Entre bestias y bellezas. Michael Edward Stanfield

Entre bestias y bellezas - Michael Edward Stanfield


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polos alrededor de los cuales se construye a las mujeres en Colombia y gran parte del mundo: el de la mujer santa, casta y pura, y el de la mujer mundana, erótica y cosificada del deseo y la fantasía. Tanto hombres como mujeres tienden a dividir a las mujeres latinoamericanas en estos grupos polares: el de las “mujeres buenas” que reflejan una devoción mariana a la religión, el sufrimiento y el servicio a los demás, y las “mujeres malas” que —como varones sociológicos— son sexuales, pecaminosas, egoístas y desvergonzadas. Las mujeres como objetos sagrados tienden a recibir la protección de la iglesia y la familia, especialmente cuando se las representa como monjas, místicas, esposas y madres, mientras que las mujeres públicas de la calle, ya sean prostitutas, no conformistas, extranjeras o solteras enmarcadas por fuera de un entorno familiar, son encarnaciones de la belleza corporal y objetos de la depredación sexual masculina. Esta ambivalencia en la construcción del género femenino conduce a todo tipo de dobles estándares y conductas contradictorias. Por ejemplo, un hombre venerará a su madre y protegerá a su esposa e hijas mientras persigue la satisfacción sexual y la aventura con varias amantes. Además, en un país como Colombia, donde la “mercantilización institucional de la belleza femenina” se sustenta en la jerarquía, el patriarcado y el machismo, el estatus legal, social y político de las mujeres es inferior al de los hombres. Las mujeres solo lograron la igualdad jurídica con los hombres en 1974; antes de ese año se definían jurídicamente como menores de edad a quienes representaban sus padres o esposos. Hasta 1980, se exoneraba al violador que se casara con su víctima y el esposo podía matar a la esposa si la atrapaba en la preparación o consumación del acto sexual con un amante.31 Obviamente, la belleza en las mujeres podía promover una disonancia tanto social como personal, dadas las contradicciones y la ambivalencia en las construcciones del género en una nación donde la modernidad y la igualdad jurídica se realizan solo parcialmente.

      Por fuera de los parámetros de las singularidades de Colombia, la apariencia física es más importante para las mujeres que para los hombres e influye en el comportamiento humano en todos los lugares donde se la ha estudiado. Si esto es así, surge la clásica pregunta de si la importancia de la belleza para las mujeres se basa más en la naturaleza y los procesos biológicos o en el comportamiento aprendido que se les enseña en las sociedades humanas a través de la cultura y la socialización. La perspectiva sociobiológica de la belleza y la apariencia física utiliza un largo lente de miles o millones de años de evolución humana. Según este enfoque, los humanos estamos “programados” para reconocer la belleza en las mujeres, porque en ellas la apariencia física se relaciona más con la reproducción que en los hombres; la simetría de un rostro ofrece pistas sobre la integridad genética y la ausencia de una infección parasitaria; y la proporción de la cadera a la cintura son marcadores del éxito reproductivo. La belleza, entonces, es una Gestalt que se conoce cuando se la ve, independientemente de la edad, el sexo o la cultura, y ejerce una fuerza poderosa sobre el comportamiento humano, incluso en individuos y sociedades que han perdido el imperativo demográfico de procrear.32

      Los críticos socioculturales, por el contrario, sostienen que las culturas y las sociedades enseñan a los humanos a valorar una apariencia atractiva más en las mujeres que en los hombres y por lo tanto investigan la relación entre los valores y comportamientos culturales e individuales. La cita de la estrella británica del teatro de finales del siglo XIX Lillian Russell según la cual “los hombres deben ser fuertes y las mujeres hermosas” debería entenderse como una afirmación sobre una sociedad que valoraba a los hombres en tanto proveedores en una sociedad patriarcal competitiva, mientras que las mujeres adornaban la vida pública como parte de una expresión de género de su estado femenino y cosificado. Al igual que Linda Jackson, quien escribió un exhaustivo análisis de las perspectivas sociobiológicas y socioculturales sobre el género y la apariencia física, adoptaré elementos de cada enfoque al estudiar la importancia de la belleza para los seres humanos, lo que me permitirá reconocer que somos producto de la naturaleza y que se nos cría para aprender lecciones culturales y sociales.33

