Carmela, la hija del capataz. Charo Vela
—¿Qué haces aquí? Deberías estar bailando con las distinguidas damiselas. —Esto último Carmela lo dijo con un atisbo de rabia en la voz por no ser una de ellas y, sobre todo, aunque no lo reconociese, dolida por los celos. Estaba guapísimo a la luz de la luna y su perfume volvía a embriagarle los sentidos. Ella entrecerró los ojos y se sonrojó de sus pensamientos, cosa que no le pasó desapercibida a Tomás.
La cogió por la cintura y la atrajo hacia su fornido cuerpo. Sus bocas quedaron a escasos centímetros de rozarse.
—Porque quería bailar contigo. —Empezó a danzar con ella al ritmo de la música. La acercó más a su cuerpo. Ella sintió el aliento de él en sus labios, notó que había bebido brandi. Entrecerró los ojos. ¡Olía tan bien a hombre!—. A mí la única mujer que me interesa eres tú, ya te lo he dicho. Desde que era pequeño me he sentido atraído por ti. Siempre recuerdo haber estado a tu lado. Mi cuerpo se altera cuando te tengo cerca. —Ella vibraba entre los brazos de Tomás. Él la acercó más a su cuerpo y ella pudo notar su excitación. Rebasó la pequeña distancia que los separaba y la besó apasionadamente.
Carmela no pudo negarse; era muy fuerte lo que sentía por él. Se dejó llevar y disfrutó de los labios de su amor prohibido.
—Tomás, esto no puede ser. No está bien y tú lo sabes. Pese a que no nos guste, las clases sociales existen. Yo nunca podré pertenecer a tu estatus. Debes olvidarte de mí.
—No puedo enterrar lo que mi cuerpo siente por ti, te deseo. Mis ojos al verte echan chispas, mi boca anhela la tuya y el palpitar de mi corazón desea hacerte mía. —Volvió a besarla, disfrutó de sus labios como un sediento después de días sin agua. Ella lo adoraba, lo había amado siempre. Era inútil engañarse por más tiempo.
—Tomás, debo irme. Mi madre se va a preocupar y va a venir a buscarme.
—Está bien. —Sin ganas la soltó y separó sus labios de los de ella—. Te acompaño.
—No, no. Pueden vernos. Tú debes volver a la fiesta. Necesito descansar. Mañana nos vemos. —Dicho esto, se marchó con prisas y trastornada por lo sucedido.
Esa noche ninguno de los dos durmió. Carmela por el latir acelerado de su enamorado corazón; la felicidad que albergaba en ella le impedía conciliar el sueño. Y Tomás por la excitación de su entrepierna, que ansiaba con urgencia poseer a Carmela.
Casi al amanecer Carmela cayó rendida en los brazos de Morfeo.
La mañana siguiente fue intensa y laboriosa, pues debían recoger todo lo que había quedado de la fiesta. Se encargaron las tres y alguna de las chicas del servicio.
Ya después del almuerzo, Lola y Carmela se reunieron con Luisa y Tomás para que les contasen todos los detalles de la velada.
—¡Ay, amigas, qué bien me lo pasé anoche! —les contó Luisa eufórica mientras la escuchaban atentas. Estaban sentados en un poyete cerca del molino.
—¿Bailaste mucho? —le preguntó Lola intrigada.
—Sí, todavía me duelen los pies de tanto danzar. Había muchos hombres apuestos y guapos. No me dejaban sentarme, todos querían bailar conmigo.
—Pero ¿hubo alguno en especial que te hiciera tilín? —indagó Carmela. Luisa sonrió ruborizada y con un gesto asintió.
—¡Sííí, no os lo puedo negar! —El brillo de sus ojos la delataba—. Se llama Anselmo, tiene veinte años y es un poco más alto que yo.
—¡Luisa, por los clavos de Cristo! Cuéntanos algo más. Me has dejado intrigada.
—Ja, ja, ja. Lola, no sabía que eras tan chismosa. Verás, es guapo y muy amable. Tiene el pelo claro y los ojos verdes. Ha terminado el bachiller, si bien no ha querido estudiar ninguna carrera. Se dedica a ayudar a su padre en la administración y los negocios de la hacienda. Es hijo único. Tienen almazaras y trabajan el aceite como nosotros. —Ellas la escuchaban contentas, se le veía ilusionada. Tomás estaba callado y serio—. Eso es todo cuanto puedo contaros. Me ha dicho que va a venir un día a visitarme si mi padre se lo permite.
