Hinault. William Fotheringham
francés había ganado en Wevelgem antes que Hinault, ni más ni menos que un français llamado Jacques Anquetil. Sin embargo, los flamencos no se tomaron a Hinault demasiado en serio porque los mejores belgas del momento, Eddy Merckx, Freddy Maertens y Roger De Vlaeminck, no habían participado en la clásica de mediados de semana. Un periódico de Flandes salió con el titular «En la tierra de los ciegos el tuerto es el rey». «Imbéciles», dictaminó Guimard. Cinco días más tarde llegaría un golpe mayor en la Lieja-Bastoña-Lieja, en la que, esta vez, sí que se presentaron todos los grandes nombres: Merckx, el alemán Didi Thurau, Maertens, De Vlaeminck. Fue un día de perros: frío, con constantes chubascos y, para terminar, lluvia y nieve con la suficiente fuerza como para comenzar a cuajar sobre los coches que estaban en las cunetas. Durante la aproximación final, saliendo de las Ardenas y entrando en Lieja, el robusto clasicómano Dierickx atacó saliendo de un selecto grupo en la ascensión final, la Côte des Forges, a doce kilómetros de la meta; Hinault salió a su rueda.
Dierickx había ganado la Flecha Valona en dos ocasiones y parecía ir directo a añadir a su palmarés esa Lieja. Conocedor de la capacidad que tenía Hinault para los esprints largos Guimard le dijo que se pusiera delante de Dierickx en la recta de meta, que bajara la intensidad un instante y después volviera a esprintar. En la meta la carrera realizaba un giro de 180 grados junto al río Meuse, en el Bulevar de la Sauvenière, antes de regresar en sentido contrario hasta la bandera a cuadros; Guimard aparcó su coche a unos cientos de metros de la meta en el lado contrario del paseo central y —con el grupo perseguidor a la vista— le gritó a su ciclista cuando realizar su movimiento. «Me puse delante, tal y como me había dicho Cyrille», recordaba Hinault. «En aquel primer movimiento logré un par de metros sobre Dierickx; yo sabía que él llevaba un desarrollo mayor que el mío1, así que cuando me recuperó la desventaja volví a atacar, sin tener muy claro del todo dónde se encontraba la meta». A cincuenta metros Dierickx había puesto su tubular por delante del de Hinault, pero al cruzar la meta todavía se encontraba varios palmos por detrás. «Había subestimado la capacidad de aguante de Hinault tras seis horas y media de intensa carrera, y su capacidad para guardarse las suficientes energías como para esprintar», escribió el periodista británico Peter Drucker en International Cycle Sport.
Ganar en Bélgica estaba muy bien, pero el momento exacto en el que Hinault se asentó, de forma tangible, en la conciencia nacional francesa es muy concreto: la sobremesa del 4 de junio de 1977, descendiendo el Col de Porte durante la penúltima etapa de la Dauphiné Libéré. Este fue su primer intento de conseguir una gran carrera a su paso por las grandes montañas; el Porte estaba situado al final de una etapa que partió de Romans-en-Isère y terminaba en Grenoble, pasando otros dos grandes cols, el Granier y el Coq; después del Porte, la etapa concluía con la gran pendiente que ascendía desde la Bastilla de Grenoble hasta la fortaleza construida por Vauban. En el pelotón estaba la flor y nata del pelotón de mitad de los 70: Merckx, Thévenet, Poulidor, Hennie Kuiper, Joaquim Agostinho. También estaba el que fuera líder de Hinault, Van Impe, que aquel invierno dejó el equipo tras pedirle a Guimard un enorme aumento de sueldo. Sabiendo que Hinault estaba ya prácticamente a punto, Guimard no tuvo reparos en rechazar la petición de Van Impe.
