Amar a la bestia. Nohelia Alfonso
fue directa a la estantería del salón y sacó un ejemplar de La mujer del aire. Lo abrió por la primera página y me lo mostró. Ponía:
Para Elora —con sus pecas de panecillo integral y sus pequeñas ranuras de risa en los ojos— que también es una mujer del aire y por eso aparece en este libro.
Sí, definitivamente Ortiga reciclaba dedicatorias. Abracé a mi amiga hasta casi ahogarla. La abracé con todas mis fuerzas. ¡No podía creer que hubiera recordado algo! Y, a juzgar por la cara seria de Elora, ella tampoco. No parecía alegrarse en absoluto. ¿Por qué? ¿Acaso padecía algún tipo de síndrome de Münchausen por poderes? ¿Prefería que fuera una desgraciada a que fuera feliz? ¿Qué clase de amiga puede preferir eso?
2. Knokin´on Heaven´s door
Hola, hermanita. No sé por dónde empezar, eso se te ha dado siempre mejor a ti, ¿recuerdas? Tú empezabas algo y yo lo terminaba; acuérdate de que mamá siempre decía que empezaste a caminar antes que yo y fuiste la primera en atreverse a arrancarte el primer diente que se te movió, yo lo hice todo después. Por eso no sé muy bien qué decirte, ni cuál es el principio. Imagino que debería ser «lo siento». Siento mucho lo que te ha pasado, Mica, y siento también no haber tenido antes el valor de venir a ver cómo estabas…
Verás, cuando supimos que estabas en coma y que nadie sabía cuándo ibas a despertar… no pude enfrentarme a eso, hermana, no pude. Ni siquiera sé si sirve de algo que finalmente le haya echado valor y esté aquí, en el hospital, frente a esta cama donde te tienen intubada y monitorizada.
La verdad es que me siento ridícula, como si hablara sola, pero ya sabes que dicen que los que estáis en coma sí que oís y que es bueno hablaros y todo eso. Elora dice que lo ha intentado, pero que no le sale, y que se viene aquí a leer revistas, y a veces te cuenta algún cotilleo de famosas, de esos que le gustan tanto, o consejos de belleza o moda o lo más trendy que exista en decoración, música o literatura —ya sabes lo amante de lo mainstream que es—. Si pudieras moverte seguro que ya le habrías dado una colleja o algo para no tener que escuchar más esas bobadas. Ojalá lo hubieras hecho. No puedo creer que ya no vayas a hacerlo nunca más. Me siento tan culpable…
Solo tengo un par de días antes de volver al trabajo y he de resolver algunos asuntos, así que no puedo quedarme mucho, pero prometo venir mañana. Sé que hace tiempo que ya no crees mis promesas, y lo entiendo. Imagino que no vale de nada que te diga que esta vez voy a cumplirla. Ni siquiera me convenzo a mí misma… Aunque he mejorado mucho en eso de mentir, casi me he convertido en profesional. «Miento casi siempre. Todo el mundo lo hace», como dice Santi Balmes en Los colores de una sombra. «Engaño a otros y me engaño a mí. ¿Para qué diablos sirve la verdad?». Así conseguí mi actual trabajo y todo lo que tengo ahora. También lo que no tengo, que eres tú. Pero no podemos cambiar el pasado, tenemos que convencernos de que la vida es así, unos ganan y otros pierden, y los que ganan no pueden pasarse la existencia renegando de su suerte.
No puedo cambiarme por ti. No puedo. Tengo que asumirlo. Ya no es como cuando una no estudiaba para un examen y la otra se lo hacía, o como cuando engañábamos a la abuela para comer postre dos veces. ¿Recuerdas? Aunque la abuela siempre fue difícil de engañar, casi nos distinguía mejor que mamá, aunque claro, ella siempre estaba sobria, imagino que eso le daba ventaja. Ay, mamá… Ni siquiera he pensado en localizarla para contarle lo tuyo. Seguro que está de gira por medio país y parte del extranjero. Me encantaría ver su cara cuando se entere de que una de sus hijas está en coma. Aunque dudo que supiera de cuál de nosotras se trata. En realidad dudo que nadie pueda. Es lo que tiene ser gemelas monocigóticas. Por eso somos prácticamente indistinguibles. Tú y yo somos el resultado de la división accidental del cigoto en dos partes. Sí, íbamos a ser una única niña. Compartimos el cien por cien de los genes. Ser dos embriones dentro de una misma placenta nos convirtió en clones naturales ¡Clones! ¡Tú y yo somos clones, Mica!
