Tao Te King. Gastón Soublette
iluminada que en los tiempos civilizados se da solo en forma muy excepcional. Esto explicaría por qué los grandes iluminados que han aparecido en las épocas históricas enseñan una sabiduría en la cual reaparecen siempre esos mismos principios.
Por eso conviene formarse una idea clara de lo que el aporte de Lao Tse fue real y finalmente en el desarrollo de la cultura china posterior, esto es, el polo espiritual Yin frente al polo Yang representado en el confucianismo. De modo que, una vez estructurado el paradigma cultural de la China clásica, a partir de la dinastía Han, confucianismo y taoísmo llegaron por aproximación a constituir la verdadera dialéctica del alma china, así el taoísmo cumplió frente a la ortodoxia oficial la función de un paliativo materno capaz de mantener el equilibrio frente a los excesos de la empresa civilizadora de un gran Imperio.
El tenor mismo de los epigramas del Tao Te King supone que el Viejo Maestro está entregando su mensaje a una sociedad civilizada en la cual es preciso rectificar muchas cosas en el sentido de los dichos principios originarios. Tal fue, por lo demás, el sentido que tuvo el servicio desinteresado prestado por muchos taoístas (sabios ocultos) en la administración del Imperio (y sabemos que los hubo hasta en el equipo de ministros), todos plenamente conscientes de lo que hacían.
De manera que la síntesis del confucianismo y del taoísmo, operada paulatinamente hasta constituir esa bipolaridad fundamental de la cultura china (la racionalidad confuciana penetrada por el aliento taoísta), configuró ese rasgo inconfundible que todo lo chino tiene, visible en expresiones culturales de un fuerte atractivo poético y estético, donde todo, en última instancia, hasta lo más ínfimo de la vida humana, está referido al inefable misterio del Tao y al encanto de lo natural.
Problemas de la interpretación del Tao Te King
Considerando al Tao Te King como un documento de sabiduría inserto en una época, corresponde ahora referirse al modo cómo hoy el investigador enfrenta ese pasado de la cultura china, poniendo de manifiesto algunos supuestos distorsionadores que impiden ver claro al respecto, los cuales no proceden sino del paradigma científico en el cual se basa el estudioso contemporáneo para enfrentar los mundos del pasado.
Es un hecho que la cosmovisión personal del investigador tiene mucha incidencia en las conclusiones a que él llega en su investigación. Y esa cosmovisión, o paradigma, está constituida por un complejo de supuestos en base a los cuales él piensa y actúa sin llegar a cuestionarlos. Entiendo que este es un problema que se da en toda investigación, aunque creo necesario advertir que se agudiza al extremo tratándose de un tema como la filosofía de Lao Tse, pues el paradigma en que este sabio antiguo se basa para formular su pensamiento difiere tan radicalmente del nuestro, que por su crítica fundamental a la civilización, se vuelve básicamente extraño a todo paradigma que parta del supuesto de que el estado civilizado es el modo propiamente humano de ser.
Frente a una posición como esta, resulta pertinente considerar la limitación que implica en un investigador el que, basado en sus supuestos inconscientes, no capte debidamente ese aspecto del Tao Te King.
Es lo que más frecuentemente ha ocurrido entre los comentaristas occidentales.
Entiendo que la tarea a este nivel más sutil no es fácil, pues ante lo insólito que resulta a veces el mensaje de Lao Tse, por esta y otras razones, me asiste la convicción de que para captarlo se requiere, como antes se dijo, de cierta empatía con su cosmovisión. En consecuencia, no parece ser lo más indicado para emprender la tarea de estudiar este texto de sabiduría que el investigador sienta una incompatibilidad radical con sus puntos de vista, pues no son pocos los investigadores que, por las razones antes anotadas, han proyectado sobre este y otros escritos taoístas, en sus traducciones e interpretaciones, consciente o inconscientemente, sus sistemas de valores.
De modo que, si en el Tao Te King se cuestionan los valores de la civilización y se promueven los valores aborígenes, el investigador debe actuar con la libertad de espíritu que le permita enfrentar en toda su crudeza ese desafío sin tratar de domesticar a Lao Tse.