La carrera había comenzado en el Col du Coq, donde Thévenet atacó; Hinault alcanzó a los líderes durante el descenso, pasando al ataque en el Col de Porte. En la cima tenía 1:30 sobre Thévenet y Van Impe: «Quería más y más, pasé volando por las tres primeras curvas de herradura del descenso, y en la cuarta… ¡boom!». Echó una rápida mirada a su derecha «y fue como si una mano gigante me agarrara del cuello. Afronté la curva con demasiada velocidad, frené, pisé una mancha de arena y volví a frenar, bloqueando las ruedas por completo». Cayó por el barranco, mientras el comentarista de televisión gritaba «oh-la-la», sin duda, temiendo por la vida de Hinault después de que este desapareciera de plano. Se puede perder la vida, una carrera profesional puede tocar a su fin por este tipo de accidentes, pero, milagrosamente, un árbol frenó su caída; Guimard bajó por el barranco y lo ayudó a salir poniéndole sus hombros como apoyo. «Ambos demostraron una sangre fría y unos reflejos impresionantes; casi daba la sensación de que aquello hubiera estado orquestado», escribió Olivier Dazat.
René Hinault había bajado la bicicleta de repuesto del techo del coche y su primo seguía todavía en cabeza cuando llegó a la Bastilla —la descomunal fortaleza que se yergue cien metros por encima de Grenoble, en la otra orilla del Isère desde el centro de la ciudad—, después de recibir los vítores de la gente que había presenciado la caída en la televisión y que había salido de sus casas para verlo pasar. El ascenso a la Bastilla tiene siete kilómetros, con una pendiente media entre el 13,5 y el 15 por ciento. Hoy en día la gente suele ir allí en teleférico. A quinientos metros de la cima, los nervios traicionaron al joven Hinault. Todavía traumatizado por aquella caída que podía haber resultado mortal, se bajó de la bicicleta, realizó a pie unos veinte metros antes de volver a subir a su máquina y lograr la victoria en la etapa con 1:20 sobre Van Impe. Aquella tarde, Guimard acudió a aquel barranco a recoger la bicicleta. El mecánico del equipo tuvo que bajar aferrado a una cuerda; estaba hecha pedazos, treinta metros más abajo de la carretera.
El escritor Philippe Bordas realizó una comparación entre el momento en el que Hinault sale de aquel barranco y un «parto violento». Todo esto pasó en directo, en la hora de máxima audiencia de un sábado por la tarde, en la televisión, ante la mirada de millones de espectadores. Desde entonces Hinault se convirtió en una figura nacional, de las que se esperaba que lograra el Tour de Francia. Tras aquello, Merckx designó al joven francés como su sucesor: la manera en la que el Caníbal le cedió el testigo fue ayudando a Hinault después de que este sufriera una crisis durante el último día, en el Col de la Forclaz, en cuya ascensión sufrió un dolor inmenso a consecuencia de la caída. «El muslo derecho me dolía una barbaridad, no podía sujetar el manillar ni podía casi respirar. Mentalmente, estaba destrozado». La caza tras una escapada que lideraba Thévenet resultó de lo más intensa, e Hinault terminó a 1:44, manteniendo el maillot de líder por apenas 17 segundos.
Thévenet se adjudicó la contrarreloj final por unos míseros 8 segundos. Hinault había derrotado al vencedor del Tour de 1975 y había sido mejor en las montañas que el ganador del Tour de 1976, Van Impe. Tres semanas después Thévenet conseguiría su segundo Tour, pero era consciente de lo que se avecinaba en un futuro muy cercano. «El año que viene», dijo, «Hinault será intocable».
5El Criterium de Camors, también conocido como Ronde des Korrigans, se sigue celebrando en la actualidad, solo que a finales de julio, como parte del circuito francés posTour. Ploërdut se siguió organizando de manera anual hasta 1981, con otra edición final en 1992.
6Gitane forma parte en la actualidad de Cycleurope, propiedad del conglomerado sueco Grimaldi Industri AB, mientras que la producción se ha llevado a Romillysur-Seine, al este de París
7El trío de premios Pernod a toda la temporada —Promoción (para los neoprofesionales franceses), Prestige (para el mejor profesional de Francia) y el Super Prestige International— se dilucidaban por una serie de puntos repartidos en las carreras importantes. Se otorgaron entre 1958 y 1987, cuando las leyes francesas contra la publicidad del alcohol y el tabaco acabaron con este patrocinio.
8El Tour de l’Oise fue rebautizado como Tour de Picardie en el año 2000.
9De acuerdo con la crónica, Hinault no llevaba puesta la corona de 13 dientes, sino un 14, mientras que Dierickx llevaba el 13. Seguro que M. Le Roux estaba de lo más orgulloso.
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