Hinault. William Fotheringham

Hinault - William  Fotheringham


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tenían más de 18 años. La ventaja ya era importante y la pareja acabó abriendo un hueco de tres minutos sobre el grupo perseguidor, en el que estaba Hubert, otro primo que terminaría cuarto; otros tres minutos más atrás estaba Michel, hermano de René, que acabaría imponiéndose en el esprint del pelotón quedando sexto.

      «Todo el mundo apostaba a que Bernard me derrotaría», recuerda René. «Y pudo hacerlo, pero le sugerí que cruzásemos la meta juntos. Por mera cuestión sentimental —uno siempre se imagina haciendo algo así con algún familiar—, pero a los comisarios no les gustó nada y decidieron que al ir juntos no habíamos competido como debíamos». Aquel tenía que haber sido el homenaje perfecto al dominio de los primos —al dominio familiar— en aquella carrera, pero los commisaires decidieron que a ninguno de los dos se les haría entrega de los ramos de vencedor, así que no hubo ceremonia de podio. Incluso llegaron a intentar multar a René y Bernard. Lo irónico, como señala René, es que habían ido «a todo trapo» durante toda la carrera; «Bernard era incapaz de correr de otra manera».

      No sorprende, pues, que René se ponga un poco emotivo cuando recuerda Le Championnat des Hinault y la batalla que siguió con los comisarios; pero Bernard también recordaba aquella carrera, y lo hacía con la suficiente viveza como para realizar una crónica de la misma durante una entrevista en televisión en 2013. Puede parecer sorprendente que un hombre con cinco victorias en el Tour de Francia pueda recordar los detalles de una pequeña carrera local celebrada cuarenta años antes, pero está claro que fue una tarde de lo más emotiva para aquel chico de diecisiete años; un par de horas de pura diversión frente a un público local, seguidas por un desenlace que solo pudo provocar un sentimiento: «no le caemos bien a nadie y nos da igual».

      Conduzca rumbo noreste desde Yffiniac por la costa de camino a Hillion, que está apenas a cuatro kilómetros en la Baie de Saint-Brieuc, y regrese mentalmente cuarenta años atrás, a esas carreras que Bernard y René Hinault recuerdan; y cuando lo haga se dará cuenta de una cosa que le resultará sorprendente: todo sucedía en un área muy pequeña. Al igual que las casas de los Hinault se apelotonaban en aquella colina por encima de Yffiniac, lo mismo ocurría con las carreras: Plédran, Hillion, Planguenoual y todas las demás. Las salidas de las mismas estaban tan cerca las unas de las otras que René, Bernard y el resto de los Hinault podían acercarse fácilmente a ellas sobre sus bicicletas, junto con sus compañeros de club y sus amigos. Toda la familia podía ir allí y ver la carrera sin necesidad de perder mucho tiempo.

      La breve carrera como aficionado de Bernard Hinault tuvo lugar justo a la mitad de la edad de oro del ciclismo local aficionado francés, que se extendió entre los 50 y finales de los 80. Y el epicentro se encontraba en la Bretaña de Hinault. La temible reputación de los bretones seguía viva una docena de años más tarde, cuando yo mismo competí un poco más al este, en Normandía; pero la provincia occidental ya se había convertido en una de las plazas fuertes del ciclismo competitivo francés a mediados del siglo XIX, y el deporte despegó completamente después de que se celebrara la París-Brest-París en 1891.

      Bretaña había alumbrado un buen puñado de vencedores del Tour de Francia, entre los que estaban Lucien Petit-Breton, Jean Robic y Louison Bobet, el primer ciclista que consiguió tres Tours seguidos, entre 1953 y 1955. Bobet era una bestia; una bella bestia de pelo perfectamente engominado, hijo de un panadero de Saint-Méen-Le-Grand, en el corazón de Bretaña. Gracias a su versatilidad y su capacidad para dominar la escena mundial —justo cuando la estrella de Fausto Coppi comenzó a declinar— Bobet fue una figura clave durante la edad de oro del ciclismo bretón, cuando el Tour de l’Ouest atraía a multitudes, que llegaban a varias filas de espectadores en algunas cunetas, y los bretones lideraban tanto el Équipe de l’Ouest como el Équipe de France, como sucedió en el Tour de 1953.

