yo no quería decepcionarlos, mi padre siempre había sido todo para mí. Así que, tuve que demostrarles que iba en serio. Me fugué una noche y al día siguiente aparecimos casados. Ya no les quedó más remedio que aceptarlo.
Observé a mi madre, que contaba aquello como si fuese su historia preferida en el mundo. Me entristecía saber el