Entre bestias y bellezas. Michael Edward Stanfield

Entre bestias y bellezas - Michael Edward Stanfield


Скачать книгу
la cara, los labios, los ojos, la boca, los senos, las caderas, las piernas, la cintura y las nalgas, según la sensibilidad cambiante de la moralidad, el pudor y la libertad personal. La sumamente recatada moda española del siglo XVI denotaba una sociedad de formalismos, orden, control y poder de élite. Las leyes suntuarias intentaron restringir el despliegue de riqueza que afluía a las Américas y a la vez buscaron limitar el ascenso de clase y casta desde abajo.

      En 1571, Felipe II de España ordenó, como parte de las Leyes de Indias, que “ninguna negra libre o esclava, ni mulata, traiga oro, perlas ni seda”,39 lo que indica que le preocupaba que la gran riqueza y relativa libertad de las Américas desmoronaran los mecanismos de integridad y control aristocráticos de la sociedad colonial española. Las leyes suntuarias tuvieron que dictarse y reiterarse —lo que prueba su ineficacia— para cada clase y casta a lo largo del periodo colonial en América Latina, y las mujeres debían seguir los dictados que definía la casta de su esposo. Irónicamente, los intentos de España por controlar el vestido y legislar sobre el recato tendían a llamar la atención hacia la moda y los accesorios que ayudaban a una persona a destacarse sobre las demás.40

      Varios factores hicieron de Francia la capital mundial de la moda durante la última mitad del siglo XVIII, posición que los diseñadores parisinos disfrutaron hasta después de la Primera Guerra Mundial. El impacto de un sector textil moderno e industrial en Europa, la mayor libertad comercial en las Américas y el alcance de las reformas borbónicas en España y sus colonias le ayudaron a Francia a surgir como líder del negocio. Aunque la moda definía los parámetros que habían heredado y practicaban un Estado y una sociedad jerárquicos, autoritarios y discriminatorios en las últimas etapas del colonialismo en Colombia, la Revolución Francesa le abrió el espacio a una expresión de libertad que presagiaba el movimiento de independencia contra la tradición y el colonialismo.

      Después de 1795, la moderna túnica neoclásica de muselina pesaba cinco onzas (más o menos 140 g) y se escurría en agua justo antes de vestirla para que se adhiriera a un cuerpo libre de la carga de la ropa interior. La moralidad y los modales eran mucho más relajados, haciendo que los individuos y no las sociedades fueran los árbitros de la conducta personal. En la caótica década entre los primeros arrebatos independentistas de 1810 y la dramática victoria de Simón Bolívar en Boyacá en 1819, los realistas tendían a imitar la rancia moda monárquica, mientras que los partidarios de la república usaban las modas más ligeras y cortas inspiradas en el Directorio francés.41

      La moda en Europa durante la primera mitad del siglo XIX mostró una serie de tendencias pasajeras, como suele suceder. Al furor francés por la transparente camisola de muselina le siguieron vestimentas mucho más pesadas y en capas durante la época romántica de la década de 1820 a 1850, que le daban cabida a un exotismo escapista que se inspiraba en telas o estilos tomados de Egipto, Persia e India. La moda inglesa, que tendía a rezagarse alrededor de cinco años respecto a las tendencias francesas, adoptó el estilo neoclásico griego en 1800, seguido por la tendencia inspirada en la India en la década de 1820 y, finalmente, se cubrió con el pesado armamento y las telas de la Inglaterra victoriana, marcándole la pauta a una sociedad menos turbulenta que la de Francia.42

      La moda entre las élites de Colombia ciertamente recibió la influencia de las tendencias francesas e inglesas, aunque en la primera mitad del siglo XIX predominaron más los trajes regionales y surgió un “vestido nacional”. Las élites conocían las tendencias de París y Londres, y cosían en casa copias de los diseños que encontraban en ilustraciones; las modas francesas e inglesas competían por la atención de los colombianos según las últimas tendencias extranjeras. A diferencia de hoy, en aquella época las amigas cercanas trataban de vestirse exactamente igual para expresar mutuo afecto. Las pinturas bogotanas de la década de 1830 muestran pruebas del exótico estilo asiático popular en la época romántica, con mujeres de la élite sentadas con las piernas levantadas y cruzadas sobre los sofás, con turbantes alrededor de la cabeza, vestidas con pantalones de piel de jaguar y fumando delgados cigarrillos mientras disfrutan de una tarde llena de conversación y chismes.43 Sin embargo, las persistentes restricciones heredadas del periodo colonial se mantenían y la gente de las diferentes castas seguía muchas de las prohibiciones en la vestimenta a las que su color y clase la obligaban. El poder de la Iglesia contribuía a mantener una moda recatada, oscura y simple; por ejemplo, cuando reservaba solo al arzobispo el derecho a usar medias de colores.