—Sabes que nuestro padre aceptará, siempre que tú quieras verlo —le informóTomás sin dejar de mirarla—. Si viene más de uno a pretenderte, padre escogerá el mejor para ti. No obstante, no te obligará a desposarte con nadie a la fuerza.
—Oye, Tomás, ¿y tú? ¿Te fijaste en alguna elegante señorita? —Tomás no esperaba la pregunta que Lola acababa de hacerle y se sobresaltó. Posó sus ojos un segundo en Carmela y mirando a Lola le contestó.
—Ayer era la fiesta de mi hermana. Yo aún soy joven para eso.
—Anda ya, hermano. Si no dejaban de mirarte y estaban ansiosas por que las sacases a bailar. No paró de bailar con todas las jóvenes. No sé quién era más deseado, si él o yo.
—Hermana, no exageres. No tengo todavía ningún interés en esas damiselas. —Volvió a fijar la mirada en Carmela. Ella se colgó de esos ojos grises unos instantes y le sonrió—. Primero debo hacer el servicio militar y luego, terminar mi carrera. Cuando sea abogado, entonces me comprometeré con quien mi corazón escoja.
—Ah, por cierto, nuestro hermano Alberto ha puesto fecha para su boda —informó Luisa a sus amigas—. Será en la primavera del año próximo. Se casará en la basílica del Señor del Gran Poder y celebraran la ceremonia en el cortijo que tienen los padres de Constanza cerca de Utrera.
Una semana después dos jóvenes pidieron permiso para ver a Luisa. Primero acudió Marcelino, un chico al que conoció en la fiesta. Don Andrés le dio permiso para pasear con su hija por los jardines del cortijo. Pasaron toda la tarde charlando. A Luisa le pareció amable y educado. Al irse le dijo que el próximo domingo volvería a visitarla. Dos días después apareció Anselmo. Luisa al enterarse saltó de alegría. Su madre al verla se dio cuenta de que su hija estaba embelesada por ese joven.
—Hija, veo que te hace ilusión ver a Anselmo. ¿Lo esperabas?
—Sí, madre. Le confieso que todos son guapos, educados y unos señoritos. Sin embargo, Anselmo me ha calado más hondo. Hemos congeniado bastante. Tenemos que conocernos mejor, si bien me siento atraída por él.
—Bueno, entonces hablaré con tu padre para que avise a Marcelino. Ese joven no debe hacerse vanas ilusiones contigo, ya que tu corazón late por otro.
—Gracias, madre. —Se acercó a ella y la besó en la frente. Su princesa era ya toda una señorita comprometida.
A partir de ese momento, todos los domingos el señorito Anselmo visitaba a Luisa, su prometida, y pasaba con ella toda la tarde.
Lola sentía envidia sana al verlos pasear juntos, pues ella añoraba a su querido Luis. Dos meses antes había regresado a su pueblo para trabajar en la mina. Él, al despedirse, le prometió que volvería pronto a visitarla.
Los días iban pasando, cada uno con sus responsabilidades y quehaceres.
Tomás y Carmela se habían encontrado solo un par de veces a solas, en las que él furtivamente le había robado algunos besos. Un día, a mediados de mayo, Tomás sabía que ella estaba en su casa bordando. Llamó a su puerta, ella abrió. Estaba sola. Él le entregó un cesto con huevos que había cogido del gallinero.
—Hola, Carmela. Te traigo huevos. Hoy las gallinas han puesto muchos. Así podéis cenar tortilla, como a ti te gusta. Pero antes de darle a tu madre el cesto busca bien dentro. —Con una amplia sonrisa y guiñándole un ojo, se marchó. La dejó intrigada y sorprendida. «¿Qué se trae entre manos?», pensó Carmela.
Puso la cesta en la mesa y con cuidado buscó entre los huevos. Había una nota doblada. Con nerviosismo la desplegó y leyó lo que ponía:
Para la dueña de mis excitantes sueños. Cuando el sol se esconda, te espero donde mis labios probaron los tuyos por primera vez. Ansioso por volver a saborearlos.