A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


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como mi madre dibujaba una pequeña sonrisa. Estaba seguro de que a ella le haría ilusión que Emma y yo volviéramos a mantener el contacto.

      —Entonces, ¿no crees que deberías pedirle disculpas? —cuestionó.

      Hice una mueca. Sabía que había hecho mal, pero de ahí a pedirle disculpas a Emma que, al parecer, era mi nueva archienemiga, había un trecho muy largo. No me gustaba demasiado esa idea. Suspiré, y vi como mi madre me observaba divertida. Me sentía como un niño pequeño que ha tirado del pelo a una compañera y tiene que pedir perdón. Exasperante.

      —Está bien… —concedí.

      Pero mi perfecta disculpa no fue tan bien como me habría gustado.

      Para variar, me había ido de la lengua, había dicho cosas que me tendría que haber callado, por lo visto, ya que mi interlocutora se había quedado muda. Y eso me enrabiaba, tan solo había dicho la verdad. Sí, joder, sufrí como un puto condenado mucho tiempo desde que ella me dejó. O desde que yo me fui. Supongo que el concepto de quién rompió con quién era ambiguo.

      Estaba seguro de que mis palabras le habían afectado, lo vi en su rostro y en su mirada perdida. Le habían hecho sentir algo, y eso podía ser bueno o malo. Aunque no tenía claro cuál era cuál. Podía ablandarse y volver a hablarme como una persona normal, como alguien que fue importante en mi vida, o simplemente podía levantar de nuevo sus barreras y alejarse de mí todo lo posible.

      No tardé mucho en descubrir cuál fue su decisión.

      Pasaron dos días en los que Emma ni siquiera me miró a la cara y se dedicó exclusivamente a hacer su trabajo. Acepté que era lo mejor. Empezar a sacar a la luz lo que sentimos en aquella época o cualquier cosa relacionada con eso tan solo iba a hacernos daño. Lo apropiado era ser doctora y paciente.

      En esos dos días tuve varias visitas de los chicos y de mi madre. Todo lo ocurrido también fue culpa de Eric, de modo que le pedí que se comportara con Emma, a lo que él contestó que no lo podía evitar, ya que no le gustaba nada esa chica. No tuve el valor de contarle lo que había pasado con ella esos días, no quería que me echara en cara que estaba volviendo a caer en sus redes o alguna locura parecida.

      También vino mi jefe, que me confirmó que habían demandado al establecimiento, y que seguramente me pagarían una cuantiosa indemnización. La verdad, no me venía nada mal ese dinero. Me sugirió que me quedase en la ciudad el tiempo que me hiciera falta, incluso después de recibir el alta. Tendría que recuperarme en casa e ir a rehabilitación unas semanas. Lo consideré seriamente, y la verdad, prefería mil veces quedarme con mi madre, cerca de la ciudad y volver a Nueva York totalmente recuperado. Estar allí y no poder trabajar sería un suplicio.

      Liam apareció el tercer día de estar ingresado. Me sorprendí bastante, ya ni siquiera esperaba que viniera a verme. No es que le tuviera ningún rencor, había pasado demasiado tiempo, no era una persona tan resentida. Tan solo, a una pequeña parte de mí le preocupaba que siguiera enamorado de Emma. A pesar de no tener motivo para inquietarme por eso, ya que ella y yo… en fin, ya no había nada.

      Al entrar en la habitación parecía avergonzado, avanzó con la cabeza gacha y cuando elevó la vista parecía más afligido que otra cosa.

      —Hola, Kyle —saludó.

      Procuré ser agradable.

      —Liam, cuánto tiempo, pasa —le invité.

      Él se sentó en la cama ya que yo estaba sentado en la butaca, harto de estar tumbado. Le observé unos minutos, el único cambio que había en Liam era que su barba crecía más espesa, llevaría dos días sin afeitarse, pero se notaba que tenía más cantidad. Por el resto, estaba igual, continuaba teniendo un rostro aniñado. Me miró a los ojos y sonrió.

