Hinault. William Fotheringham
fundado en los cincuenta para evitar a los deportistas franceses que el servicio militar cortara su proyección. Hinault no pudo optar a ello ya que apenas llevaba un año compitiendo; en lugar de ello se alistó en artillería. Aunque abandonó a última hora al no tener ningún interés en obtener la certificación, disfrutó, como era costumbre en él, ante aquel nuevo desafío: «No era mal artillero, en las maniobras podía acertar veintiocho proyectiles de treinta y dos, y era capaz de hacer volar por los aires un barril de gasoil a quinientos metros».
Regresó a Bretaña en diciembre de 1973, con un considerable sobrepeso después de haber estado un año sin pedalear —según la fuente, regresó con diez o doce kilos más—, y después tuvo que volver a trabajar. Los cuarenta kilómetros en bicicleta que tenía que recorrer cada día, para luego descargar camiones de treinta toneladas repletos de radiadores, le hicieron perder el suficiente peso como para ganar la primera carrera de 1974. Al no haber competido nunca como sénior ni haber movido un pedal en su segundo año como júnior, tuvo que comenzar de nuevo desde lo más bajo del ranking aficionado, en la cuarta categoría. Esta sería su única temporada como aficionado sénior. A principios de año su futuro compañero de equipo Maurice Le Guilloux se fijó en él en una carrera de tercera y cuarta categoría —una de esas carreras de ganarse las habichuelas que abundan en la categoría más baja del calendario francés aficionado— en el pueblo de Tramain; le intimidaba la reputación de Hinault, pero sus miedos desaparecieron. «Pesaba por lo menos setenta y tres kilos y me dije a mí mismo que con un cuerpo como aquel, jamás llegaría a profesional».
Sin embargo, cuando terminaba la temporada Le Guilloux volvió a ver a Hinault en acción, esta vez en Yffiniac, en una carrera para las categorías primera, segunda y tercera —casi en la cima de la pirámide amateur— en la que lo vio deshacerse de cuatro de los ciclistas locales más fuertes a un kilómetro de la meta. «Tenía el pelo largo, calcetines rojos y azules… parecía un auténtico globero, para nada un ciclista de verdad. Su bicicleta estaba hecha polvo, una antigualla. Cualquier ciclista actual la tiraría a la basura». Le Guilloux asumió de inmediato que «le habían dejado» ganar porque estaba corriendo en casa, pero más tarde pudo saber de boca de uno de los cuatro a los que dejó atrás que, en realidad, los cuatro habían formado una alianza para que el joven no ganara, pero que este había respondido a todos sus ataques, uno tras otro, hasta que contraatacó y los dejó atrás. «Pensábamos que sería como tantos otros jóvenes campeones que salían aquí y allá, pero Hinault se mantuvo fácilmente en cabeza, haciéndose con todas las bonificaciones. Había corredores que se aliaban para ir contra él, pero Hinault se limitaba a sacarlos de rueda, uno a uno».
En 1974 Hinault también regresó a la pista, consiguiendo los campeonatos bretones de persecución y del kilómetro, logrando que lo seleccionaran para el campeonato nacional de persecución. Ganaría la medalla de oro gracias a que el multicampeón olímpico Daniel Morelon le prestó unas ruedas ligeras, otra prueba de que Hinault seguía saliendo adelante sin contar con el mejor de los equipos. Pero, desde luego, eso no lo intimidaba: antes de la final le gritó al público «apuesten 10 000 francos por mí —francos antiguos— y no los perderán». El equipo nacional francés lo llevó a los Mundiales en pista de Montreal aquel agosto, donde cayó eliminado en las fases previas, siendo diez segundos más lento de lo que necesitaba para pasar el corte.
Con el apoyo de un fabricante y distribuidor de bicicletas local, Juaneda —que también patrocinaba a un pequeño equipo profesional, Magiglace-Juaneda—, sus apariciones en ruta causaron un mayor impacto. En la Route de France, la carrera por etapas amateur más importante del país, terminó segundo detrás de Michel Laurent —quien también pasaría a profesionales, aunque nunca llegara a desarrollar todo su potencial— pese a que todavía seguía corriendo con licencia de tercera categoría. Ya había ganado las suficientes pruebas como para ascender de cuarta a segunda categoría, pero la Federación de Bretaña todavía no le había expedido su nueva licencia. Su victoria de etapa en Vichy llegó tras una fuga de ochenta y seis kilómetros, aventajando en unos pocos metros a un pelotón que lo perseguía desesperado. Después siguió disputando carreras con su licencia de tercera categoría, consiguiendo dos victorias. Los que quedaron segundo y tercero reclamaron, dado que, técnicamente hablando, era un ciclista de segunda categoría. Fue descalificado.
