Entre bestias y bellezas. Michael Edward Stanfield

Entre bestias y bellezas - Michael Edward Stanfield


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y débil su posición nacional central sobre los pueblos y las regiones distantes y diversas que supuestamente lidera.13

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       FIGURA 1.1. Colombia (relieve sombreado), 2008

      Fuente: Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. En Colecciones Cartográficas Perry-Castañeda, Bibliotecas de la Universidad de Texas.

      Al norte de Bogotá, en el departamento de Santander, los viajeros en la década de 1830 destacaron la belleza de las mujeres en las ciudades de Socorro y Piedecuesta. Santander era una zona bastante próspera en ese entonces, con exportaciones de tabaco y sombreros de paja que aumentaban el poder adquisitivo de hombres y mujeres. La menor elevación de la zona, su salida al río Magdalena y las rutas comerciales hacia Venezuela combinaban un clima más cálido que el de las frías Bogotá y Tunja, con una apertura a las importaciones y divisas.

      Al conocer a la señora Concepción Fernández (quien había contado entre sus admiradores a Simón Bolívar) en Socorro, el pintor inglés Joseph Brown la describió como una dama que “ha sido merecidamente alabada por su belleza”.14 Pero Brown reservó su mayor elogio para las mujeres de la ciudad de Piedecuesta, de quienes escribió: “Se dice que las mujeres de aquí son las más hermosas de esta región y de las provincias vecinas de Socorro y Pamplona, y estoy dispuesto a confirmar este informe por las muchas caras bonitas que a mi paso miraban con disimulo a través de las barandas de los balcones. La mayor curiosidad se excita en estas ciudades del interior en todas las clases, pero más especialmente en las mujeres de las clases más altas cuando aparece algún extranjero, y así fue como entré en Piedecuesta, las ventanas estuvieron ocupadas hasta que me perdí de vista”.15 Claramente halagado por esta atención, Brown parece sugerir, sin embargo, que tanto el clima como el progreso que genera la actividad económica influyen en la belleza y la fama de las mujeres de una región.

      Las extensas tierras bajas orientales empequeñecen al resto del país en tamaño, pero están escasamente pobladas. Los llanos y las selvas tropicales de la Amazonía son el hogar de varios pueblos indígenas que han estado en contacto con misioneros y comerciantes por varios siglos. Aunque los colombianos ni siquiera piensan que su país tenga población indígena, entre el 1 % y el 2 % de la población total es amerindia, una población nativa más grande en términos absolutos y per cápita que la del Brasil. Básicamente, la población indígena y la población afrocolombiana ocupan los perímetros de la nación, mientras que la región andina se considera principalmente blanca y mestiza.16 Hoy en día, tanto los llanos como las tierras bajas amazónicas son regiones importantes para la explotación petrolera y el cultivo de coca y su conversión en cocaína.

      En el transcurso del último siglo y medio, Colombia pasó de ser una sociedad agrícola y rural a una de urbanización rápida que se orienta hacia el mercado. El país tenía aproximadamente 2,2 millones de personas en 1851, población total que en América del Sur solo superaba Brasil. En 1870, Bogotá tenía alrededor de 40 000 habitantes, seguida por Medellín con 30 000; las siguientes doce ciudades más grandes tenían entre 7000 y 13 000 habitantes. Para 1905, la población total había aumentado a 4,1 millones, de los que aproximadamente el 10 % vivía en las capitales departamentales. En la década de 1920, Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla comenzaron a consolidar sus posiciones como ciudades líderes. Para 1940, el 29 % de los colombianos vivía en las zonas urbanas, pero solo después de 1964 la mayoría pasó a residir en las ciudades y no en el campo. A partir de 2011, Bogotá sobrepasa los siete millones de habitantes; Cali y Medellín tienen más de dos millones cada una y Barranquilla pasa del millón, mientras que cerca de 45 ciudades cuentan ya con más de 100 000 habitantes. Alrededor del 76 % de los casi 46 millones de habitantes de Colombia ahora se clasifican como población urbana, importante transformación reciente de la que fuera la sociedad rural y provinciana del siglo XIX.17

