Carmela, la hija del capataz. Charo Vela
si no llego a tiempo!?
—No quiero ni pensarlo, pero gracias al cielo viniste. Yo estaba a punto de gritar más alto, iba a pedir ayuda cuando has aparecido. Debemos irnos. Mira, se ha desvanecido. Por favor, Tomás, no quiero que te metas en problemas por mí.
—Bueno, vámonos, ya le di su merecido. Pero recuerda que a ti te defendería una y cien veces si hiciese falta.
Se fueron por una vereda de detrás un poco más lejos para que nadie los viese. Allí, refugiados tras los matorrales, la besó con ansia y desenfreno. Ella, aún dolida por verlo bailar con otras, quiso negarse a sus caprichos, pero lo que su cabeza afirmaba su corazón lo negaba y cedió a sus besos. Desde allí se escuchaba la música y bailaron a escondidas. Tan solo la luna, que los iluminaba, fue testigo de ese encuentro, cómplice del amor prohibido que Carmela le profesaba.
Tomás había bebido algunas copas y se encontraba un poco achispado. Eso, sumado al sonido de la música y al hecho de estar abrazados, lo encendió como la pólvora. Aparte de besarla, sus manos empezaron a acariciarla con pasión. Carmela sentía sus dedos recorriendo su cuerpo, excitándola. Notó su masculinidad bien marcada y se asustó. Se separó de él, temerosa de lo que podía pasar si no paraban a tiempo.
—Carmela, te deseo tanto que me cuesta controlar mis instintos masculinos —le confesó mientras la atraía otra vez hacia su cuerpo.
—Lo sé, Tomás, pero no debemos pecar a los ojos de Dios. Además, he escuchado a mi hermana contarle cosas a Luisa sobre las relaciones maritales y puedo quedarme en estado. Eso sería un gran problema para mí.
—Por eso no te preocupes. Si eso ocurriese, yo estaría a tu lado y me haría cargo de vosotros. —Ella seguía apartándose. Lo deseaba con anhelo, pero debía frenarlo. Sabía que el señor Andrés nunca consentiría que su hijo tuviese nada serio con ella.
—Tomás, aún dependes de tu padre. No me aceptaría, tú lo sabes. No tienes aún el título ni el trabajo y en unos días te marchas al servicio militar. Tienes que tener paciencia. En un par de años seré tuya para toda la vida.
Él de mala gana la soltó. ¿Ella no entendía que era un hombre y tenía sus necesidades? Si a veces acudía a los prostíbulos era solo por desahogo. Lo que él anhelaba con ímpetu era que Carmela fuese su amante, pero ella no transigía.
Aunque estaban alejados de la ceremonia, podían oír la música y el rumor de las voces. Después de un tiempo escucharon que la música se iba apagando y los invitados comenzaban a irse. Tomás acompañó a Carmela cerca de su casa y volvió a la fiesta. Se despidió de su hermana, la besó y le deseo la mayor felicidad. Acto seguido se retiró a descansar.
A la mañana siguiente se despertó sobresaltado por un alboroto. Se asomó a la ventana para ver qué jaleo había fuera. Un trasiego de gente de un lado para otro lo puso en alerta. ¿Tanto ruido hacían para retirar el banquete? Se aseó, se vistió rápido y bajó para averiguar qué estaba pasando. Al llegar al salón preguntó a la asistenta:
—Anita, ¿qué sucede que hay tanta algarabía?
—¡Señorito, una desgracia! Ha muerto un hombre.
6. ¿Culpable o inocente?
Tomás fue a preguntarle más detalles, pero vio a Carmela, que venía con rapidez a su encuentro. Al acercarse a ella la notó muy pálida.
—Llevo un rato intentando avisarte, pero siempre hay gente por aquí. ¡Tomás, está muerto, está muerto! —le confesó nerviosa, con los ojos velados por las lágrimas.
—¿Quién? —preguntó confuso y con un poco de resaca, creyendo que hablaba de un trabajador.
—El hombre de anoche. Al que tú le pegaste. Lo ha encontrado mi padre esta mañana. Estaba muerto entre los arbustos.
—¡Santo cielo! ¡No puede ser! ¿Lo he matado? —Su cara palideció de golpe y su voz salió desgarrada. Un escalofrío se apoderó de él. Se llevó las manos a la cara, sin poder creer lo que acababa de oír.
