Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores

Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América - Gabriela Grosores


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conceptos y abstracciones y la acumulación de conocimiento. No podía haber salto en las fuerzas productivas, en los instrumentos materiales y en el dominio de la naturaleza sin un lenguaje acorde a esas operaciones sobre el mundo objetivo, lenguaje que fue desa­rrollándose junto con la producción y las relaciones sociales.

      Por su parte el lenguaje, con su función a la vez comunicati­va y significativa, desarrollada al amparo del doble vínculo de los hombres entre sí y con el ambiente, es parte de la construcción de ese mundo nuevo, en donde los hombres producen sus medios de vida, en el seno de relaciones sociales y que contiene un conjunto de ideas y representaciones que los cohesionan y regulan y que lla­mamos cultura.

      Con un origen biológicamente determinado (como comer, abri­garse, reproducirse, sobrevivir) el hecho de que la satisfacción de esas necesidades se realice a través de la creación de instrumentos, de lenguaje, de relaciones sociales, hace que esas viejas necesida­des animales adquieran nuevos contenidos y al mismo tiempo crea nuevas necesidades, de cada hombre y de todos los integrantes de la banda. Necesidades originadas en la actividad social, necesidades organizativas, estéticas, cognoscitivas, necesidades de explicarse el mundo y también las propias emociones, el miedo, la angustia, etc.

      En La Ideología Alemana, Marx y Engels develaron este punto de partida de la historia:

      “El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesi­dades, es decir, la producción de vida material misma, y no cabe duda de que éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, ne­cesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres.”

      La creación de necesidades que luego son motores de la prác­tica, se define como “el primer acto histórico” en el sentido de que no está determinado por la naturaleza o la biología sino por este desarrollo histórico-social a través del cual se produce la vida de los hombres. Las regularidades -mecanismos que rigen a esa na­turaleza sociocultural- solo se descubren en la investigación de las relaciones sociales de los hombres con la naturaleza y entre sí, que es el objeto de la ciencia de la historia.

      Junto con el lenguaje se desarrolla la conciencia, hecha posible tanto por la biología del homo sapiens como por su práctica social. La conciencia humana, que para las teorías idealistas o religiosas -el alma- sería lo fundamental que distinguiría a los hombres de los ani­males -y efectivamente es un elemento que los distingue- y el punto de partida y el motor de la historia humana, pierde su privilegio ab­soluto porque no es la conciencia separada sino el ser consciente de los propios hombres concretos, que llegan a serlo porque producen sus medios de vida e indirectamente el conjunto de su vida material-social. Los hombres son seres conscientes porque practican y en esa práctica, como el albañil pero no como la abeja, pueden representar, planificar y anticipar en su cabeza y generar nuevas prácticas.

      Nuevamente conviene volver al texto de La Ideología Alemana:

      “La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser cons­ciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real.(…)

      En el origen no está la conciencia por un lado y el hacer el hacha o cazar el bisonte por el otro; el trabajo y la conciencia están uni­dos. La división del trabajo manual e intelectual hace que un sector de la sociedad pueda concebir que puedan existir el espíritu y la conciencia separados de toda la base material que le da origen y la sostiene, porque hay un sector de la sociedad que esta divorciado del trabajo manual. En aquellas concepciones filosóficas idealis­tas, y el privilegio y la independencia acordados a la conciencia, latía el desprecio al trabajo manual y eso persiste hasta hoy. Esa es una base real, una de las causas histórico-sociales que ha dado origen y reproduce la idea tan peregrina de que se puede enfocar la conciencia separada de la práctica material de la humanidad.

      Algunas consideraciones sobre las fuerzas productivas de la sociedad y las relaciones sociales

      La vinculación de la sociedad de los hombres con la naturaleza se realiza y desarrolla a través de esas formas de adaptar la naturaleza a las necesidades de los grupos humanos que constituyen las fuerzas productivas de una sociedad. Las fuerzas productivas de la sociedad operantes sobre la naturaleza para transformarla engloban tanto los instrumentos de que dispone (desde el arco y la flecha y la obra hi­dráulica hasta las computadoras) como las capacidades humanas de crear esos instrumentos y de utilizarlos. Instrumentos y capacidades humanas, todavía muy abstractamente definidos, conforman el con­tenido de las Fuerzas Productivas de una determinada sociedad, en un determinado período histórico. En consecuencia inciden en su desarrollo la cantidad de hombres, de brazos, los modos de organi­zación en el trabajo y en el conocimiento, un conjunto de elementos que se van haciendo cada vez más complejos a lo largo de la historia.

      Ciertas concepciones filosóficas e historiográficas han reducido el contenido del desarrollo de las fuerzas productivas a la tecnolo­gía, atribuyendo un papel determinante en el plano socio-históri­co a uno u otro instrumento o técnica revolucionario, sin contem­plar el papel de los hombres y sus capacidades y habilidades. Un ejemplo de esto son las importantes escuelas historiográficas que plantean que la Conquista de América trajo el “progreso” al con­tinente al traer los instrumentos e inventos con que contaban los europeos en ese momento, sin reparar en que la Conquista destru­yó la principal fuerza productiva americana: a la mayor parte de su población y también, mediante su política represiva y su dominio colonial, la fuerza creadora de la misma y descartó miles de años de aprendizaje, transformación y adaptación en la agricultura, las artesanías y los saberes previos. A la vez, saquearon y también des­truyeron los tesoros de su cultura. ¿Cómo daría esta cuenta entre lo que trajeron, lo que se llevaron y lo que destruyeron?

      Es que cada época y cada clase social vio el aspecto del hom­bre que precisaba: Benjamín Franklin, el ideólogo de la revolución norteamericana e inventor del pararrayos definió al hombre como “homo faber”, que fabrica instrumentos. Y destacó el rol de los ins­trumentos, condicionado por la ideología de su clase, la burguesía revolucionaria, que necesitaba revolucionar la técnica y así desa­rrollar la fuerza productiva del trabajo -no porque los capitalistas sean siempre “productivistas” sino porque ello era una condición para acumular ganancias, que es el móvil del capital-.


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