A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


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a quedar con ese auxiliar? —preguntó, y no con un tono de simple curiosidad.

      Extrañada, le miré sin responder. ¿A qué venía aquello? ¿Alguien le había dicho lo de Alex? Pensé en Daniel y deseé estrangularle.

      —¿Cómo sabes tú eso?

      Él se encogió de hombros.

      —Os escuché mientras estaba paseando antes.

      —¿Me estabas espiando?

      —Lo escuché por casualidad —respondió, molesto.

      Seguro. ¿Qué le pasaba? ¿No se supone que me estaba ignorando?

      —Pues no lo sé —contesté, altanera—. Puede que sí —mentí.

      No sé por qué dije una mentira como aquella, pero algo en el tono de voz de Kyle me impulsó a hacerlo. Estaba molesta, ¿por qué tenía que meterse en mi vida de esa forma? Yo no me metía en la suya.

      Kyle me miró fijamente.

      —Se ve a leguas que es idiota, no sé cómo piensas…

      —Pero ¿y a ti qué te importa? —salté—. Me ignoras desde lo de la azotea y ahora de repente esto. ¿Es que acaso estás celoso?

      Él me observó sorprendido.

      —¿Qué? ¿Celoso? —preguntó, incrédulo. La estupefacción de su voz me hizo sentir una estúpida.

      —Lo parece.

      —No digas tonterías. Hace mucho tiempo que no hay nada entre nosotros, Emma. No tengo motivo para estar celoso, me da igual lo que hagas. Solo tenía curiosidad, y a cualquiera le impresionaría que salgas con un tío como él.

      Sus palabras me molestaron más de lo que habría imaginado. Sentí el incómodo nudo en la boca del estómago. Era tonta, él tenía razón. ¿Cómo iba a estar celoso? Nosotros no éramos nada.

      —Saldré con quien me dé la santa gana —escupí—, pienses tú lo que pienses de él. Y como bien dices que te da igual lo que haga, no te metas donde no te llaman.

      Kyle me observó con seriedad, apretando la mandíbula. Le mandé una mirada fulminante y salí de la habitación.

      Ese imbécil. ¿Quién se había creído que era para estar dictando con quién podía quedar? Podía meterse sus consejos por donde le cupieran. Se acabó, al día siguiente le daban el alta, ignoraría lo mal que me había sentido con sus palabras y todo continuaría como si él nunca hubiese vuelto a mi vida.

       10 KYLE

      Había decidido que lo mejor era no implicarme.

      Sí, pensé que podríamos ser amigos, que Emma podría bajar sus barreras protectoras para tener una relación amena conmigo. Pero me equivoqué.

      Cuando fui consciente de que estaba sintiendo algo, no sé el qué, un retortijón en la boca del estómago, un hormigueo en el cuerpo, la sensación paralizante al mirarla a los ojos en el momento que rocé su cara, lo tuve claro. Ella estaba aterrorizada, y yo también. Debía dejarme de juegos de niños, y entender nuestra situación. Al menos yo, nunca olvidé a Emma, y eso era una putada, pues estar a su lado solo alimentaba ese sentimiento que quedó. Y por supuesto, no iba a darle más de comer, ese sentimiento tenía que morir. ¿Por qué? Porque ya era tarde, cada uno tenía su vida en una punta diferente del país, y tan solo un mínimo acercamiento nos acabaría haciendo daño cuando tuviésemos que separarnos. De ese modo, decidí apartarme de ella; ignorarla todo lo posible y actuar como si realmente no estuviera allí.

      Al día siguiente mi madre no tardó ni dos segundos en darse cuenta de que algo me ocurría, pero intenté fingir que estaba fenomenal. Sé que ella no me creyó, pero por suerte el doctor entró para anunciarme que había evolucionado favorablemente y que me darían el alta en un par de días. Aquella noticia fue un alivio, tanto por salir de ese hospital, poder ver el sol y comer pollo de verdad, como por la tranquilidad de que mi pierna iba bien. Realmente era lo que más me importaba. Aunque hubo una cosa que me carcomió el maldito cerebro y en la cual no quería ni pensar: ya no vería a Emma todos los días. Sin embargo, continué con mi plan e hice como que no me importaba los siguientes días.

      

      —¿Se puede saber qué pasa? Estás rarísimo estos días, y me rehúyes la mirada —me dijo Eric cuando vino a visitarme.

      —No me pasa nada, solo estoy harto de estar aquí y me quiero largar ya.

      No era del todo mentira, digamos que era una parte de la verdad.

      Eric me observó con recelo y cruzó los brazos sobre el pecho.

      —La doctorcita también ha tenido una cara de perro últimamente. —Su comentario captó mi atención. ¿Emma había estado mal? ¿Tendría algo que ver conmigo?—. ¿Os habéis peleado? Oh, no, ¡¿os habéis liado?!

      —¡¿Qué dices?! —salté, alarmado. Dios, solo imaginarlo hacía que me latiera el corazón como un puto loco—. Claro que no nos hemos liado, ¿cuándo? ¿Aquí encima de la cama con el gotero puesto?

      Eric sopesó mis palabras y pareció comprender que eso era imposible. Suspiré. Eso nunca iba a pasar.

      —Entonces es que os habéis peleado.

      —No. Bueno, a medias. ¿Qué más da? No estoy decaído por eso —mentí.

      —Más te vale, tío. No pienso recogerte del suelo cuando te caigas por culpa de la misma piedra.

      Si lo pensaba fríamente, él tenía razón. Acercarme a Emma era un fracaso seguro, no, segurísimo. Una estupidez como una casa de grande.

      —Tranquilo, a mí me mira con la misma cara de perro, no me tocaría ni con un palo.

      Mi compañero se rio de mi ocurrencia, feliz de que eso fuera verdad. Lo era, pero… yo no podía quitarme la picazón del cuerpo de pensar en que pudiera ocurrir algo entre nosotros. No era posible, ¿verdad? Mientras yo mantuviera mi distancia, todo estaría en orden.

      —Bueno, ¿y tú qué tal con esa doctora? ¿Ya te la has ligado? —pregunté, cambiando de tema.

      Eric había estado pesadísimo diciendo que había una doctora por el hospital que estaba buenísima. Morenaza de ojos marrones, según él. No sabía ni cómo se llamaba, y me extrañaba que todavía no se hubiera dignado a decirle algo.

      Mi amigo bufó.

      —Me manda miraditas, está claro que le intereso, pero no sé… Joder, me da vergüenza, tío, ¿te lo puedes creer?

      —No, la verdad no. Puedes fingir que te duele algo para vaya a socorrerte.

      —Cállate que me la imagino haciéndome el boca a boca ese.

      Solté un par de carcajadas. A veces envidiaba a Eric por su capacidad de decir lo que pensaba y sentía sin cortarse un pelo.

      —Invítala a cenar el día de San Valentín, es dentro de poco, ¿no?

      —Eso es jodidamente rápido. Pero… quizás tomar una copa, no se niegue.

      Me guiñó un ojo y yo sonreí. Pensé en ese día, e inconscientemente imaginé a Emma sola. ¿Qué haría ese día? ¿Habría quedado con alguien? El pensamiento me retorció el estómago. Sacudí la cabeza, tenía que mantener el orden.

      Pero todo el orden que había logrado se fue a la mierda


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