Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores

Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América - Gabriela Grosores


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la dura lucha por sobrevivir buscando frutos, bisontes o guanacos, hasta la enorme abundancia de produc­tos suficiente para satisfacer dignamente las necesidades de toda la humanidad, y su contracara de hambre y miseria, con un quinto de la población mundial -mil millones de personas- que vive en la po­breza absoluta, con menos de un dólar por día. ¿Cómo explicar este proceso, un proceso universal y de múltiples procesos específicos? Éste es el objeto más general de la historia como ciencia y el marco de sus indagaciones particulares.

      La historia científica, por otra parte, y fundamentalmente, atiende al movimiento, al cambio, a los procesos tendenciales y contradictorios, de largas acumulaciones cuantitativas y de rup­turas o saltos cualitativos, al devenir de ese “todo social” y de sus diversos fenómenos y aspectos. Se trata de estudiar el modo en que la regularidad y repetición abren paso a la ruptura y lo inédito, a cómo lo viejo engendra y da lugar a lo nuevo, cómo lo nuevo surge de lo viejo y lo niega y supera. Esto hace a la esencia de la histori­cidad, tanto de la sociedad -la Historia- como de la naturaleza, del psiquismo y de todos los fenómenos en general.

      La totalidad y el devenir se remiten recíprocamente. No hay so­ciedad sin movimiento y cambio, aun milenario, y a su vez es en ese movimiento como se manifiesta la relación entre las diversas dimensiones determinantes de la sociedad, se realiza aquella tota­lidad, síntesis de múltiples determinaciones.

      En la concepción expuesta de la Historia Social, lo “social” no es un mero recorte, un residuo que resultaría luego de extraer del objeto “lo económico”, “lo político” y “lo cultural”. Por el contrario, lo “social” remite al encuentro de las diferentes dimensiones y los elementos más determinantes de toda historia, porque lo “social” alude a las relaciones sociales, las relaciones entre las personas en el seno de la sociedad.

      Pero ese hombre “natural”, al margen de sus relaciones sociales no existió ni existe.

      Todas las personas son producidas en el seno de determinada sociedad, de determinadas relaciones sociales y a la vez son produc­toras de las mismas. Siempre existieron los hombres y sus relaciones, simultáneamente. Relaciones en la producción, en el trabajo, en la obtención de los medios de vida para sobrevivir y en la reproducción de la vida, relaciones en otras esferas de la vida social: en la política, en la dominación y la lucha contra esa dominación; relaciones en las prácticas culturales. Todas éstas son relaciones sociales o instan­cias de las mismas. Pero al mismo tiempo las relaciones sociales se desenvuelven, en el seno de una unidad mayor, articuladas con los vínculos de la sociedad, de los hombres con la naturaleza, de la cual emergieron y a la cual, para sobrevivir, transforman con su trabajo.

      Esas relaciones sociales hacen a la naturaleza humana y a su historia. A pesar de la obvia importancia de conocer a la huma­nidad en su naturaleza y su historia, de que nos conozcamos en nuestro pasado, presente y en los futuros posibles, esta perspectiva de la historia de las relaciones sociales está aún en gran parte por hacerse, frente a otras concepciones de la historia, ampliamente dominantes durante largo tiempo como la historia protagonizada por los grandes hombres, los líderes o las “élites”; historias de las ideas y de la cultura separadas de quienes las producen y encarnan; historias del mero desarrollo de las técnicas, separado de las rela­ciones sociales en el seno de las cuales son inventadas y utilizadas; o las más tradicionales historias de las relaciones entre pueblos, a través de la guerra o del intercambio, sin abordar las relaciones y los conflictos sociales en el interior de cada pueblo.

      En la escritura de la historia, lo que llamamos historiografía, las relaciones sociales muchas veces quedan ocultas como quedan ocul­tas en las propias representaciones de la sociedad capitalista. Aunque se ha desarrollado durante el siglo XX una historiografía crítica, sobre todo al infl ujo del marxismo, que puso su foco en las relaciones so­ciales y su fundamental importancia, periódicamente su abordaje es escamoteado, despreciado o separado de los temas de otras historias.

      En otras palabras, nos proponemos pensar sociológicamente la historia, pues la sociedad humana es su objeto, y al mismo tiempo nos proponemos pensar históricamente las sociedades, es decir, en su devenir: no siempre fueron, no siempre serán.

      Adentrarnos en el conocimiento de la historia no es un mero afán memorístico y coleccionista de rastros muertos, de cosas ya pasadas. Tampoco se reduce a compilar documentos antiguos para constatar ciertos hechos. Investigar y reconstruir científicamente el proceso de las sociedades que nos precedieron permite conocer y pensar históricamente nuestro propio presente, y hace posible descubrir también tendencias y movimientos: de dónde viene y a dónde puede llegar, tomando en cuenta los diversos futuros po­sibles que contiene; hacia dónde sabemos, podemos y queremos llevarla. Claro que no solo como individuos sino en tanto integran­tes de esa sociedad y dentro de ella, de los grupos y fuerzas sociales necesitados de un futuro distinto al presente que vivimos.

      El saber histórico aún de procesos muy remotos implica siem­pre una conexión activa con el presente, tanto en la realidad his­tórica como en nuestro conocimiento de la misma, y esto tiene un alcance práctico indudable.

      Ese devenir que es la historia de las sociedades comprende largos procesos evolutivos con cambios -en la demografía, en las costum­bres, en luchas parciales, por poderes- que podemos llamar cuan­titativos, a veces imperceptibles. Pero otras veces esa propia evolu­ción cuantitativa da lugar a cambios cualitativos, ya no evolutivos sino revolucionarios, en las técnicas, en las relaciones sociales, en la política y en la cultura, que dan lugar a lo nuevo y en distinto grado y medida destruyen y superan lo antiguo. Por eso el análisis histórico requiere tener en cuenta dos tipos de preocupaciones:

      a) entender cómo se origina un fenómeno, se desarrolla y even­tualmente llega a predominar.

      b) y también descubrir lo que ya no es, lo que ya no existe, lo su­perado por lo que vino después. Lo que ha sido destruido o que ca­ducó está incluido en la explicación de lo existente, pues lo que exis­te surgió de una cierta forma de ser negado o superado lo anterior.

      Estos dos aspectos -lo que alguna vez nació y tal vez perdura en nosotros y lo que ya no existe- hacen al análisis histórico, a esa relación entre el pasado y el presente.

      De allí la importancia, tanto para la vida como para el conocimien­to científico de reponer lo desconocido, lo oculto, lo que fue silencia­do por el poder y las clases dominantes de una época, particularmen­te el papel y la voz de las grandes mayorías populares en la historia. Es preciso descubrir y reconstruir la acción de los pueblos tanto en las grandes luchas sociales que han cambiado el mundo como en la producción del mundo material y simbólico que nos alberga a todos, en la producción de bienes cada vez más sofisticados para satisfacer las necesidades y también en la producción del arte, de símbolos que permiten elaborar las grandes preguntas de la humanidad, como la vida, la muerte, el amor, la amistad, la alegría y la tristeza y que supo­nen también una forma de conocer el mundo y explicarlo, actividad primordial para el hombre, inseparable


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