Esto me lo explicaron los médicos cuando valoraron la posibilidad de trasplantarte uno de mis pulmones. Me sometieron a unas cuantas pruebas. Gracias al cielo no hizo falta; un cirujano excelente fue capaz de reconstruirte el tuyo. Fue él quien me explicó lo de los clones, en una sala de espera, mientras yo aguardaba a que te abrieran la cabeza y te extrajeran un coágulo. Imagino que quería distraerme. Se acercó a mí y me ofreció una chocolatina. Me dijo que era increíble lo muchísimo que nos parecíamos. «¿Sabes por qué?», recuerdo que me preguntó. «Porque somos gemelas, supongo», le dije. «Sí», respondió, «pero unas gemelas muy especiales». Justo después llegó Elora desde Trueca, a punto de darle un ataque tras haber visto tu coche hecho un acordeón en la carretera, y el médico se fue. Cuando le conté que quizás no saldrías viva del quirófano se echó a llorar. Pasamos muchas horas esperando, en silencio, adoptando todas las posturas posibles que nos permitían los incómodos asientos de plástico de la sala de espera. Yo me entretenía recordando todo lo que me había contado el médico sobre nuestro inusual parecido. Estábamos destinadas a ser una sola persona. Se nos dividió el cuerpo. ¿Acaso también el alma? Quiero decir, ¿los rasgos de una personalidad común se repartieron en dos cuerpos? Igual solo digo chorradas… Pero si me paro a analizarlo, está claro que todo lo bueno te lo llevaste tú, «doña Perfecta», yo salí perdiendo en el reparto. Si somos exactamente iguales, ¿por qué la abuela te daba un trato especial? Eras su preferida. Sí, no finjas que no lo sabías, todo el mundo lo sabía, eso se nota. No la culpo, todos tenemos favoritos, y eras tú. Puto cerebrito brillante… ¿Te esforzabas en destacar para jodernos a todos o te salía solo? Matrículas de honor, voz de soprano, te hacías querer... Todo se te daba bien. Yo no servía para eso, para destacar. Y te confieso que se me comía la envidia. Pero encima eres tan buena gente que lo compartías todo conmigo. No me pones fácil ni odiarte… ¡No se puede ser tan perfecta, Mica! Y si tú lo eras, ¿por qué existía yo, que solo soy una copia barata? Le di vueltas a esta idea todas las horas que estuviste en el quirófano. ¿Existía porque ibas a morir?
La abuela no sabe nada de lo tuyo, claro. La noticia la mataría. En este tiempo han pasado muchas cosas, Mica… He tenido que meterla en una residencia. Ahora sí que ha perdido la cabeza del todo… Decírselo sería cruel. Habría que contárselo cada día de nuevo porque lo olvidaría, y si hay algo peor que el alzhéimer es, sin duda, que te digan que tu nieta favorita yace vegetal en una cama de hospital. Por suerte no pregunta por ti, todavía. Tiene períodos de lucidez, pero apenas le llegan para cuestionarse qué demonios hace ella en un asilo y revolucionar un poco al personal, al que, con casi noventa años que tiene, le cuesta Dios y ayuda calmarla y sedarla. Luego se le pasa, pero para evitar estas crisis hemos llevado los muebles de su cuarto a la residencia, y mientras está en su habitación se siente como en casa. Quién iba a decir que acabaría así. Marcela, la Argentina, indestructible, incombustible. Físicamente no podría estar mejor. Ha debido de hacer algún tipo de pacto con el diablo, porque si no, no me explico cómo puede tener esa piel tan blanca a la que los años parecen no tener acceso.
Ojalá herede su longevidad y su buena salud, eso sí, con la cabeza en su sitio, tiene que ser horrible olvidarte de quién eres y de cuál es tu historia. Imagina que de repente un día no pudieras recordar nada o solo partes de tu vida, y que todo a tu alrededor hubiera cambiado. Eso sí, a mí siempre me reconoce. Le he llevado mate, como solías hacer tú cuando cosía, antes de que el maldito alzhéimer avanzara tanto, pero no le ha hecho tanta ilusión, claro. Se ha puesto a sorberlo por la bombilla de alpaca en su mecedora, de cara a la ventana, y ya no he podido sacarle una palabra más. Así que me he venido a verte. Tenía que hacerlo, ya era hora. Reconozco que he estado fuera sopesando la posibilidad de no abrir esta puerta, de darme la vuelta y largarme. Pero ya ves que no lo he hecho. Y aquí estás, como si te hubieras pinchado con la rueca de la Bella Durmiente. Casi como si no hubiera pasado nada. Las cicatrices se notan menos, y la parte de la cabeza que te raparon para la operación ya tiene pelo. Te da un look punk rave interesante, no creas. Qué demonios, a ti todo te queda bien, ¡hasta el pijama del hospital!
No