A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


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estaba… —Miró hacia todos lados, visiblemente nerviosa—. Comprobando tus vitales y la medicación. —Irguió sus hombros y adoptó una mirada extraña—. Pero ya he terminado.

      Sabía que iba a salir corriendo después de eso, y no iba a retenerla, hasta que, después de hacer ademán de irse, me miró de forma triste.

      —¿Cómo te encuentras? —preguntó.

      La observé receloso, y ella apartó la mirada. ¿Acaso estaba preocupada por mí? Después de cómo me había tratado toda la noche, lo dudaba.

      —No hace falta que finjas que te doy pena —solté.

      Mierda. ¿Por qué había dicho eso? Emma se giró hacia mí con una expresión totalmente confundida.

      —¿Qué has dicho?

      —Que no tienes que poner esa cara, ni hacer como que te preocupo, sentándote ahí sola con tristeza y preguntándome cómo estoy.

      Joder, era un imbécil. Estaba enfadado, enfadado con el mundo por lo que me había ocurrido, y enfadado con ella por un millón de razones que no podía ni enumerar en mi cabeza. Estaba frustrado, y sabía que lo estaba pagando con Emma, pero no me sentía capaz de parar. Ella me observó frunciendo el ceño cada vez más, aturdida y sorprendida por mis palabras. Algo extraño cruzó por su rostro, dolor mezclado con irritación.

      —Yo no estoy fingiendo nada —contestó con rabia—. No tengo por qué hacerlo.

      —Vamos, Emma. Has sido muy fría todo el tiempo, me ha quedado claro que ya no te importo, y que solo soy una molestia.

      Abrió la boca ligeramente, incrédula. Realmente, ¿de qué se sorprendía? Después de la actitud que había tenido, era imposible pensar lo contrario. Aunque era lo que yo me esperaba, y lo que me merecía, entonces, ¿por qué me sentía tan molesto?

      Emma me señaló con el dedo y lo dejó caer. Podía ver la ira ascendiendo por el rojo de su rostro.

      —¿Sabes? Eres un idiota, en eso no has cambiado —me espetó.

      —¿Qué…? —comencé a preguntar, sin saber muy bien cómo continuar, pero ella me acalló mirándome fijamente.

      —Pasase lo que pasase entre nosotros, y haya pasado el tiempo que haya pasado, no significa que ya no me importe lo que te ocurra —escupió. Yo me quedé de piedra—. Imbécil —añadió.

      Caminó enfurecida hacia la puerta y salió de la habitación pegando un portazo.

      Espera.

      Emma había dicho que todavía le importaba. Y yo la había acusado de fría y mentirosa.

      Mierda, la había cagado.

       7 EMMA

      ¿Pero qué se había creído ese idiota? No tenía ni idea de a qué había venido ese numerito, exigiéndome que no mostrara pena por él. Había osado acusarme de estar fingiendo. ¡Yo, fingiendo tristeza por Kyle! Ni siquiera ganaría algo haciendo eso, ya que no tenía la necesidad de darle a entender que me preocupaba por él. No tenía ningún sentido.

      Si había estado así simplemente fue porque me sentí culpable. Me sentí tan culpable y frustrada cuando Jase le dijo que existía la posibilidad de que no pudiera volver a bailar que no supe qué hacer, ni si debía decir algo. Bajé la vista al suelo porque no tenía el valor suficiente para mirar a Kyle a la cara. Aquel accidente lo causó mi propia madre, y Kyle cruzó la carretera porque estaba enfadado conmigo esa noche. Si para empezar yo hubiera hecho las cosas bien, todo esto no estaría pasando. No podía concebir a Kyle sin el baile. Ni tan siquiera me hacía una idea de lo mal que él lo estaría pasando, dándole vueltas a su futuro.

      Al salir de la habitación después de aquella revelación, me despedí de Jase y me fui directa a otra parte del hospital. El coraje para ver a Kyle se había desvanecido por completo, no quería mirarle a los ojos y ver esa expresión vacía que se le había quedado. Me sorprendí a mí misma preocupándome por Kyle; después de tantos años, y del rencor que le guardaba por haberse ido y haberme dejado atrás, continuaba sintiendo una extraña conexión. Una sensación inquietante que me hacía sentir afligida por lo que le ocurría. Esa parte de mí que estaba anclada en el pasado, y que no quería que Kyle sufriera.

