A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


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una mierda? Dios, ya ni siquiera sabía qué esperarme de ese hombre. Le buscamos hasta que la desesperación me consumió, en tan solo diez minutos.

      Alterada, de pronto recordé su afición por subir a las azoteas. Recordé aquel mensaje, que años atrás, Luke me envió para encontrar a Kyle después de que Liam me besara. Como estuviera allí, pensaba mientras subía los escalones, como estuviera le iba a matar y trocear. Al llegar lo que vi hizo que se me parase el corazón por un momento: una silla de ruedas al pie de los escalones que llevaban a la azotea, y la puerta de esta abierta.

      No puede ser.

      Fue un pensamiento rápido e inconsciente, pero me pregunté si no se le habría ocurrido hacer una locura. Mi mente rememoró su rostro afligido cuando Jase le dijo que era posible que no pudiera volver a bailar. Él mismo lo había confirmado: «Bailar es lo único que sé, lo único que le da un sentido a mi vida ahora mismo». Realmente, ¿Kyle acabaría con todo por eso? ¿Terminaría con su vida por no poder bailar?

      Un amargor acudió a mi garganta tan solo de pensarlo. No podía seguir divagando, si era o no era, ¡debía hacer algo! Corrí escaleras arriba y aparté la puerta de un manotazo. Sin aliento por la prisa y el nerviosismo, me quedé mirando a Kyle de espaldas a mí, mientras él contemplaba la ciudad cerca de la reja. Tan solo estaba ahí, tranquilamente, y de pie, como si el resto no importara. Noté como la inquietud comenzaba a transformarse en ira, y explotó saliendo de mi pecho como un grito:

      —¡Kyle!

      Después de lo preocupada que había estado, después de estar buscándole hasta en la basura y llegar a pensar la peor de las peores opciones, sentirme como una mierda imaginando que Kyle podría estar sufriendo, ¡él solo estaba relajándose! Pasando un estupendo rato sin pararse a pensar en su condición física, ni en las recomendaciones del médico, ni en mí, ¡ni en nada!

      Sin embargo, acabé tumbándome en el suelo áspero y congelado de la azotea con él, sin siquiera una bufandita. ¿Cómo fue posible? Ni yo misma lo supe. Me atrajo con su locura, con su estúpido humor sarcástico que tan bien recordaba, y para colmo, me reí. Me reí a carcajada limpia, como hacía tiempo que no me reía.

      Estaba claro que cada palabra y cada acto nos iba a llevar a esa situación incómoda de su mano sobre mi rostro. Y yo, paralizada por el miedo que experimenté de estar sintiendo algo, no me moví. Pero Kyle apartó su mano, pensativo, con sus ojos oscuros clavados en mí, y yo aproveché para alejarme e intentar encender de nuevo mi cerebro.

      —Debería irme, deberíamos irnos. Tengo que trabajar y tú… descansar —dije, incorporándome.

      Kyle se levantó también, y cojeó un poco. Miré su pierna y desvié la vista, sacudiendo mi bata con las manos. Dios, era incapaz de mirarle a la cara. Estaba tan avergonzada, tan asustada, me sentía incluso tímida. No me podía creer que hubiera sentido aquello, ese retortijón en la boca del estómago, mientras le miraba a los ojos. Fuera lo que fuese, no quería saberlo, y no podía continuar.

      —Oye, lo de antes no… —empezó Kyle, parecía compungido, desvió la vista del suelo a mí—. Olvídalo. Vamos.

      Tragué saliva. La línea que dibujamos entre los dos años atrás estaba muy clara frente a mí en ese momento. Había ocurrido algo, algo extraño, pero que a ambos había conseguido hacernos sentir. ¿Por qué? ¿Por qué después de tanto tiempo? ¿Era tan solo nostalgia? No podía ser otra cosa, tenía que quedarse como un sentimiento normal después de que dos personas se reencuentren. Porque de lo contrario, era un error. Y los dos lo sabíamos.

