Entre bestias y bellezas. Michael Edward Stanfield

Entre bestias y bellezas - Michael Edward Stanfield


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y disponible. Para comprender las actitudes de los líderes ilustrados de la época, rastrearemos la expresión literaria profundamente íntima de la belleza cuando analicemos el sorprendente número de revistas escritas por o para mujeres, muchas de ellas dedicadas al “bello sexo”.

      El capítulo tercero se centra en los años de 1886 a 1914, una era de exportaciones crecientes y el subsiguiente impacto de las importaciones de ropa, moda e ideas. El entusiasmo por los deportes de la década de 1890, especialmente grande en los Estados Unidos, se extendió a Colombia, donde el ciclismo, la natación, el tenis y las carreras de caballos cambiaron la moda femenina como en otras partes. La apariencia deportiva y atlética que cobró fama gracias a la Gibson Girl en Estados Unidos impulsó a más adolescentes y mujeres de la élite en Colombia a adoptar las nuevas tendencias internacionales. Los avances técnicos de la fotografía disminuyeron el costo y ampliaron la circulación de las imágenes bidimensionales, muchas de las cuales construían y representaban la belleza femenina. En lo político, estos años vieron la aparición de una nueva constitución conservadora y de larga duración, las importantes presidencias de Rafael Núñez y Rafael Reyes, la sangrienta Guerra de los Mil Días (1899 a 1902) y el inquietante preámbulo de la Gran Guerra en Europa.

      El capítulo cuarto lidia con el lapso comprendido entre 1914 y 1930, cuando acontecimientos dramáticos y modernas tendencias hicieron trizas los siglos XIX y XX. La Gran Guerra (Primera Guerra Mundial) no solo mató a millones en Europa, sino que también cambió el estatus y la imagen de las mujeres en las Américas. Vestidas con uniformes como prueba de su devoción por las causas nacionales, las mujeres fueron utilizadas como símbolos del nacionalismo. Los peinados y dobladillos de las mujeres se acortarían considerablemente, anunciando la imagen de la nueva mujer. Las nuevas revistas ilustradas semanales en Colombia, como Cromos, estaban llenas de anuncios que presentaban nuevos estilos de moda, cosméticos, cremas para la piel, productos para el cabello y la boca, y un amplio surtido de remedios dirigidos a mujeres de diversas clases, fijando y comercializando el aspecto y el precio del nuevo estándar internacional de belleza femenina. En este contexto de movilización masiva hacia el nacionalismo y el consumo surgió el protagonismo de los concursos de belleza nacionales e internacionales, tendencia que los colombianos abrazaron con entusiasmo al principio. Las películas extranjeras llegadas de Italia, Francia y Estados Unidos también anunciaban una ruptura con el entretenimiento más simple del pasado, pues trajeron el mundo y el glamour de las estrellas de cine a la psique colombiana. El creciente predominio de Hollywood en el cine y de Nueva York en el comercio suplantó con el tiempo el tradicional atractivo de París, convirtiendo a los Estados Unidos en el nuevo centro de la moda y la belleza para los colombianos del siglo XX. La burbuja económica de los años veinte finalmente dio paso a la Gran Depresión de 1930, dejando sin embargo intacto el triunfo de las imágenes de amplia difusión y de una nueva cultura de la belleza, aunque distantes de la vida cotidiana colombiana.

      El capítulo quinto cubre los años 1930 a 1946, periodo de dominio liberal en el Gobierno nacional y también, extrañamente, de reformas en Colombia. La primera mitad del siglo XX fue también una época de relativa paz, por lo que la nación y sus ciudadanos no necesitaron de la gracia salvadora de la belleza como sedante para el terror de la bestia. Solo dos concursos nacionales de belleza se llevaron a cabo durante esos años. La esperanza de reforma también tendió a abrir otras posibilidades a las mujeres en la sociedad, especialmente en materia de educación, deportes y mercados laborales emergentes en las ciudades. En resumen, la paz y las reformas hicieron que la representación pública de la belleza fuera menos importante en la vida civil colombiana, dejando las portadas de las revistas y las pantallas de cine a las estrellas extranjeras.

