Mosko-Strom. Rosa Arciniega
escribiendo sobre temas literarios de diversa índole: García Lorca, Blanca de los Ríos, Gregorio Marañón, Menéndez Pelayo, el estreno de La Celestina de Margarita Xirgu, la influencia de César Vallejo, la literatura argentina tras la dictadura, el castellano en Norteamérica, etcétera. Entre sus actividades, sabemos que colaboró activamente en el Congreso por la Libertad de la Cultura (1950-1967); que en 1957 suscribió el Manifiesto en defensa de Hungría, de intelectuales americanos encabezados por Gabriela Mistral, A. Houssay, Juan Ramón Jiménez y Pablo Casals (otros peruanos firmantes fueron Antenor Orrego y Luis Alberto Sánchez); que fue agregada cultural del Perú en Argentina, «la primera mujer peruana acreditada como diplomática ante un gobierno extranjero»; y que en 1986, en el Perú, la reconocieron como escritora de prestigio internacional, concediéndole una «pensión de gracia»20.
Mosko-Strom, y ahí está la enorme fuerza que atrapa al lector desde la primera página, es de total actualidad; es un discurso que hoy día, en un mundo donde la humanidad está condicionada y atrapada por la tecnología mucho más allá de lo que Arciniega hubiera podido imaginar, se nos muestra en plena vigencia y nos hace reflexionar de nuevo. Vivir únicamente preocupados por las ocupaciones diarias, condicionados por la aceleración del tiempo, preocupándonos con superficialidades que no satisfacen íntimamente, acoplados a «una época locamente lanzada al vacío de la velocidad por la velocidad misma, sin otra dirección, sin otro itinerario, sin otra meta que el brusco enriquecimiento, que la rápida consecución de la fortuna y el bienestar material por cualquier medio», es una inquietud que la sociedad actual se plantea y sobre la que recapacita.
Inmaculada Lergo
Sevilla, 22 de julio de 2020
1 Una versión parcialmente distinta de este texto acompañó la edición española de Mosko-Strom, publicada en Sevilla por la editorial Renacimiento (2019).
2 A este respecto, véase: Martínez Gómez, J. (2014). «Escritores peruanos en España (1914-1939)». En Carmen de Mora y Alfonso García Morales (eds.), Viajeros, diplomáticos y exiliados. Escritores hispanoamericanos en España (1914-1939) (vol. iii, pp. 365-399). Bruselas: P.I.E. Peter Lang.
3 Respecto a esta editorial, consultar el artículo de Gonzalo Santonja: «Breve perfil de la editorial Cenit (Madrid, 1928-1936)», disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de: http://cervantesvirtual.com
4 «Las mujeres en el arte». Estampa, 17 de marzo de 1934.
5 Continúo, a la fecha, intentando conseguir documentos escritos o testimoniales sobre este punto.
6 Vuelto a publicar en La Prensa el 23 de septiembre de 1973. Mi agradecimiento a Richard Cacchione Amendola por haberme facilitado el dato exacto y los artículos.
7 Estampa, 17 de julio de 1932.
8 Estas imágenes que nos describe Arciniega recuerdan poderosamente las que más tarde ofrecerá en forma de parodia y de manera tan genial Charles Chaplin en su película Tiempos modernos.
9 Recordemos la cercanía del crac de la bolsa neoyorquina de 1929. La construcción ficticia de Cosmópolis está hecha con muchos elementos propios de la Nueva York de entonces.
10 Publicada en Barcelona por Ediciones Luis Miracle, dentro de la colección Centauro y con traducción de Luys Santa Marina.
11 Mundo Gráfico, 5 de julio de 1933.
12 «De los estilos». La Gaceta Literaria, 1 de agosto de 1931.
13 De Mora & García Morales, op. cit., vol. iii, pp. 473-488.
14 «Ideas al vuelo». La Gaceta Literaria, 1 de septiembre de 1931.
15 La fecha de nacimiento había quedado datada con la partida de bautismo, que reprodujo Manuel Zanutelli en Periodistas peruanos del siglo xx. Itinerario biográfico (Universidad San Martín de Porres, 2008) y que transcribo: «En esta Santa Iglesia Parroquial de Santa Ana de Lima a los cinco días del mes de Marzo del año del Señor de mil novecientos cuatro, el infrascrito Teniente de Cura Rector, bautizó solemnemente a Rosa Amalia Arciniega, nacida en Pallasca, Cabana, el diez y ocho de Octubre del año pasado, hija legítima de Don Artemio Arciniega y de Doña Rosa de la Torre. Fueron padrinos Doña Elvira Larrabure y Don Adolfo Dreiffus y testigos Don Elías Llerena y Toribio Mandujano, de que doy fe. Dr. Manuel Soto» (mi agradecimiento a Bernardo Díaz Nosty por facilitarme estas páginas); y la fecha del fallecimiento con el certificado de defunción —que amablemente me ha enviado su nieto, Mario Merlo, a quien igualmente agradezco—, que la fija el 30 de noviembre de 1999 en la calle Bartolomé Mitre 2553, de Buenos Aires, Argentina. Hay que advertir, sin embargo, que en dicha partida se indica erróneamente como fecha de nacimiento el 18 de octubre de 1910. Hasta el momento, en la mayoría de los artículos, se hablaba de 1909.
16 Las referencias publicadas hasta el momento hablan de 1930, y la misma Arciniega da la fecha de 1929 en el artículo de Emilio Fornet titulado «Las mujeres en el arte», publicado en Estampa (17 de marzo de 1934), pero debía estar en España ya desde 1928 pues, como se ha dicho, su hija nació en Barcelona el 14 de agosto de ese año. Debo ese dato, y el de su salida de España en 1936, a Mario Merlo, nieto de Arciniega. Probablemente, poco después se trasladará a Madrid, a finales de 1929 o inicios de 1930.
17 La Gaceta Literaria, 1 de junio de 1931.
18 La Libertad, 6 de diciembre de 1931.
19 Mundo Gráfico, 26 de diciembre de 1934.
20 Muchos de estos datos son ofrecidos por María del Carmen Simón Palmer. Al respecto, ver: Simón Palmer, M. C. (2015). «La Mujer Nueva americana en España: Rosa Arciniega». En B. Ferrús y A. del Pozo (coords.), Mosaico transatlántico. Escritoras, artistas e imaginarios (España-EE.UU., 1830-1940). Valencia: Universidad de Valencia.
Mosko-Strom
El torbellino de las grandes metrópolis
Primera parte
Capítulo I
1
El ingeniero Max Walker alzó un momento la cabeza para encender un cigarrillo. Hasta entonces no se había dado cuenta de que la luz artificial, insensiblemente, había sido sustituida por otra luz más lechosa y cruda que se filtraba por los amplios ventanales de su despacho: la clara luz del amanecer.
Dentro de la cónica concha de la pantalla —blanca en el interior, azul por fuera— la bombilla eléctrica seguía enroscando sus filamentos incandescentes; pero ya su reflejo era solo un débil punto fosforescente, anegado en la infinita claridad del día. «Estaba trabajando con luz natural» —se dijo Walker—. Y dio media vuelta al conmutador. Miró luego su reloj