      Cuando ya había amanecido tuve que visitar a Kyle, ya que debía darle el seguimiento a Jase antes de acabar mi turno. Primero asomé la cabeza, y le vi tumbado en la cama con los ojos cerrados. Suspiré profundamente, gracias al cielo estaba dormido. Entré con cuidado y me acerqué a un lado de la cama. Comprobé sus constantes, la medicación y sus vendajes sin que se enterara de nada, para después apuntarlo todo. Al terminar, no sé qué rayos pasó por mi cabeza, pero sentí la necesidad de sentarme un instante. Me coloqué en la butaca a su lado y observé a Kyle. Estaba plácidamente dormido, seguro las enfermeras le habían dado un buen chute de analgésicos, y aun así parecía cansado. Bajé la vista hasta la carpeta en mis manos y exhalé débilmente. Maldición, verle así no me gustaba nada.

      Pero de pronto Kyle se despertó y me dio el susto de mi vida.

      Después de la estúpida discusión que tuvimos estaba tan enfadada que no era capaz ni de pensar con claridad, suerte que mi turno terminaba en una hora. Los chicos hacía mucho que se habían marchado, y yo habría dado un brazo por que alguno me llevara a casa y no tener que coger el autobús. A esas alturas de mi vida todavía no había podido permitirme un coche, bueno, ni siquiera el carné. Los vehículos me daban demasiado miedo, y mi torpeza para cualquier actividad motora, más todavía. De todas formas, no tenía ganas de aguantar sus miradas y preguntas; por lo tanto, también esquivé a Daniel.

      Me presenté en la sala donde Jase se encontraba y le di el informe. Él lo leyó, asintió y levantó la mirada hacia mí. No sé qué debió de ver, pero un rostro lleno de vitalidad seguro que no, ya que frunció el ceño y me observó con curiosidad. Abrió la boca para hablar, pero se quedó en ese movimiento. Apartó la vista, centrándola de nuevo en la hoja.

      —Puedes irte a casa, tu turno ha terminado —dijo.

      Sentí que realmente quería decir algo más que aquello, pero por algún motivo que no podía identificar, no lo hizo. Sinceramente no me importó. Sus palabras fueron como agua en el desierto, deseaba con toda mi alma irme del hospital, había tenido suficientes emociones por esa noche.

      —Hasta mañana —murmuré, y salí de allí.

      Mi amiga Verónica no perdió un minuto en abordarme en el vestuario sobre mi reencuentro con Kyle, pero me las apañé para contestarle con evasivas y huir del hospital.

      Por poco me quedo dormida en el asiento del autobús, pero conseguí llegar a mi casa cuando eran casi las nueve y media de la mañana. Caminé como una zombi al salir del ascensor, los turnos de noche no acababan de acoplarse a mi cuerpo, y si además le sumábamos todo lo sucedido, estaba a punto de morir y tirarme al suelo como un despojo. Sin embargo, algo me hizo abrir los ojos como platos y despejar todo mi sueño.

      Observé perpleja salir a Eric de la casa de mis vecinos. Parpadeé para asegurarme de que no estaba soñando despierta y teniendo una pesadilla. Pero no, continuaba allí después de restregarme los ojos con las manos. El compañero de trabajo de Kyle, alias «Eric el estúpido», caminó hacia mí sin darse cuenta de que estaba allí, ya que se encontraba debatiéndose con la bufanda que llevaba. Cuando levantó la vista y me vio, paró en seco. Me hizo un escáner de arriba abajo para terminar en mis ojos con una expresión nada amigable.

      —Vaya, buenos días, doctora Parks —saludó, burlesco.

      Tardé en reaccionar, ya que no entendía nada de nada, pero conseguí salir de mi letargo y fruncir el ceño.

      —¿Qué haces tú aquí? —pregunté confusa.


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