      El capítulo sexto narra el fracaso de las reformas y los renovados odios partidistas que, de 1946 a 1958, despertaron a la bestia dormida: una era terrible en la historia colombiana que se escribe con letras mayúsculas como La Violencia. El regreso de los conservadores al poder, el asesinato del principal reformista liberal y la purga consiguiente de los liberales de las instituciones nacionales prepararon el escenario para una guerra partidista y civil realmente terrible. En este periodo Colombia adquirió la horrible reputación que tendría durante el resto del siglo: un lugar asolado por niveles infames de violencia, crimen e inseguridad. Desde luego, la belleza femenina asumió un papel más importante en la vida nacional, a la luz de la pasión y la estupidez masculinas, patente en el resurgimiento del Concurso Nacional de Belleza en Cartagena en 1947. Este periodo también vivió la única dictadura militar del siglo veinte, la del general Gustavo Rojas Pinilla. Rojas interrumpió el control del Gobierno por parte de los dos partidos tradicionales y demostró ser un experto manipulador tanto del poder como de la belleza. Concedió el derecho al voto a las mujeres y militarizó la imagen femenina, poniendo ante la opinión pública a muchas jóvenes en uniforme, como mecanismos para ganar apoyo a su régimen. Trajo la televisión a Colombia y censuró a la prensa; a la par, presidía el concurso nacional de belleza en Cartagena, afirmando simbólicamente su poder sobre la nación: el viril general coronaba a la nueva y femenina reina. El capítulo sexto concluye con Rojas abandonado por los líderes de los dos partidos tradicionales, quienes, al diseñar el Frente Nacional —una democracia excluyente dominada por las élites—, intentaban recomponer a Humpty Dumpty.

      El capítulo séptimo cuestiona el legado del Frente Nacional, especialmente el cinismo político y la violencia permanente que hicieron de la belleza una necesidad cívica, nacional e internacional. El año 1958 comenzó con Luz Marina Zuluaga ganando el concurso de Miss Universo en Long Beach, California, lo que trajo a Colombia un triunfo internacional en un momento crucial. En los diez años siguientes, concursos de casi todos los sabores concebibles florecerían por todo el país en un momento en que las elecciones eran formalidades sin sentido, los partidos políticos no autorizados no podían competir contra los partidos Liberal y Conservador, y la guerra civil se transformaba en una insurgencia guerrillera. La década de 1960 también trajo consigo el rock and roll y una cultura juvenil y de drogas que tendría un impacto dramático, aunque superficial, en la moda y la belleza. En 1968 Colombia tenía varios movimientos guerrilleros, un sector emergente de producción de marihuana, continuidad en el reparto y la alternancia del poder entre los liberales y los conservadores, y la primera “antirreina” del concurso, una joven que hablaba por sí misma en lugar de servir de portavoz a anhelos extraviados.

      Los capítulos octavo y noveno rastrean las consecuencias del Frente Nacional y el fracaso tanto de reformistas como de revolucionarios para crear un Estado y una sociedad más modernos y justos. La belleza se convirtió en uno de los únicos símbolos nacionales y culturales de la bondad y la salvación del país, especialmente a la luz de la persistente fuerza de la bestia: la insurgencia guerrillera, las masacres paramilitares y militares y la violencia generada por el negocio de las drogas. El capítulo octavo analiza el periodo entre 1968 y 1979, años en que más colombianos de zonas rurales abandonaron el campo pobre e inseguro y entraron al mundo más amplio y mediático de las ciudades. La belleza siguió siendo un vehículo de expresión social y de desahogo y ofrecía la posibilidad de ascenso social, en particular para las jóvenes migrantes que buscaban pareja o trabajos de cuello rosa.

      El capítulo noveno reúne los diversos temas del libro, ya que narra los dramáticos acontecimientos de 1979 a 1985. El año definitivo de este estudio incluyó una semana llena de catástrofes, en las que la naturaleza y la política parecían haberse ensañado con el país y sus ciudadanos. Sin embargo, ni el desastre del Palacio de Justicia ni las devastadoras avalanchas de lodo en las laderas del Nevado del Ruiz interrumpieron el concurso de Señorita Colombia, que tuvo lugar simultáneamente aquel año, pues los colombianos aún esperaban que la belleza los liberara, junto a su atribulada nación y aunque fuera momentáneamente, del terror de la bestia.

      Un epílogo que sigue las huellas de las principales tendencias en la historia colombiana desde 1985 hasta 2011 llevará mi análisis de la belleza y la bestia al siglo XXI. Una conclusión resumirá los principales temas presentados en el libro y probará si lo que sostuve para el lapso de 1845 a 1985 sigue siendo cierto en 2011. Tanto por motivos personales como profesionales, preferí terminar la historia con los acontecimientos dramáticos de 1985, pero los revisores del manuscrito me convencieron de que lidiara con las complejidades del último cuarto de siglo. Espero que los lectores encuentren en la conclusión y el epílogo un útil resumen


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