El juego de la seducción. Martín Rieznik

El juego de la seducción - Martín Rieznik


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en ese contexto, el sexo y las relaciones de pareja rara vez iban de la mano; solo encontraban coincidencia si satisfacían situaciones de tipo social, en su mayoría centradas en mantener o incrementar el nivel socioeconómico de una familia. Hasta hace poco tiempo, el desafío más importante con el que podía toparse un hombre típico de ciudad era el de “pedir la mano” de la mujer que deseaba a la familia de ella. Ese panorama no requería de expertos en seducir a diferentes mujeres y menos todavía de mujeres que pudieran elegir libremente con quién estar. Lo que más aumentaba las chances de obtener la aprobación de la familia para consumar un matrimonio era la posición económica y social del postulante. Los casamientos, básicamente, eran acuerdos sociales (siguen siéndolo) mediante los que se sellaba un contrato que permitía compartir las riquezas (o las pobrezas) de una sociedad demasiado ocupada en su supervivencia como para pensar en vanidades.

      La posibilidad de seducir a varias mujeres (simultánea o consecutivamente) fue durante siglos un lujo estrafalario reservado a las clases pudientes. Los emblemáticos casanovas y donjuanes habitaban los palacios de una alta sociedad demasiado ociosa como para no distraerse. La seducción era una necesidad básica convertida en lujo. A esta suntuosidad corresponde el primer estudio riguroso sobre el tema del que se tenga registro: su autor es Ovidio, el poeta romano. Escrito en el siglo primero de nuestra era, su muy citado y poco leído Ars amandi (El arte de amar) constituye un verdadero manual para el seductor latino de la época. Sin embargo, en su libro, la seducción se postula como un bien accesorio, de uso para la más alta sociedad. Por eso no es de extrañar que una de las más preciadas recomendaciones de esa obra sugiera “trabar amistad con la sirvienta de la joven deseada”. Como sucedía hasta hace pocas décadas, la inmensa mayoría de la humanidad (todos aquellos que no pertenecían a la aristocracia) carecía de acceso libre a la seducción. Si dejamos de lado los últimos cincuenta años de historia, deberíamos retroceder hasta la época en que el ser humano vivía en pequeñas tribus para encontrar alguna sociedad en la que hombres y mujeres pudieran seducirse libremente (aunque no sabemos si entonces sucedía eso). En el interín, hemos sobrevivido a miles de años de tabiques y restricciones alrededor de este tópico. Hoy en día, si bien no nos enseñan cómo hacerlo, tampoco nos lo prohíben. Podemos seducir a quien queramos y, aunque parezca increíble, esta es una situación que la humanidad no ha vivido en decenas de miles de años.

      La revolución femenina

      El escenario actual es completamente nuevo para el género humano. La década del 60 –con el auge del hippismo, la liberación femenina, el acceso de las mujeres a la educación, etcétera– dio lugar a nuevas experiencias que, a su vez, generaron otras necesidades. Por primera vez, hombres y mujeres –libres para seducir, formar pareja y tener sexo con quienes quisieran– compartían el boom de los centros urbanos, de universidades atestadas y festivales multitudinarios. Los locales bailables y los recitales de música en vivo brotaron como hongos, de la noche a la mañana. Este fenómeno se observó en primer lugar en los Estados Unidos, luego en las principales ciudades europeas y finalmente se expandió por el resto del mundo. Y se sumó a los nuevos movimientos que proclamaban el amor libre, apoyaban el uso de la píldora anticonceptiva y sostenían ideales sociales transformadores.

      Ellas ya no se guardaban bajo el ojo protector del padre. Muchas veces, sus hogares natales se encontraban a cientos de kilómetros de sus nuevas residencias; los hombres, por su parte, tuvieron que aceptar compartir sus complejos académicos, sus clases, sus cafeterías y sus fiestas con mujeres diferentes. Ellas, como nosotros, comenzaban a dar rienda suelta a sus más profundos deseos sexuales y románticos. Feromonas, hormonas de todo tipo y millones de miradas se cruzaban en las aulas de lo que, en la práctica, resultó uno de los primeros laboratorios para la seducción. Ninguna antigua convención social servía en un ambiente tan proclive al intercambio entre las nuevas generaciones de jóvenes. Por primera vez, los hombres tuvimos necesidad de contar con alguna estrategia o técnica para poder aproximarnos a ellas y obtener una cita, un teléfono o un beso.