Algo semejante a lo que ocurre en Teología Bíblica con la interpretación de los capítulos II y III del Génesis, en los cuales parece sugerirse algo que ningún teólogo estaría dispuesto a enfrentar en toda su crudeza, esto es, que la descripción del estado paradisíaco conlleva la intención de decir que la vida, básicamente como Dios la da, en contraste con la inventiva humana, es perfecta, y que el modelo propuesto en la persona de Adán corresponde al deber ser de las cosas. En este orden de ideas, y dada la simbología empleada en la narración bíblica en esos pasajes, tomada en gran parte del poema de Gilgamesh, el texto parece sugerir que el pecado por excelencia para el monoteísmo de Israel, aquel que acarrea la muerte no solo de los individuos sino de los pueblos, consiste en seguir la escuela de sabiduría de los dioses civilizadores del paganismo, por cuyo mandato e inspiración se han levantado gloriosos imperios y se ha seguido el modelo del superhombre. La tendencia reiterada del Israel bíblico a despreciar eso que llamamos las maravillas del mundo, llevada al extremo en la tentación de Jesús en el monte, cuando Satanás aparece ofreciéndole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, permitiría abrir un horizonte en ese sentido coincidente con la posición de Lao Tse.
Ahora bien, dadas las dificultades que la debida comprensión de la filosofía de Lao Tse presenta por las razones antes anotadas, lo más ecuánime y justo que he leído sobre el particular es el ensayo que Richard Wilhelm escribió bajo el título de “Lao Tse y el Taoísmo”, tanto más ecuánime y justo que siendo él un cristiano militante y pastor luterano, debió enfrentar grandes dificultades de adaptación al comienzo de sus investigaciones. Pero ocurrió que con el tiempo su entusiasmo y adhesión a la filosofía china fue tal, que al fin hasta pudo dudarse de su ortodoxia cristiana. En el ensayo antes mencionado se puede apreciar el respeto y la apertura de espíritu con que este gran sinólogo enfrenta el mensaje de Lao Tse aun en sus expresiones más aparentemente incompatibles con la cosmovisión occidental. Con todo, su adhesión al confucianismo le impidió ver que el filósofo taoísta Tchuang Tse, en numerosos pasajes de ficción de sus escritos, deja a Confucio en mala postura, ya sea poniendo en boca de este discursos en que aparece reconociendo la superioridad del taoísmo en una controversia, o, convertido al taoísmo, impartiendo enseñanzas que son propias de esa escuela, a lo cual se agregan no pocos pasajes irrespetuosos para el maestro y sus discípulos. Resulta pues curioso que Wilhelm, ante la evidencia de este flagrante rechazo del confucianismo que, por momentos, se vuelve violento en los escritos de Tchuang Tse, diga que este filósofo veneraba a Confucio como a un gran maestro. Este es el caso típico de error subjetivo en un gran investigador, error que cualquier lector medianamente informado podría detectar sin que para eso se requiera tener la competencia de un Wilhelm.
Entre los católicos (León Wieger, Carmelo Elorduy) se observa que no resisten la tentación de agregar en sus interpretaciones y comentarios algunas reflexiones impertinentes, y por demás ingenuas, para advertir al lector de los peligros que implican algunos asertos de Lao Tse, exponiendo como contrapartida lo que sobre el particular enseña la “sana doctrina católica”, en circunstancias que lo que podría ser más peligroso en el taoísmo, cual es su crítica radical a la civilización como fenómeno humano, no parece inquietarlos. En este sentido, está claro también que León Wieger y otros investigadores católicos no han podido seguir al taoísmo hasta sus verdaderos extremos por razones de formación doctrinaria.
Entre los más desprejuiciados cito aquí al notable sinólogo inglés Arthur Walley, quien, aunque libre de prejuicios en muchos aspectos, ha caído en el prejuicio mayor de calificar al taoísmo de quietista, introduciendo la confusión en lo que es la cosmovisión de Lao Tse, con toda la carga negativa y equívoca que la palabra quietista tiene para la mentalidad activista occidental. El ensayo que escribió a modo de prólogo a su traducción (histórica, según él) del Tao Te King, con todo lo iluminador que resulta desde la perspectiva histórico-cultural de los siglos posteriores a Lao Tse, y en busca de una verdad histórica (objetiva) que para los siglos anteriores no se posee, pierde el sentido de la totalidad de la cultura china, quedando el Tao Te King fuera del verdadero contexto espiritual en que se generó y proyectó. Basta constatar que él confunde el yoga taoísta con vulgares prácticas de hipnosis, reduciéndolo a un simple chamanismo tribal, para comprender que él se