A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


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saber por qué, esas palabras tan sinceras me produjeron una sensación amarga en el pecho. Puede que el baile siempre hubiera sido lo único importante en su vida, y yo nunca entré en ese puesto, por eso le resultó fácil irse y dejarme aquí. Desvié la vista a un punto cualquiera de la habitación e intenté deshacerme de los sentimientos molestos que me invadían.

      —No te preocupes, te pondrás bien y no tendrás que dejarlo nunca —dije.

      Era lo que se debía decir, ¿no? Era lo que yo realmente pensaba. Nunca quise que Kyle dejara el baile, por eso también decidí darle vía libre para que se marchara y alentarle a ello, ya que era su sueño. Entonces, ¿por qué me sentía tan insignificante en ese momento? ¿Qué más daba que yo ya no fuera nada en su vida? Era así desde hacía mucho tiempo.

      Noté que Kyle me estaba contemplando fijamente, de modo que le mantuve la mirada. Estuve a punto de empezar a dejar salir todo lo que pensaba por mi boca, la necesidad de hacerle saber cómo me sentía y me había sentido, de gritárselo a la cara, era imperiosa. Pero conseguí mantener el control, y mantener mis labios sellados.

      —¿De verdad lo crees? —preguntó.

      —Claro. Estás progresando bien, y muy rápido.

      Kyle dibujó una pequeña sonrisa.

      —Gracias, doctora. —A pesar de todo, no pude evitar devolverle una parte de esa sonrisa, luego me maldije por ello—. Entonces, ¿estoy perdonado? —cuestionó con curiosidad.

      Me crucé de brazos e intenté cambiar de tema, ya que no quería darle oportunidad en ninguna circunstancia de que sacara a colación lo que dije sobre que me importaba.

      —Me lo pensaré cuando sepa qué le has contado a tu amiguito Eric para que me odie tanto.

      Después de decirlo no estuve muy segura de querer saber la respuesta. Kyle chasqueó la lengua.

      —Ese idiota —siseó—. Ignórale.

      —Es un poco difícil cuando es mi nuevo vecino.

      —Mierda, es verdad. No ha sido cosa mía, que conste.

      Bufé. Eso qué más daba, la cuestión era que el problema estaba allí.

      —No le dije nada malo de ti —afirmó Kyle—, simplemente… le conté lo que pasó.

      Elevé una ceja.

      —Y en tu historia seguro que yo era la mala de la película.

      Kyle me observó con seriedad y yo me estremecí de pronto.

      —Los dos fuimos el malo de esa película. —Supe de inmediato a qué quiso referirse realmente con esa frase, la culpa de todo aquello fue de los dos. ¿De verdad pensaba eso? Siempre creí que me odiaría por lo que pasó. Kyle se encogió de hombros—. Supongo que te tiene manía por lo mal que me vio pasarlo por ti tanto tiempo.

      Me quedé muda, sumergida en los ojos oscuros de Kyle que me miraron sin parpadear. Mi pulso se aceleró. No volví a saber de Kyle después de que se marchara, siempre me pregunté si habría sufrido, si me habría echado en falta o habría llorado. Ahora que él mismo me confirmaba que fue doloroso mucho tiempo, no sabía qué pensar, ni cómo tenía que reaccionar.

      —Yo… —empecé a decir.

      ¿Acaso tenía que decir que yo también sufrí? ¿Serviría de algo? Aunque, de todas formas, era el pasado. Ambos lo pasamos mal, supongo, pero eso ya había terminado. No quedaba nada de todo aquel dolor.

      Una enfermera entró de pronto y se paró en la puerta al vernos allí mirándonos como idiotas. Parpadeé y me levanté rápidamente, acomodando mi bata y cogiendo mi carpeta. No le dije nada más a Kyle y me maldije a mí misma por haber bajado por un momento mis defensas. Debía dejar de dar pie a ese tipo de conversaciones. Mordí mi labio y salí de la habitación con el corazón en un puño.

       8 KYLE

      Emma había huido de nuevo. Y a mí, algo me decía que mi disculpa no había ido tan bien como esperaba. La forma en que Emma había salido como alma que lleva el diablo de mi habitación, con la absurda excusa de que entrara una enfermera, me daba qué pensar.

      Y la culpa de todo aquello era de mi madre.

      Esa mañana había llegado a San Francisco a visitarme. Cuando entró por la puerta por poco me rompe otro hueso de lo fuerte que me abrazó.

      —¿Es que solo sabes dar disgustos a tu pobre madre? —me acusó, entre lágrimas.

      —Lo siento, mamá, pero yo no quería que ese foco me atacara.

      —¡Espero que hayáis demandado al establecimiento! No puede trabajar nadie más allí bajo esas condiciones.

      Me encogí de hombros. Entendía a mi madre, pero sabía muy bien que por mucha seguridad que se tuviera aquello eran cosas que podían pasarle a cualquiera.

      —No lo sé, el jefe ya me comentará.

      Mi madre pareció enfurruñada, y frunció los labios al tiempo que se recolocaba un mechón oscuro de su cabello. Sonreí mientras la miraba, había echado de menos ver esos gestos infantiles suyos. Después de preguntarme mil y una veces sobre mi estado, las pruebas y todo lo concerniente a mi cuerpo, además me di cuenta de que evitó hablar de mi padre, decidió sacar otro tema a relucir:

      —¿Y cómo está Emma?

      Ni siquiera me sorprendí.

      —Los chicos te lo han dicho, ¿verdad?

      Ella asintió, mirándome con cautela.

      —Luke.

      Como siempre.

      —Bueno, pues bien. Muy metida en su trabajo.

      Recordé la pequeña pelea que habíamos tenido esa misma mañana, donde le grité tantas gilipolleces. Mi madre me observó curiosa, sin esperar realmente que yo le contara algo, la conocía lo suficiente para saber que solo quería saber cómo estaba ella.

      —Seguro que es una buena doctora.

      Sus manos reconociendo mi cuerpo vinieron a mi mente. Intenté alejar esos estúpidos recuerdos.

      —Lo es —murmuré.

      Miré a mi madre. Me había estado sintiendo como una mierda desde aquello, rememorando las palabras de Emma, afirmando que todavía le importaba. Ah, qué cojones, tenía que contárselo a alguien. Necesitaba consejo maternal.

      —Mamá, antes la he cagado mucho —le dije.

      Ella me observó alarmada primero, después pareció comprender, y ladeó la cabeza.

      —¿Qué ha pasado?

      Inhalé profundamente. Me sentía avergonzado y ni siquiera había comenzado a hablar.

      —Antes ha venido a verme y… parecía triste. Estaba un poco enfadado por todo lo que me había pasado y eso me enfureció más. No sé, sentía que ella fingía tenerme lástima, como cuando aquellas niñas pijas del colegio te miraban por encima del hombro con cara de cordero degollado y decían «oh, pobrecito, lo hice sin querer», cuando te ponían la zancadilla. Y le solté muchas tonterías.

      Mi madre escuchaba atenta, sin juzgarme con la mirada.

      —¿Crees que ella es ese tipo de persona? —preguntó, con un tono muy tranquilo.

      Fruncí el ceño.

      —No. No lo sé… bueno, quién sabe. Han pasado muchos años, ya no sé ni quién es.

      —El amor que os teníais era muy fuerte —comenzó mi madre. Yo la miré a los ojos, sintiendo un pinchazo en el pecho—. No creo que pueda desaparecer


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