Tao Te King. Gastón Soublette
supone necesariamente la existencia de esa categoría de seres.
Los principios
Inserta la doctrina del Tao Te King en su verdadera problemática histórico-cultural, se establece una perfecta coherencia entre esa problemática y los principios del taoísmo primitivo tal como han sido expuestos en ese libro. Así, si la disidencia de Lao Tse con respecto a la sabiduría civilizadora de la dinastía Tchu consistió, como se dijo antes, en oponer a esa sabiduría el modelo del Imperio de las épocas aborígenes, es en referencia a dicho modelo arcaico de sociedad y de tipo humano que debemos entender lo que en este libro se quiere significar con las expresiones Tao, Virtud (Te), no-obrar, simplicidad, espontaneidad, Cielo y Tierra, Sabio, iluminación, santo soberano, Unidad, fuerza y debilidad, retorno, rigidez y flexibilidad.
El Tao de Lao Tse es el sentido del mundo presente en toda cosa y en todo acontecimiento. El hombre primitivo capta ese sentido por intuición en una experiencia directa del entorno y de sí mismo. Tal es su única posibilidad de vida. Pero el sentido del mundo se capta en el movimiento, en las mutaciones de todo acontecer. Este movimiento, que en la naturaleza es de una variedad infinita, tiene sin embargo una estructura, una ley interna, captada la cual, puede ser discernido, entendido en su dirección y desarrollo y asumido. Esa estructura o ley interna del movimiento es de naturaleza dialéctica, vale decir, está constituida por dos principios o polos, uno oscuro y suave, y otro luminoso y fuerte, los que en tiempos de Confucio tomaron los nombres de Yin y Yang, respectivamente. La comprensión de la acción alternada de ambas polaridades en la vida es la perfección de la sabiduría. Permite entender el sentido de todo acontecer y estar siempre a la altura de cualquier situación. Tal es la esencia de toda sabiduría primitiva y la urgente necesidad de todo hombre primitivo.
Pero este Tao de Lao Tse no es solo el sentido del mundo, sino también el principio único, el Uno, que se sitúa antes del mundo manifestado y su dinámica bipolar (la Gran Unidad de Confucio), el ser puro e inmutable, premisa de todo. De este Uno emana la vida, a modo de una virtud o poder (en chino, Te) que forma y sostiene a todos los seres, de manera que todo cuanto existe es lo que es y cumple en el conjunto la función que cumple por la acción de la virtud formadora del principio único. Y justamente el Tao, como sentido del mundo, se hace perceptible en la operación de Te, su Virtud.
El santo o sabio es el hombre dotado de Te, el miembro de la tribu en quien se manifiesta de un modo excepcional esa Virtud del Tao. Sus altas cualidades son el trasunto espontáneo de ese poder conferido de lo alto, y no el fruto de un esfuerzo (moral) por ajustarse a los cánones de comportamiento que son propios del orden civilizado.
Inserto en el orden nativo del mundo, el hombre tiene como supremo imperativo conocer ese orden e integrarse a él. En eso consiste el verdadero conocimiento. En ese sentido, el comportamiento sabio es lo que Lao Tse llama el no-obrar, vale decir, el no interferir, pues en el supuesto de que el orden nativo es perfecto, ningún expediente derivado de la inventiva humana puede igualarlo ni reemplazarlo, de modo que toda iniciativa de acción generada en un proyecto personal de vida independiente de toda consideración trascendente es, a la postre, una alteración del orden, y toda alteración del orden trae confusión, sufrimiento y muerte.
La vida ejecuta su tarea sin actuar. Es como un impulso global que opera sobre una totalidad y no en referencia a seres o situaciones considerados aisladamente. El no-obrar es, en este sentido, un trasunto del comportamiento de Te en la conducta humana.
Esta vida, que es la Virtud del Tao, forma, nutre y perfecciona a las creaturas, dándoles lo que les falta para completarlas, pero sin hacer acepción de personas. Lo hace igualmente con el bueno como con el malo. En la observación de este hecho se halla la base de una sabiduría ética natural, que no hace acepción de personas, diferente de la moral civilizada basada en la artificiosa ciencia del Bien y del Mal. Originalmente, según Lao Tse, no existen el Bien ni el Mal. El Bien racionalmente formulado es un artificio que violenta la vida. Por eso el incremento del Bien lleva siempre aparejado un incremento proporcional del Mal. Tantos más hombres de moralidad superior se destacan, tantos más ladrones y asesinos surgen. Tanto más perfectas son las leyes, tanta más confusión y degradación moral habrá.