—No lo sé, está muerto. Una patrulla de la Guardia Civil acaba de llegar hace unos minutos.
—Yo le pegué con rabia, pero ¿tan fuerte como para matarlo? No, no, bien lo sabe Dios. —Hablaba en voz muy baja para que no le escucharan y porque el nudo que tenía en la garganta ahogaba sus palabras—. Carmela, ¿qué hago ahora? ¿Y si me detienen?
—¡Dios mío, qué horror! Tú le pegaste por defenderme. Debes intentar relajarte para que tu padre no te note nervioso. —Quería transmitirle la tranquilidad que ella, en su interior, no tenía. Él la había auxiliado y los celos lo cegaron, pero no era un criminal—. Hay que esperar a ver lo que investiga la policía.
—Sí, llevas razón. Reconozco que debo relajarme y no precipitarme. A ver qué pasa.
Tuvieron que dejar de hablar, pues los trabajadores estaban por todos lados. Carmela se fue a su casa y él, temeroso, se dirigió hacia las caballerizas, lugar donde se encontraba su padre.
—Buenos días, hijo, por decir algo. Mira con la tragedia que nos hemos despertado esta mañana.
—Padre, ¿quién es y cómo ha muerto? —Hizo como que no sabía nada para que no sospechase. Necesitaba saber todos los detalles.
—Es Julián Granados, un amigo de Jerez. ¿Te acuerdas de él? Ha venido un par de veces a visitarnos. Posee grandes bodegas. Vino solo, pues su esposa está a punto de dar a luz y no quiso meterse en carretera. Esta mañana lo encontró Gregorio tendido entre la arboleda. Creyó que se había quedado dormido de la borrachera, pero tras acercarse a llamarlo descubrió el cuerpo sin vida. Menos mal que tu hermana pasó su noche de bodas en la capital y no se ha enterado de nada. Da mal fario que en tu boda muera alguien, ¿no crees? —En ese instante se acercaron a ellos dos guardias civiles—. Agentes, este es Tomás, mi hijo menor.
—Buenos días, señorito Tomás. ¿Recuerda a la víctima? ¿Sabe si tuvo algún altercado con algún invitado?
—Buenos días, agentes. Mi padre me estaba informando de su identidad. —Tomás tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que nadie notase su inquietud. Le temblaban las piernas y todo el cuerpo—. En algún momento de la velada nos saludamos. Recuerdo después haberlo visto bebiendo. No obstante, no tuve apenas conversación con él. Cruzamos solo algunas breves palabras. Agente, ¿cuál ha sido la causa de su muerte?
—Joven, eso aún no puedo confirmárselo. Habrá que esperar a ver lo que nos desvela la autopsia. Sin embargo, según los primeros indicios de los que nos ha informado la policía judicial, el cadáver tiene la cara magullada, una brecha en la cabeza y huele bastante a alcohol. Al parecer, la causa podría haber sido una pelea. Parece que ha recibido un fuerte golpe en el cráneo.
Se acercó a ellos otro guardia y les comunicó:
—Cuando terminen los compañeros de tomar las huellas de la zona haremos el levantamiento del cadáver y se trasladará el cuerpo a la capital para que le hagan la autopsia. —Se dirigió al señor y le manifestó—: Por favor, debe facilitarnos la lista de todos los invitados a la ceremonia. Ahora mismo todos son sospechosos. También necesitamos la dirección de la familia del fallecido para avisarla del terrible desenlace. Hemos acordonado la zona donde se ha encontrado el cadáver. Señor De Robles, debe informar de que nadie puede cruzar el cerco. Hay huellas que seguramente tendremos que volver a estudiar. —Tomás palideció de golpe al escucharlo—. Señores, en unos días tendremos todos los resultados y les comunicaremos el dictamen final.
—¿Quién iba a decirnos que la boda de mi hija iba a terminar de esta forma? —exclamó el señor Andrés apesadumbrado—. Agente, voy a mi despacho por la lista de asistentes. En un momento se la entrego.
El señor y el hijo se dirigieron a la casona, los dos caminaban en silencio. Tomás volvió a su alcoba. Quería llorar, gritar, borrar todo de su mente. Como un animal enjaulado daba vueltas por la estancia, desesperado. ¿Era un asesino? ¿Cómo había podido