      En ese momento crucial se escribe el primer texto contemporáneo sobre cómo seducir a una mujer. Inicialmente, apareció en forma de fascículos, que luego fueron recopilados en un libro. En 1970, Eric Weber, considerado pionero en el área, publicó Cómo conseguir chicas, un compendio de frases para iniciar una conversación con una mujer. La historia mítica relata el surgimiento de esta obra: una tarde cualquiera, caminando por el campus de su universidad, su mejor amigo vio una mujer a la que se acercó para conversar. Weber, que observaba la situación, sostiene que lo hizo con la frase más absurda jamás escuchada. Por eso se sorprendió tanto cuando dos días más tarde vio a su amigo caminar colina abajo junto a su nueva novia, ambos envueltos en un misterioso halo de enamoramiento y sexo. Entonces concibió la idea de recolectar frases para iniciar conversaciones.

      Más allá de esta anécdota, los hombres debimos enfrentar los vientos de cambio de la llamada “revolución sexual”. Dejó de ser necesario pedir la mano de la doncella, pero en cambio pasamos a depender enteramente de nuestra habilidad de atraer. Las reglas de este nuevo juego generaron una competencia feroz entre los hombres: ya no éramos los únicos en la selva. Por supuesto, como sucede con toda habilidad, algunos contaban con más facilidad natural que otros. Pero el desconocimiento y la intuición siguieron siendo la norma: hombres y mujeres sin acceso a ninguna clase de información acerca de qué hacer, cómo y en qué momento.

      Los años 80 aportaron muchas novedades. Por primera vez, grupos de científicos –principalmente mujeres– comenzaron a estudiar el cortejo entre el hombre y la mujer. En estas investigaciones, se destacó una socióloga norteamericana, Leil Lowndes. Basada en estudios subsidiados por el gobierno para investigar la seducción en humanos, ella escribió algunos best sellers, entre los que se destaca su gran libro How to make anyone fall in love with you. En 1985, la tesis de doctorado del biólogo Timothy Perper (Sex Signals, The Biology of Love) se constituyó como hito moderno en la historia del estudio de la seducción. Con novecientas horas de estudios de campo (del tipo “hombre entra a un bar - lenguaje corporal positivo - mujer mueve su hombro en dirección a él - hablan - se van juntos del lugar”), Perper logró delinear lo que sería la base de la comunicación no verbal en la seducción y dio el puntapié inicial para el estudio de la misma con un método científico.

      Algunos de los avances más importantes en este campo tienen perfume de mujer. Este es el caso de la doctora Helen Fisher, etóloga que publicó numerosos tratados en neurociencia acerca de la naturaleza de la atracción. Anatomía del amor y Por qué nos enamoramos son sus libros más vendidos y comentados. Uno de los videos de TED más visto es una presentación de esta carismática científica: Why we love, why we cheat, una excelente disertación de quince minutos que cualquier amante del conocimiento sobre la psique humana debería ver.

      La revolución masculina

      Hasta aquí, mucha ciencia y pocas nueces. Los hombres aún carecíamos de una guía específica que bajara a tierra todos estos conocimientos y nos permitiera gozar con ellos. Esta revolución llegaría en los años 90, de la mano de la era cibernética, la world wide web e Internet. De ese enorme conjunto de hombres frente a una computadora surgirían los primeros foros acerca de estrategias y técnicas de seducción. Eran sitios secretos, de difícil acceso, que además requerían alguna clase de invitación de terceros. Sin embargo, de allí brotaría por primera vez en la historia de la humanidad un espacio masculino inédito. Uno en el que los hombres comenzaron a hacer algo que las mujeres practican desde hace decenas de miles de años: ellos empezaron a intercambiar técnicas y consejos sobre cómo seducir. Eran cientos de hombres de todo el mundo compartiendo metodologías, analizando las que funcionaban y las que no. Uno podía nutrirse de la experiencia de muchísimos otros en situaciones similares y ahorrarse, de paso, unos cuantos rechazos o escenas incómodas. Solidaridad entre hombres, seductores al servicio de la humanidad.

      De estas comunidades casi secretas en las que todo el mundo se conocía por nicknames y avatares, surgiría alguien que aportaría la estructura y la síntesis del proceso de seducción: un canadiense, mago de profesión. Erik Von Markovik (más conocido por su seudónimo, Mystery) viajaría por todo el mundo durante diez años para delinear y perfeccionar lo que daría a conocer con el nombre de Mystery


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