      Aunque por mucho tiempo la belleza física se ha interpretado como seductora y como una “expresión de la perfección de la forma humana”, también se la ha considerado como un indicador de la virtud interna; la belleza se convierte entonces en una “proyección de la espiritualidad humana, fuente de creatividad humana y símbolo moral”. En el culto caballeresco de la baja Edad Media, las mujeres y su belleza se convirtieron en símbolos de las “virtudes pacíficas del amor, la verdad y la caridad”.34 Este culto y su centro en la virtud de las mujeres y la belleza, que surgió en parte como una protesta contra las brutales guerras de la alta y plena Edad Media, tuvo gran resonancia en la Colombia de los siglos XIX y XX, sociedad también destrozada por la violencia, los ejércitos privados, los despojos de tierras y el abuso de la autoridad gubernamental, que tenía la esperanza de que la belleza femenina pudiera salvarla de los estragos de la bestia masculina. Incluso cuando se veía a la belleza como un deber de la mujer y como una poderosa herramienta mediante la cual ellas podían escalar socialmente y conquistar a hombres poderosos, también se la veía como la virtud moral que traía esperanzas a las sociedades en problemas.35

      La belleza en el mundo moderno también se construyó alrededor de tipologías raciales que en parte se conjuraron sobre la base de la reputada belleza de las mujeres circasianas del siglo XVIII que habitaban en las montañas del Cáucaso. El biólogo austriaco Johann Frederick Blumenbach ideó las aún familiares y poco científicas categorías raciales de caucasoide, mongoloide y negroide, y denominó a los caucásicos por la belleza de las mujeres circasianas, supuestamente las más bellas de todas, al tiempo que alegaba que las demás “razas” habían involucionado de la hermosa raza blanca.36

      Semejantes ideas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX reforzaron la asunción del liderazgo mundial por parte de Europa, mientras esta se disculpaba por el colonialismo, pero obviamente ya no se sostienen debido a que se construyeron sobre el mito de la belleza femenina circasiana y a los hallazgos arqueológicos del siglo XX que ponen a África como la cuna de la evolución de una sola especie humana. Sin embargo, el mito mezclado con seudociencia todavía tiene un fuerte impulso en las sociedades multiculturales contemporáneas, al igual que la perdurable lección de que la belleza y la blancura equivalen a un estatus y poder potencial en las sociedades americanas aún familiarizadas con las pigmentocracias coloniales.37

      En el nivel visual, el vestido y la moda son un medio para comunicar definiciones sociales e individuales de género, clase, etnia, ocupación, ubicación, poder y belleza. En general, entre las personas que tienen los medios materiales para hacerlo, las mujeres se han vestido para seducir, mientras que los hombres lo han hecho para indicar estatus. El dominio masculino sobre la libertad femenina en la esfera pública ha significado tradicionalmente que la belleza de una mujer constituye una importante mercancía para asegurarse un futuro. Las cambiantes nociones de la edad y las formas de las mujeres más bellas han influido en el énfasis del carácter seductor de la moda femenina. En un solo párrafo, Rachel Kemper concluye que los seres humanos harán todo lo posible por ser elegantes y hermosos:

      Probablemente no haya nada, sin importar cuán doloroso o repulsivo sea, que haga que la humanidad renuncie a la búsqueda de la belleza; no hay traje, por incómodo o ridículo que sea, del que no se alardee con orgullo en nombre de la moda. La moda funciona y siempre ha funcionado como medio para satisfacer deseos. A lo largo de los siglos, las mujeres han deseado parecer jóvenes, de belleza deslumbrante e infinitamente deseables. Los hombres han buscado parecer viriles, distinguidos, ricos y superiores. En todos los países, climas y épocas, tanto los hombres como las mujeres han perseguido las esquivas metas del estatus y el reconocimiento, atributos que por lo general son prerrogativa de la riqueza y la posición social. Al seguir o, mejor aun, al imponer la moda actual, nos identificamos constantemente con el grupo social, el ideal, de nuestra elección. Todavía estamos muy convencidos de que la ropa hace al hombre. Tal vez intelectualmente seamos más sensatos; en lo emocional, seguimos siendo creyentes convencidos. Al brindarnos seguridad psicológica, la moda se convierte no solo en un lujo sino en una necesidad. De hecho, si la moda no existiera ya, deberíamos inventarla.38

      El recato en el vestir refleja estándares sociales y religiosos e, irónicamente, contribuye al atractivo seductor de la moda. Los seres


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