Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores

Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América - Gabriela Grosores


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de la técnica, concebidas por se­parado de la acción de los hombres que las desarrollan. Es decir, no existen las condiciones objetivas por fuera de la práctica de todos los hombres que las crearon. Sin embargo, tampoco existe la práctica de esos hombres, su iniciativa y su acción, por fuera de condiciones objetivas determinadas. Los hombres hacen su historia, pero no de cualquier modo o por su mera voluntad, sino sobre la base de aque­llas condiciones objetivas dadas, que preexisten a cada individuo y a cada generación y que son el horizonte y la condición de posibilidad de su propia acción. Precisamente el centro del movimiento de la historia real, y el foco del conocimiento histórico, es la interacción entre dichas condiciones objetivas subyacentes y la práctica social transformadora de los hombres, que, incluye y supone su concien­cia y voluntad, pero es a la vez tan material y objetiva como las con­diciones, sus herramientas o sus armas.

      Carlos Marx resumió esta interacción determinante de la his­toria en un breve texto fundador del materialismo dialéctico, en polémica con el materialismo mecanicista y el idealismo:

      “[III] La teoría materialista de que los hombres son produc­to de las circunstancias y de la educación, y de que, por lo tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distin­tas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que cambian las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ejemplo, en Robert Owen).

      Homo Sapiens: Naturaleza, sociedad e historia

      El período más largo de la historia humana había sido denomi­nado prejuiciosamente por la historiografía tradicional como Pre­historia, y relegado como un campo de estudio que no compete a los historiadores sino a los antropólogos y arqueólogos. Todavía se sigue estudiando en las escuelas que la Historia comienza con la es­critura y de hecho todavía así aparece en los planes de las carreras de historia de muchas universidades del país. ¡Nótese la gravedad de esta concepción que dejaría afuera de la historia al Imperio Incaico!

      Además del privilegio absoluto que esta definición atribuye al testimonio subjetivo transmitido con la escritura para el conoci­miento histórico y de las reales o presuntas competencias disci­plinarias (historia o arqueología), se desliza en esa distinción una concepción de las sociedades “pre-históricas” como sociedades sin historia, sin cambio.

      La historia de la especie abarcó un período muy prolongado, verificado científicamente, en el cual la humanidad surge del mun­do natural como una especie biológicamente determinada. Este proceso de transformación, desde nuestros primeros ancestros primates pasando por las diversas variedades de homo hasta lle­gar al homo sapiens sapiens se conoce como hominización. Fue un largo proceso de evolución biológica de mutaciones y adapta­ciones. El propio ambiente va condicionando esas mutaciones: la visión frontal, estereoscópica, la reducción de la mandíbula y am­pliación de la caja craneana, la posición erecta que liberó las manos, todo ello vinculado a una complejidad cerebral impresionante que aún hoy no conocemos en su totalidad.

      Un rasgo propio y distintivo de la especie humana es su “in­madurez” en el momento del nacimiento y el prolongadísimo período, varios años, hasta que el cachorro humano puede va­lerse por sí mismo y por lo tanto requiere genéticamente de la sociedad para construirse como persona. Esta especie requiere del entorno social no solo para alimentarse, abrigarse, sino para aprender a ejercer funciones que aparecen como biológicamente determinadas, como por ejemplo caminar sobre sus piernas, etc. Más aún, solo en un medio social se construye su psiquismo. Es decir, sin la sociedad, un bebé recién nacido no logra por sí solo devenir persona y perece.

      En algún momento de esa historia, el ambiente va a comen­zar a ser drásticamente transformado por esta especie genética­mente social. Los antropólogos dataron en cuatro millones de años la antigüedad de Lucy, un esqueleto hallado en África: 4 millones. Un millón novecientos mil años tienen los restos de los homo habilis, que ya pudieron ser estudiados con los úti­les que fabricaban. Estos útiles no eran otra cosa, al principio, que una piedra con forma apropiada apenas modificada por un golpe. Luego de miles de años, se producen saltos a un material lítico enteramente tallado por los homo sapiens hasta llegar por ejemplo a las puntas de lanza magdalenienses en el 15.000 A.C., que son de una gran sofisticación. Este proceso evidencia ya la planificación anticipada de la acción que también es un rasgo exclusivo de la especie.

      En suma, todos los cambios experimentados por la humanidad a partir de entonces no son ya cambios determinados por los pro­cesos de la biología, aunque son posibles y parten de la configura­ción de su naturaleza. Surge una nueva dimensión, un nuevo tipo de movimiento con una nueva legalidad inherente, ya no natural sino social: lo que llamamos historia. Una segunda naturaleza so­cio-cultural que se transmite, reproduce y cambia no por los genes sino por el aprendizaje y mecanismos específicamente sociales, una segunda naturaleza que surge de su biología y la conserva pero la engloba y subordina.

      La actividad específica del homo sapiens es la producción de sus medios de vida. Para sobrevivir y satisfacer sus necesidades, debe producir sus medios de vida y, al hacerlo, produce su propia vida material. ¿Qué quiere decir que produce su propia vida ma­terial? Que se autoproduce como especie, como hombres y en el mismo movimiento, como sociedad. No solo en el sentido de la re­producción, sino que, para sobrevivir, la práctica transformadora de la naturaleza genera y sostiene algo nuevo, no determinado solo por la biología, sino por los procesos de aprendizaje y creación: la sociedad humana y su historia.

      Esta autoproducción de la especie fue conceptualizada por Marx y Engels en un texto temprano, “La Ideología Alemana”


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