El Jardín que no supimos cultivar. Javier Hernan Rivera Novoa

El Jardín que no supimos cultivar - Javier Hernan Rivera Novoa


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Ellos lejanos, allá, en su mundo, rodeados de selva y de convicciones erradas. Ahora los tenía a pocos metros, ya no en una pantalla. Se encontraban en tercera dimensión, eran de carne y hueso, poseedores todos, de un fulgor seco en la mirada, e ideales distorsionados. Ninguno de los cuatro en ese instante, los iba a debatir. Uno de los efectivos, se inclinó hasta la altura de la ventana de Polo, observándolos con detenimiento.

      “Buenas tardes” Soltó un saludo Polo con tono amable. “Documentos” Obtuvo como toda respuesta. Procedieron a buscarlos nerviosamente dentro de sus billeteras, para entregarlos de inmediato.

      “¡Completo! Dennos con toda la billetera”. Ordenó el terrorista y todos obedecieron en el acto, excepto Jorge que demoró en entregarla. Con manos temblorosas buscaba algo dentro de ella. “¡Oiga, le dije con todo!” Exigió el hombre con voz elevada, pero sin llegar a gritar. Jorge, aun temblando y recostándose en un remedo de gesto cordial, le enseñó de lejos la fotografía de su familia, sostenida en la mano derecha. Simultáneamente, con la otra mano y pasando detrás de Polo, le alcanzó la billetera. El subversivo, lo observó un instante, con mirada inerte, y de inmediato, se alejó junto con su compañero. Caminaron a treinta metros del auto, se unieron al grupo donde se encontraba la mayoría. Pasaron cinco minutos y volvió uno solo.

       ¿Por qué no obedecieron el alto? -Preguntó el terrorista increpando.

       No, no lo escuchamos -Mintió Polo con cierto aplomo superando las circunstancias. Los de atrás trataron de apoyar con algo para reforzar su versión, pero Polo estampó en el retrovisor sus ojos que decían “Déjenme hablar sólo a mí”.

       Un compañero les hizo el alto, y dice que ustedes no han querido parar -Reclamó el efectivo.

       ¡Ah no, no lo vimos! -Insistió Polo, esta vez no tan convincente.

       ¿No lo vieron? ¿Uno con radio? -Consultó incrédulo el subversivo.

       No, no -Reafirmó Polo.

       ¿De dónde son?

       Bueno, somos viajeros, trabajamos en cerveza -Respondió Polo monopolizando las respuestas, pues él estaba en el manubrio.

       ¿Qué hacen por acá? -Insistió el emerretista

       Somos supervisores, estábamos viendo el mercado. Somos solo viajeros, empleados, no somos dueños de nada -Le dijo Polo adelantándose con imprudencia a las intenciones del terrorista.

       Responde solo lo que te pregunte -Ordenó el uniformado- ¿Todos trabajan ahí?

       Sí -Respondieron todos simultáneamente.

       Esperen un momento.

      Después de decir esto, el efectivo se volvió a retirar con dirección hacia el mismo grupo. Todos en la camioneta, se quedaron muy pensativos. En términos generales, consideraron que habían sorteado bien la situación, algo similar había experimentado Francisco meses atrás, sin un desenlace lamentable. Los terroristas agrupados, examinaban los documentos de los cuatro, uno por uno. De pronto, observaron la tarjeta de propiedad de la camioneta, estaba a nombre de la empresa. Era la compañía cervecera más grande del país. Jacinto, que estaba a cargo no lo dudó.

       ¡Ya chato, se van con nosotros!

       ¿Los llevamos? -Consultó el chato.

       ¡Claro! Esa empresa se caga en plata.

       Y... ¿Por qué mejor no nos llevamos nomás la camioneta?

       ¡No seas huevón chato! ¡Que vengan con nosotros!

      El chato caminó pesadamente nuevamente hacia el auto, los cuatro lo vieron acercarse y presintieron que nada bueno les iba a decir. Probablemente, tendrían que estar allí unas horas más, o en el peor de los casos se quedarían sin camioneta. Sintieron un desvanecimiento interior cuando escucharon. “Ya, enciendan el carro y vayan hacia el camión, lo bordean por ese costado y se estacionan en el otro lado. Ahí, hay una subida pequeña, ahí se quedan”. Obedecieron mudos y con los ojos fuera de órbita, Polo maniobró de acuerdo a lo indicado. El resto de conductores detenidos, los que llegaron antes y después que ellos, los miraban disimuladamente espantados, con expresión de “pobrecitos”.