      A pesar de que los patrones de poblamiento se modificaron con bastante rapidez, tanto las actitudes populares como las de las élites quedaron algo rezagadas frente a las innovaciones modernas. La cultura popular se ha nutrido con el rico folclor del campo, traído a la ciudad por los migrantes que buscan las oportunidades percibidas en las zonas urbanas mientras huyen de la pobreza y la inseguridad de la vida rural. Los valores de la clase alta siguen siendo marcadamente aristocráticos, especialmente en ciudades burocráticas coloniales como Cartagena, Bogotá y Popayán. Los marcadores de color, clase y apellido refuerzan las barreras jerárquicas y adscriptivas, al igual que los cerrados sistemas políticos y sociales. Un poco menos aristocráticas y excluyentes son Barranquilla, Medellín y Socorro, ciudades que crecieron y prosperaron después del final del periodo colonial.18

      Las novedades de la modernidad en lugares como Medellín ilustran no solamente cómo aprovecharon los paisas el cambio liberador, sino también cuán a menudo los guardianes de la tradición reaccionaron con fuerza contra cualquier desafío a la autoridad. La tradición popular recuerda que, en la década de 1830, Medellín celebró su primer baile de máscaras, acontecimiento sumamente popular al que le seguirían muchos otros. Sin embargo, muchos eventos sociales siguieron llevándose a cabo en la esfera privada, como los bailes en las residencias. Se recuerda a una anfitriona de fiesta de finales de la década de 1830 —doña Trinidad Callejas—, cuyo nieto Rafael Uribe Uribe habría de convertirse en un famoso líder liberal de principios de siglo, como la mujer más bella de su época, lo que ilustra cómo la belleza acentúa el estatus social y queda impresa en la memoria colectiva del pueblo. Un gran carnaval en 1881 y el surgimiento de clubes juveniles en la década de 1890 marcaron el cambio hacia recintos más cívicos y públicos de interacción social.19

      En el siglo XX, Medellín se convirtió en líder del desarrollo industrial y empresarial. Las élites de la ciudad apoyaron la educación pública más que en cualquier otra parte del país, señal de que la educación podía ser el camino tanto para el progreso social como para una mayor productividad. Los cambios introducidos por la modernidad en la década de 1920 afectaron la moda femenina, marcando el comienzo de una mayor libertad para las mujeres, pero también el comienzo de una fuerte reacción de los tradicionalistas. Los conservadores de la comunidad y el gobierno unieron fuerzas con los obispos y sacerdotes locales para reglamentar la vestimenta de las mujeres, poniendo especial atención en ocultar el cuerpo femenino. Por ejemplo, en 1927 un empresario local puso una reproducción de la Venus de Milo en la vitrina de su tienda. La estatua atrajo una multitud de curiosos, pero también provocó la ira de “mujeres escandalizadas” que convencieron al alcalde de retirar el desnudo.

      Durante las siguientes cuatro décadas, la Iglesia católica encabezó una campaña para controlar la apariencia pública de las mujeres en las misas, las escuelas e incluso en la calle, para limitar el impacto que las ideas y modas modernas pudieran tener en Medellín. Además, la Iglesia llevaba una extensa “lista negra” de libros y panfletos de autores europeos como Voltaire, Montesquieu, Hugo y Zola, y prohibió los manuales matrimoniales y sexuales e igualmente las obras de colombianos como Rafael Uribe Uribe, quien alegaba que ser liberal no era pecado. La lista negra se mantuvo en vigor hasta que el Concilio Vaticano II le abrió más espacio a la modernidad en los años sesenta. Irónicamente, la laboriosa y empresarial Medellín fue la que suscitó la sensiblería más reaccionaria y tradicional de la Iglesia para contener los cambios de la modernidad.20

      La costeña y colonial Cartagena se deleitaba, por el contrario, con la sensual celebración de la belleza femenina, aunque regida por reglas que enfatizaban las barreras de clase y color. Las historias que se remontan a la fundación española de la ciudad en 1533 evocan al equivalente colombiano de La Malinche en México, la beldad caribeña Catalina, a quien describen como “alta, de busto elegantemente formado, grandes ojos rodeados de largas y aterciopeladas pestañas, nariz aguileña, boca de contornos delicados y brazos que armonizan con las demás líneas de su cuerpo”.21 Era dulce y elegante, la adorada encarnación de la exuberancia juvenil; las demás mujeres indígenas la admiraban, pero le envidiaban sus elegantes vestidos españoles. A lo largo de los siguientes 150 años, mujeres como la encantadora “India Anica”, cuyo fascinante


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