La carrera crucial acabó siendo la Étoile des Espoirs, una prueba de una semana de duración organizada por el organizador de la París-Niza, Jean Leulliot, a principios de octubre, en la que se juntaban prometedores aficionados y jóvenes profesionales. Esta fue la única vez que Hinault corrió en ruta con el maillot de la selección nacional francesa como aficionado —él sospechaba que fue convocado porque otros ciclistas de mayor perfil no estaban disponibles, puesto que esa carrera se disputaba con la temporada casi cerrada— y logró causar una gran impresión siendo un relativo desconocido. En la contrarreloj final terminaría segundo tras Roy Schuiten. Aquello debió de ser toda una sorpresa, puesto que el holandés, que moriría en 2006, era uno de los mejores contrarrelojistas de los 70 y el vigente campeón del mundo profesional en persecución. Hinault terminó quinto de la general, justo por detrás de otro bretón que estaba dando las últimas pedaladas de su carrera por culpa de unos constantes problemas en las rodillas: Cyrille Guimard. La carrera incluyó un episodio de lo más cómico cuando al principio de una etapa Hinault saltó del grupo —como tan acostumbrado estaba a hacer en las carreras de tercera y cuarta categoría—, trazó mal una curva, se fue directo a un campo y colisionó contra una carreta. Pero, hablando de cosas más serias, demostró que tenía capacidad para plantarles cara a los profesionales.
Aunque él ya lo sabía desde comienzos de aquel mismo mayo. Para un ciclista de su escasa experiencia una carrera como La Route de France debería resultar intimidante, dado que era la carrera por etapas amateur más dura del país y en la que la elite del ciclismo aficionado demostraba su valor con la vista puesta en conseguir un contrato profesional. Durante aquella carrera Hinault se vio cortejado por Jean «Mickey» Wiegant, director del principal club ciclista aficionado de Francia, el Athlétique Club de Boulogne Billancourt. Wiegant advirtió a Hinault de que, si no se unía a su equipo, el ACBB, sus ciclistas impedirían que ganara en cada carrera en la que lo vieran competir. Mickey era una de las figuras más imponentes del ciclismo amateur francés, un hombre austero que exigía que le llamaran monsieur y que había dirigido a Jacques Anquetil, Shay Elliot, Jean Stablinski y André Darrigade. Su equipo actuaba como filial del todopoderoso Peugeot, el equipo más rico de Francia. Era un descubridor de talento legendario; les petits gris, como se conocía a los ACBB, inspiraban temor allá donde corrían. Pero a Hinault le dio igual todo aquello, pues respondió: «Pues muy bien. Me importa un comino. El próximo año seré profesional».
2Nota del traductor: Pequeñas parcelas típicas de la región con forma rectangular y que están separadas entre sí por pequeños muros de piedra o setos.
3La opinión de que el uso de grandes desarrollos podía ser dañino estaba muy extendida durante los 70; incluso en 1978 un director deportivo francés seguía prohibiendo el uso del 13 en su equipo profesional hasta abril, prefiriendo que se usara un desarrollo más corto, aunque esto significara no ganar carreras.
4El Bataillon quedó disuelto en 2002, después del cese del servicio militar. Su sucesor, en el ciclismo, es el equipo profesional del Armee de Terre.
ROMPIENDO EL GUION: ASCENSO Y CAÍDA
Una figura provocativa, pero en determinados
aspectos, de una madurez sorprendente.
Philippe Bouvet acerca del joven Hinault.
A mediados de los 70 se esperaba que los recién llegados al mundo del ciclismo profesional se comportaran de una manera muy determinada. Según dictaban las convenciones, establecidas más de una generación atrás, no debían alzar la voz y debían hacer lo que les dijeran tanto los veteranos como los que eran mejores que ellos. Existía una jerarquía bien marcada que había que respetar. Los neoprofesionales estaban en el escalón más bajo en lo que concierne al caché de contratación para las carreras y a la hora de