      —¿Qué? ¿Cómo te encuentras? —preguntó.

      —Pues ya ves, hasta los huevos de estar aquí, la verdad. Echo de menos comerme unos buenos tacos.

      Liam se rio y yo me sentí aliviado de no tener una conversación tensa. No estaba el horno para bollos.

      —Te veo bien, saldrás pronto.

      —Eso espero.

      —Siento no haber venido antes. Fue un poco… complicado.

      Negué con la cabeza. ¿Por qué ponía esa expresión tan extraña?

      —No te preocupes, más vale tarde que nunca, ¿no?

      Liam miró al suelo y de pronto le recordé de pequeño, cuando había roto algo. La cantidad infame de años que hacía que le conocía me dijo que estaba a punto de decir algo importante.

      —Kyle, siento mucho lo que pasó antes de que te fueras.

      Fruncí el entrecejo y le observé confundido. Entonces entendí: Emma.

      —¿Te refieres a aquella pelea? Supongo que yo debería pedirte disculpas, te recuerdo que fui el que te pegó un puñetazo.

      Liam sonrió sin poder evitarlo y noté esa añoranza de la época en que éramos amigos. Sí, Liam se enamoró de la misma chica que yo, e hizo lo posible por arrebatármela, pero todo aquello estaba enterrado. Le odié durante un tiempo, un poco largo, pensando que aprovecharía la oportunidad de mi marcha para ir a por Emma, pensando que ella, frágil y sola, lo aceparía. Sin embargo, los chicos se encargaron de asegurarme que no fue así, aunque yo nunca lo pregunté. La relación de los tres se había roto, apenas supe de él en aquellos cinco años. Y ahora Emma no quería verme ni en pintura, de modo que, ¿qué más daba ya todo?

      —Pero yo lo inicié, y en todos estos años no he sido capaz de decírtelo. Lo siento.

      —Está olvidado.

      —Me he enterado de que Emma es tu doctora. Espero que te esté tratando bien.

      Sabía que lo diría.

      —A patadas —afirmé.

      Me pregunté si ellos dos seguirían siendo amigos, viéndose a menudo, eran vecinos así que supongo que era inevitable. Y no supe por qué esa idea no me gustó demasiado.

      —Se le pasará —murmuró Liam y yo le observé curioso.

      —¿Y tú? ¿Sales con alguien? ¿Qué ocurrió con Rachel?

      El color de su cara cambió completamente, se puso pálido y después rojo como un tomate. Guau, eso era poder sobre un hombre.

      —Lo dejamos hace mucho —contestó.

      Asentí con la cabeza. Algo me decía que eso no era del todo verdad. Quizás se veían actualmente, pero nadie lo sabía. Liam y yo conseguimos entablar una conversación casual dejando de lado los temas controvertidos. Se marchó después de una media hora.

      

      A la noche estaba tan tremendamente aburrido que pensé que treparía por las paredes o comenzaría a rodar por el suelo tan solo por diversión. Durante los últimos días me habían permitido pasear un poco en la silla de ruedas por el hospital, si no, estaba seguro de que me volvería loco. Podía caminar un poco, bueno, cojear más bien, de modo que me levanté, me puse la bata y los zapatos. No, no estaba lo que se dice sexy, pero me daba lo mismo. Fui hasta la silla de ruedas, me senté y la moví hasta fuera de la habitación. Eran como las nueve o diez de la noche, no había prácticamente nadie. Rodé y rodé hasta el ascensor ya que había tenido una idea. Una idea loca, tal como mi estado mental. Subí a la última planta y avancé con la silla hasta la azotea. Era un poco complicado con un brazo inmovilizado, pero me las apañaba bien. Mierda, había unos pocos escalones. Me encogí de hombros y pasándome totalmente por el forro las indicaciones del médico, me levanté y cojeé subiendo los escalones.

      Suerte


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