El Jardín que no supimos cultivar. Javier Hernan Rivera Novoa
y celeridad, unos cuantos muertos por el camino. Generalmente, provenientes de las páginas policiales. A lo mucho, en algunas ocasiones, si la noticia les llamaba por algo la atención, dejaban caer un “pobrecito”, refriéndose a la desdichada víctima de turno. Continuaban luego, con su lectura primero y con su rutina diaria después.
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No soportaba una curva más, Jorge no estaba acostumbrado a lo que estaba viviendo. Emprendía un largo viaje con la clásica resaca después de una maratónica noche de cerveza. Le importaba poco el hermoso paisaje que los acompañaba, el mismo que conoció de pequeño, pero que prácticamente no recordaba. Polo De Martini al volante, veterano en esas lides, sonreía al verlo de reojo.
Habían transcurrido tres días de su partida desde Lima. Abandonaban las ciudades de Huancayo y Jauja, ubicadas en la sierra, y se dirigían al Valle de Chanchamayo, en la ceja de selva. Jorge no dejaba de recordar una y otra vez; ya había transcurrido una semana cuando recibió la noticia de su traslado a esa importante pero peligrosa región. Ni los hermosos paisajes, ni el bono correspondiente, compensaban el riesgo en un país tan convulsionado. El hecho que Jorge, nunca había conducido ni laborado fuera de Lima, ahondaba profundamente sus temores y los de su esposa. Un día previo a su partida, ocurrió un terrible atentado en el malecón de Miraflores, ubicado en una importante zona residencial de la capital. Cuando atardecía, un grupo de terroristas atacó con bazucas, un camión del ejército que transportaba soldados por esa ruta, causando una penosa muerte a la mayoría de los ocupantes. El Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), se adjudicó el atentado, lanzando en el lugar panfletos. En ellos, resaltaban los objetivos de ese grupo y su hegemonía en el Valle de Chanchamayo; la región donde él se iba a dirigir. Esa misma noche, Jorge y su esposa Elena, miraban petrificados las noticias, sabiendo que él, pronto iba a arribar a las ciudades de aquel valle. Cuando finalmente partió, dejó a una inmóvil Elena en la ventana, con su hijo de meses en brazos, mientras lo observaba marchar.
Polo y Jorge trabajaban en la empresa cervecera más importante del país. Ubicada en Lima, pero sus productos se distribuían a diversas regiones del interior. Polo, con varios años más de experiencia en la empresa y en el puesto, conducía aligerado al tratarse de su último viaje a esa región. Para Jorge, recién ascendido y novato viajero, este constituía el primero. La función de ambos constaba en trasladarse desde Lima hacia la región asignada, para supervisar sus ventas. Existía también, personal subordinado a ellos que hacía lo propio en cada mercado del sector. Días previos en Lima, en la ceremonia de cambios anuales de la empresa, Jorge, recibía estupefacto y entre risas de sus compañeros, el sobre con el memorándum. Tenía que hacerse cargo de la región provinciana de mayor responsabilidad y riesgo, debido a los diversos atentados terroristas que solían acontecer allí.
Dentro de la camioneta que los transportaba, Jorge no soportaba las náuseas, el dolor de cabeza y el vaivén de las curvas. En días anteriores, cuando reconocían Huancayo y Jauja, Polo había presentado a Jorge con cada mayorista de cerveza “como Dios manda”. Mientras hablaban de la problemática del mercado, el mayorista de turno, no permitía que se pronunciase palabra sin que estuviese remojada en cerveza. Así, de mayorista en mayorista, de cerveza en cerveza, a Jorge poco a poco le costaba más trabajo acordarse cómo era que había llegado allí.
Después de ocho horas interminables de viaje, llegaron por fin a San Ramón, la primera ciudad de aquel sector. En el hotel les aguardaban Francisco Deza y Eduardo Cárdenas, colaboradores de Polo y Jorge respectivamente. De la misma manera, el primero abandonaba y el segundo ingresaba a trabajar a ese mercado. Posteriormente a la presentación con los mayoristas de esa ciudad, los cuatro procedieron a acostarse. Al día siguiente, tendrían que viajar a primera hora rumbo a las poblaciones de Santa Ana, Pichanaqui y Satipo, profundizándose al interior de la selva. La idea de partir muy temprano, obedecía a que, en ese trayecto, el riesgo de toparse con terroristas o “cumpas”, como les decían en la zona, era alto. Por lo tanto, deberían ir, entrevistarse al vuelo con el mayorista de cada pueblo y regresar con luz solar. Calculaban nueve horas en toda la travesía.