El Sabio se atiene a la simplicidad. Establecerse en el conocimiento verdadero del mundo, amar y servir a los hombres son su razón de existir, pero no en nombre de la moral sino por espontánea inclinación. Frente a la omnipotencia del Uno inmanifestado, su respuesta es la humildad. Todo engrandecimiento personal, toda manipulación de la vida contradice el sentido del mundo, y todo lo que contradice el sentido del mundo perece rápidamente.
La suprema manifestación de la dialéctica universal es el par Cielo y Tierra. Entre ambos está el hombre y sobre todos está el Tao. Hay un Tao del Cielo y un Tao del hombre. El Tao del Cielo es otro modo de nombrar el sentido del mundo. El Tao del hombre tiene un sentido peyorativo, como un comportamiento no ajustado al Tao. Tal es por excelencia el comportamiento del hombre civilizado.
Del hombre que conoce el sentido del mundo se dice que está iluminado. Tal es la condición del Sabio. Los grandes sabios nacen iluminados, pero la iluminación se puede cultivar por medio del yoga taoísta. En esencia, este yoga consiste en vaciarse de todo deseo y pretensión y asumir la simplicidad y la humildad que son inherentes al ser humano. En este vaciamiento personal, el hombre deja actuar en sí mismo a la Virtud del Tao.
Ese estado constituye la paradójica debilidad taoísta, actitud fundamental en la vida que consiste en preferir la frágil flexibilidad de la caña a la rígida robustez de la encina. Corresponde a una conducta en la que el polo Yin materno recupera su lugar ante la avasalladora hegemonía del polo Yang, exigida por la empresa civilizadora. Ambos polos suponen una constelación de virtudes que son propias de su esfera de acción, y justamente la civilización se construye cultivando en los hombres las virtudes paternas de la creatividad, el intelecto y la acción, en tanto que la vuelta a la armonía original de la naturaleza supone el desarrollo de las virtudes maternas de la receptividad, la intuición y el afecto, en armonía con la constelación paterna.
El Sabio rechaza la ciencia, rechaza la habilidad y se atiene a lo esencial, él recibe su verdadero alimento de la vida misma. La sabiduría taoísta no consiste en saber. El saber corresponde a una forma inferior de conciencia. La verdadera sabiduría es un estado superior del ser que se da sobre el funcionamiento ordinario de la mente. En ese estado se toma conciencia del sentido del mundo, a modo de una vivencia y no intelectualmente. Así, el Tao deviene para el hombre como la verdadera dimensión de su propio ser.
Cuando el Sabio gobierna, protege al pueblo de la influencia de los hombres talentosos y geniales, protege al pueblo de la vanidad, el saber y el apego a los bienes materiales. El Sabio gobierna a la sociedad no solo como grupo humano, gobierna sobre un total de vida natural que incluye a los hombres junto a las demás creaturas. Gobierna en nombre del Tao. Para eso evita actuar, evita interferir en el orden nativo del mundo en el cual los humanos alcanzan su plenitud y cumplen sin alteración su verdadero destino como seres vivos, junto a otros seres vivos, en libertad y autonomía. Por eso el sabio taoísta rechaza toda forma de artificio, regresa por el camino dejado atrás por la civilización, regresa desde el mundo exterior a su propia esencia.
Destino histórico del mensaje de Lao Tse
De más está decir que si Lao Tse gozó de algún prestigio en su tiempo por su sabiduría y su santidad, también se creó entre sus contemporáneos y pares la fama de retrógrado. Hay en esto, empero, un punto que conviene aclarar a fin de justificar lo que se desprende de este trabajo como conclusión sobre el Viejo Maestro, es decir, que el Tao Te King es la obra de un verdadero iluminado.
En este sentido, conviene tener claro que el paradigma de la sociedad arcaica y el tipo de hombre sabio de los tiempos aborígenes no se propone en el Tao Te King con el propósito definido de abolir la civilización, porque eso es imposible (y así debió entenderlo Lao Tse), sino para evitar que en el desarrollo de la empresa civilizadora se pierdan ciertos principios de validez universal que proceden justamente del estado de armonía original, los cuales no son relativos a la cosmovisión de alguna cultura en particular, sino al simple hecho de vivir inmerso en el orden natural, en ese estado de inocencia histórica, principios que por lo demás han sido comunes a todos los pueblos. En este