      Caminamos hasta la entrada, y Kyle se apoyó en mí para bajar cojeando las escaleras. Una vez abajo le senté en la silla de ruedas y avancé hasta el ascensor. El viaje hacia su planta fue en completo silencio. Me sentía mal, estaba frustrada y entristecida por algún motivo. Procuraba no mirar a Kyle, pero era imposible, y hacerlo no era mejor opción porque verle con esa expresión tan fría me hacía sentir peor. Al llegar a su planta, le conduje hasta su habitación y de nuevo, cogiéndose de mi brazo, le deposité con cuidado en la cama.

      Kyle ni siquiera me miraba. Desde que llegó, siempre había sido yo la que alzaba su muralla, dejando a Kyle al otro lado. Me había alejado todo lo posible los últimos días, intentando el menor contacto posible, porque sabía, en algún rincón de mi mente, que algo así podía pasar. Sin embargo, ahora que era Kyle el que me rehuía, se había formado un maldito nudo en mi garganta.

      —¿Tienes frío? —pregunté.

      Kyle cogió un extremo de la manta e intentó subirla sobre su cuerpo con una sola mano, pero no surtía efecto. Me acerqué y terminé de estirarla, dejándole bien arropado.

      —Puedes irte, Emma, estoy bien —dijo.

      Sentí un pinchazo en el pecho.

      —Prométeme que no volverás a subir allí.

      —Lo prometo —confirmó, sin dejar de mirar a otra parte.

      —Le diré a la enfermera que venga a cambiarte el gotero. Buenas noches.

      —Igualmente.

      Bajé la mirada y me marché. Cuando salí de la habitación y cerré la puerta tras de mí, suspiré profundamente. Bueno, supongo que así tenía que ser.

      

      Al día siguiente no me sentía espectacularmente mejor. Solo había visitado una vez a Kyle y él se comportó como si hubiera entrado una mosca en la habitación, quizás peor todavía, porque a ellas se les presta atención. Lo más gracioso era que me lo merecía, eso y mucho más, ya que yo misma me había comportado de esa forma anteriormente. Aunque todavía no había logrado definir el motivo por el que Kyle me estaba ignorando, pero supongo que estaba resultando una ayuda al final: me ponía las cosas más fáciles para evitar el contacto con él.

      Cuando me disponía a irme del hospital me topé con Clare, la madre de Kyle. Maldije para mis adentros porque no existía lugar físico en el que pudiera esconderme, venía directa hacia mí. En la semana que Kyle había estado ingresado la había visto alguna vez por los pasillos, pero siempre la rehuía, tenía demasiada vergüenza de encontrarme con ella después de todo lo que pasó. Seguro que me odiaba.

      Bajé la cabeza y continué caminando, rezando en mi interior por que no me reconociera. Pero no tuve tanta suerte.

      —Emma —me llamó.

      Cuando levanté la vista me encontré con su sonrisa encantadora, y no era precisamente lo que me esperaba.

      —O doctora Parks, como te guste más —añadió.

      —No, no, Emma está bien. Llámeme como quiera —contesté, totalmente nerviosa.

      —Por fin te veo por aquí, pensaba que nunca coincidiríamos.

      Sí, qué cosas, ¿verdad?

      —Ya sabes, una no puede estar parada.

      Clare me miró a los ojos y pude entrever algo de cariño, mezclado con tristeza. Si no lo era, resultaba muy parecida.

      —¿Qué tal estás? Ha pasado mucho tiempo —preguntó.

      —Sí. Estoy bien, sigo en la misma casa, con mi trabajo de matasanos.

      Clare se rio dulcemente.

      —Espero que eso no sea cierto, confío en que cuidas bien de Kyle.

      Lo dijo sin ningún tipo de maldad, realmente poniendo la seguridad de Kyle en mis manos, pero solo el hecho de que lo nombrase hizo reaparecer el malestar.

      —Si no fuera tan cabezota, sería más fácil —bromeé, recordando su excursión a la azotea.

      —Por suerte no le


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