      Al encontrarse al otro lado del camión, Polo efectivamente, observó una pequeña pendiente de tierra que conducía a la montaña, avanzó lentamente y se estacionó en la entrada. Se quedaron ahí unos minutos y de pronto, otro efectivo les ordenó descender del vehículo. Obedecieron y permanecieron allí, al pie de la montaña, sin saber qué cosa esperar.

      Al instante, vieron cómo un par de subversivos, procedieron a llenar la pequeña tolva de la camioneta, con cajas de agua gaseosa. Acababan de ser arrebatadas a un camión distribuidor, también detenido. Jorge, supuso que, al hacerlos bajar del vehículo, y haber llenado la tolva de bebidas, ellos se apoderarían de la camioneta, y los dejarían por su cuenta.

      “¡Acérquense!”. Ordenó Jacinto, con sus documentos en la mano. Todos se acercaron a él y a otro que estaba a su lado; este último poseía cara de niño, aparentaba menos de los diecisiete años de edad que en realidad tenía. “¡A ver…entreguen todo lo que tengan encima, relojes, sencillo, todo!”

      Procedieron a despojarse de sus pertenencias tal y como lo ordenó Jacinto. Se percataron entonces que, no les iban a devolver el Plan de Viaje, casi completo (dinero de viaje asignado) que habían entregado junto con sus billeteras. Posteriormente, les tocó deshacerse del resto de cosas de valor. Eduardo olvidó que había guardado su reloj en el bolsillo, así que no lo entregó.

       ¡De dónde vienen! -Consultó Jacinto ordenando

       Fuimos ida y vuelta a Satipo, ya nos estábamos regresando -Contestó, Polo.

       ¿Han visto algo por el camino? ¿Había patrullas de policías o morocos? -Preguntó refiriéndose a los soldados.

       No había patrullas, pero en Pichanaqui sí había policías.

      Jacinto continuó interrogando y Polo contestando. Jorge, mientras seguía atentamente el diálogo, soportaba la mirada directa, del subversivo menor, aquel que acompañaba a Jacinto. Sentía que lo atravesaba sin pronunciar palabra, no podía ser preludio de nada bueno. “¡Tú huevón! ¡Tú eres policía, yo te he visto en la comisaría!” Gritó muy fuerte el “cara de niño”.

      Algunos, al escuchar esa acusación, empezaron a verlo y a agruparse a su alrededor. Jorge, sudando frío y tartamudeando, intentó explicar a todos que el niño estaba en un error. Los otros tres, apoyaron a su amigo, indicándole a Jacinto que eso era un error, que trabajaba con ellos. “Tú, en mi billetera, tienes mi libreta electoral y tarjetas de mi trabajo, puedes comprobar que no soy policía”. Le dijo nervioso Jorge, dirigiéndose a Jacinto. El subversivo siguió la clamorosa sugerencia del angustiado y revisó los documentos.

      “¡Está bien Fermín! ¡No es tombo!”. Le dijo Jacinto al menor, utilizando la jerga peruana con la que llaman a los policías. “¿Estás seguro? Me parece que lo he visto en Pichanaqui” Insistió el chiquillo con voz aguda. “Sí, aquí está todo... ¡Ya ustedes suban a la camioneta”! Ordenó una vez más Jacinto. “¿A la camioneta? ¿No nos vamos?” Preguntó Polo; Jacinto le dio la espalda sin responder y los cuatro procedieron a volver a sus lugares en la camioneta. Mientras caminaban, Polo le dijo a Jorge. “A ver si te quitas esa pinta de cachaco”. Se refería a la apariencia de militar que en ese momento tenía Jorge. Es que los gruesos bigotes, la polera negra, los lentes de medida colgados al cuello; aquella tarde, no colaboraron mucho con él.

      Después de esperar unos minutos, se acercó Fermín y les dijo “Suban por el camino, dan la curva a la izquierda y se estacionan”. Luego de dar una curva en “U”, habían ascendido unos diez metros sobre la carretera, ésta se encontraba ahora a la izquierda de la camioneta. Todos, miraron con estupefacción en ese nuevo escenario, a unos cincuenta subversivos más. En una pequeña explanada, estaban los emerretistas conversando y riendo, no guardaban ningún orden


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