      La moda masculina también tendía a ser bastante oscura y apagada, pero la ropa deportiva, especialmente la indumentaria de caza y equitación, introdujo algunas novedades en las que las mujeres también se fijaron y algunas las comenzaron a seguir. Además, en las décadas de 1820 y 1830 se identifica la tendencia, ya encontrada anteriormente en Francia e Inglaterra, de que las mujeres de la élite vistieran de manera informal, especialmente cuando se aventuraban en la calle y en la esfera pública.44

      Influencias internas más que extranjeras definieron la tendencia hacia una moda femenina más uniforme en las primeras décadas de la Colombia republicana. Las prolongadas y sangrientas guerras de independencia de la segunda década del siglo XIX afectaron y destruyeron personas, propiedades y comercios, provocando dislocaciones en el campo, una sensación de aislamiento urbano y una impresión general de inseguridad y empobrecimiento colectivo. Las recurrentes guerras civiles y la violencia socioeconómica posteriores a 1830 alimentaron la inseguridad y pusieron de relieve la conveniencia de pasar desapercibido en público, evitando así la ira de los enemigos políticos o la atención de los ladrones. Esas condiciones, junto con la búsqueda de una vestimenta republicana y nacional, contribuyeron a hacer del atuendo campesino colonial la norma, incluso para las mujeres de la élite urbana. El aspecto clásico del traje nacional incluía una falda larga y ancha ajustada a la cintura por un cinturón grueso; una blusa cuya longitud, mangas y grosor dependían de la ubicación y el clima; y un chal o mantilla, también de diferentes cortes, telas y grosor según el clima, con el remate de un sombrero similar a los que usan los hombres. Aunque el atuendo pudiera verse igual, la calidad de la tela, la complejidad del bordado o el encaje en la blusa y el chal, la calidad y el tipo de joyería, y el uso de calzado eran marcas de clase y casta. Este vestuario perdurable, que hacía resonar recuerdos nostálgicos y se convertiría en la base del “atuendo folclórico típico” en el siglo XX, confundía a los observadores extranjeros debido a su longevidad —otra presunta señal de que Colombia no progresaba—, pues mantenía los estilos regionales que se hicieron “típicos” de la vestimenta nacional.45

      El traje de las ñapangas mestizas, que trabajaban en los hogares de la élite de Popayán y Pasto, ilustra sin embargo cómo las modas que luego se llamarían “típicas” evolucionaron en contextos socioétnicos particulares, en este caso como uniforme de las empleadas domésticas que combinaba estilos más españoles que indígenas como marcas de empleo y casta. La belleza de las ñapangas se volvió legendaria en el sur de Colombia, donde sus cabezas descubiertas y pies descalzos eran detectables en las calles mientras le hacían los mandados a su patrona, belleza que también estaba al alcance de la mano en los entornos domésticos. Se decía que las familias ricas de Popayán mantenían dos ejércitos: uno masculino listo para la guerra, y otro femenino listo para los paseos y las fiestas. Las ñapangas descalzas, con sus polleras, blusas de algodón y chales ligeros, eran símbolos orgullosos del estatus familiar, la migración rural a las urbes, y un proceso de “blanqueamiento” en el que las mujeres de raíces africanas o indígenas ascendían de clase y casta mediante la ocupación y ubicación social.46

      La belleza es siempre relacional, comparativa y dinámica; el reverso de la belleza es la fealdad, y para los observadores selectos de mediados del siglo XIX la belleza que se encontraba en los pueblos y ciudades a menudo se yuxtaponía a la indigencia, la marginalidad y la fealdad de los pobres de las zonas rurales. A diferencia del elegante vestido de los esclavos urbanos que trabajaban en los hogares de la élite de Cartagena, los esclavos que trabajaban en las plantaciones y las minas estaban casi desnudos por falta de ropa: la desnudez entre los esclavos rurales o los indios amazónicos indicaba falta de estatus y marginación del progreso y la civilización occidentales. En contraste con las hermosas mujeres de Piedecuesta, se describía al campesinado circundante como “moreno y enfermizo debido probablemente a la atmósfera


Скачать книгу