Francisco recordó que, en una ocasión, durante el período que laboró en la zona, tuvo que detenerse tras una hilera de autos. Terroristas del MRTA, habían bloqueado la carretera. En realidad, el asunto no pasó de un requerimiento de documentos y un susto. Sin embargo, fue motivo para decidir que las visitas a los mercados de penetración, fuesen esporádicas, sólo cuando la situación lo ameritaba. Polo le dijo a Jorge “No me hace ninguna gracia este paseíto, pero habrá que hacerlo”.
Emprendieron viaje en una camioneta pick up de doble cabina y tracción. Partieron a la hora prevista, no sin antes acudir donde una especie de informante, para que les proporcionara un pronóstico del “clima”, para ese día. “Hoy es jueves, va a estar tranquilo, no pasa nada” mencionó.
Ese dato los calmó un poco, sin embargo, no dejaron de tener los nervios a flor de piel, por cualquier cosa. No todos vivían la tensión de igual manera, a pesar que tenían el mismo perfil extrovertido, poseían temperamentos diferentes.
Polo, de treinta y tres años -El mayor de todos- Era muy locuaz y maduro en la mayoría de situaciones; pero en las tensas, podía soltar las riendas a sus nervios. A ratos serio, pero muy hablador, sacaba bajo la manga innumerables temas de conversación. Era capaz de ametrallar con palabras, aniquilando a cualquier interlocutor en contados minutos. De tez blanca, ojos y cabellos pardos oscuros, y mediana estatura, Polo, realizaba su último viaje con una motivación especial… al fin regresaba a Lima, e iba poder dedicarse adecuadamente a su esposa e hijo de cinco años.
Eduardo y Jorge, eran similares en cuanto a temperamento y carácter. Bromistas y risueños en muchos momentos y serenos en otros precisos. En cuanto a su personalidad, no se percibían los cinco años de diferencia que Jorge le llevaba. Sin embargo, sus características físicas distaban mucho. Eduardo era soltero, tez blanca algo bronceada y cabellos lacios castaños. Poseía una estatura superior al promedio del hombre peruano, la robustez de su anatomía le agregaba visualmente algunos centímetros más. Tenía la cara perfectamente redonda, generosas mejillas y ojos pequeños; éstos con frecuencia, solían achicarse aún más, cada vez que esbozaba una sonrisa.
De contextura mediana y estatura promedio, Jorge hacía gala de un estado físico, dedicado en sus tiempos libres, al permanente reposo. Su sedentarismo extremo, sin embargo, no se ensañó con su anatomía. Su cuerpo, mantenía algunas moderadas protuberancias en áreas claves, como cualquiera. Cabello castaño y ondulado, tez blanca, ojos pardos, gruesos labios, cubiertos por un marcado bigote que buscaba protagonismo en su rostro.
Finalmente, Francisco, aquel personaje tan peculiar. Muchas veces inoportuno, era una lechuga que repartía chistes y ocurrencias en todo momento y circunstancia. Se desenvolvía de acuerdo a su tiempo y espacio, parecía como si el mundo girase a su alrededor. Mantenía a veces, actitudes inocentes o torpes en apariencia, pero poseía, permanente buen ánimo y sonrisa, todo lo tomaba a la broma. En sus momentos de enojo, reaccionaba con cómica actitud, parecía como si siguiese bromeando. Para luego, con sorprendente facilidad, se deshacía en un instante de su mal humor y soltaba algún chiste. De contextura moderadamente delgada, se desenvolvía corporalmente con ademanes muy propios, imposible despojarse de ellos, perdería su esencia por completo.
A Jorge le impresionaba lo agreste y lo hermoso del paisaje. Andaban bastante lento por las condiciones de la carretera, ésta era de tierra, húmeda o mojada por áreas. Había huecos cada tanto, dentro de los cuales parecía que la camioneta se esfumaba, para realizar su aparición por otro sector.
Tenían permanentemente a su derecha una montaña con muchísima vegetación, que invadía sin cohibición alguna parte importante del camino. A la izquierda había también algo de vegetación y la compañía silenciosa del río Perené. En ocasiones, la camioneta tenía que sumergirse dentro de badenes cubiertos de agua de río, alimentado por algún bracito de éste.
Toda esa experiencia emocionaba sobremanera a Jorge, novato en estos menesteres. Vivir por primera vez ese hermoso paisaje selvático, con la carretera en tremendas condiciones, zambullirse en un badén, además de la paranoia de ser atacado en cualquier momento por algún terrorista, era realmente alucinante.
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