      La cantidad y calidad del ciclismo bretón de los 60 y comienzos de los 70 sigue siendo sorprendente. En 1960 se celebraron en esa región 1504 carreras, más de una en cada una de las diferentes localidades, contando con un circuito de critériums lo suficientemente grande como para que los ciclistas pudieran ganarse la vida sin tener que salir de esa área, y lo suficientemente amplio como para que se forjaran intensas rivalidades locales. Había un circuito de carreras en pista completo, con velódromos al aire libre incluso en las comunidades más pequeñas. Lugares con apenas un par de miles de habitantes como Plouay, Callac y Chateaulin pasaron a ser conocidas por toda Francia gracias a sus carreras.

      El periodista británico Jock Wadley realizó una evocadora descripción de las courses des pardons, las cuales describía como «fiestas religiosas que se observan con el mayor de los fervores… Después de los ritos hay ferias, exhibiciones de danza y todo tipo de adorno carnavalesco. En la antigüedad, el plato fuerte solían ser los combates, pero en la actualidad la atracción secular principal son las carreras ciclistas». Esa tradición todavía pervive durante la semana de carreras conocida como la Mi-Août Bretonne. Las carreras ciclistas se combinaban con competiciones a pie, partidas de bolos y, a menudo, toda una feria. Algunos pueblos llegaban tan lejos como para construir trazados específicos para las carreras. Junto con Flandes y el País Vasco, Bretaña sigue manteniendo una de las identidades regionales más poderosas en el ciclismo, y no resulta sorprendente que, al igual que en Flandes, Bretaña tenga todavía un equipo profesional con el nombre de la región.

      La imagen típica que se tiene de Bretaña presenta muchas similitudes con la Gran Bretaña céltica: una lengua amenazada y una conexión visceral con el ciclismo, casi idéntica a la que tiene Gales con el rugby o Escocia con el fútbol. Al igual que los escoceses, los bretones son «orgullosos», y al igual que ocurre con todas las naciones «fronterizas» celtas tienen un sentimiento identitario tremendamente enraizado; la bandera gwenn ha du (blanca y negra) se puede ver por todos lados, solo que con un pequeño matiz: su asociación con el separatismo no resulta ya tan fuerte, sino que es, más bien, un homenaje al sentido identitario de la región. Muchos bretones suelen utilizar el término «la tête dure» para describirse a sí mismos.

      Este rasgo de los bretones se ve, a menudo, ligado a su ciclismo. En la introducción que Hinault escribe —seguramente tan solo firma— para l’Adventure du Cyclisme Breton, describe al ciclista bretón como alguien que sufre al dejar atrás su terruño, lo que era un fenómeno bastante extendido: «ese bretón taciturno que solo podía florecer en su propia tierra, allá donde tenía su marca genética, sus amigos, sus costumbres, su público, y donde podía seguir sus propios pasos». Pero también señala a otro tipo de bretón: el intrépido explorador, «el conquistador de un nuevo mundo». Un ejemplo ajeno al mundo del ciclismo sería el legendario regatista Eric Tabarly, doble vencedor de la carrera Observer Single-handed Trans-Atlantic Race y responsable, en gran medida, de la actual fama de la que goza este deporte en Francia.

      Cyrille Guimard, que dirigiría a Hinault como profesional, se deleita en esa identidad compartida. «Los bretones nos comprendemos entre nosotros», escribió. «Hinault era el granito y los setos del bocage1». Los ciclistas bretones son hombres con un intenso vínculo con su hogar. Luchan de manera tenaz y obstinada por lo que quieren, son de verbo directo —Hinault recuerda las palabras que Robic le dijo a su esposa cuando marchó de casa para vencer en el Tour, «ahora eres pobre, pero dentro de tres semanas serás rica»— y se comportan con ferviente gallardía cuando hacen uso de su talento fuera de su región.

      Al haberme sumergido en el mundo del ciclismo local francés como hice durante un par de años en las postrimerías del boom de la posguerra, puedo sugerir el motivo por el que los adolescentes se adentraban en este entorno. Como deja claro Le Championnat des Hinault, el ciclismo era, a menudo, un asunto familiar, en el que un hermano seguía a otro hermano, los hijos y los sobrinos seguían a los padres y tíos. El clan de los Hinault estaba lejos de ser único. Jean-Luc, mi compañero de carreras, tenía ciertas similitudes con los Hinault: hablaba sin rodeos, se comportaba de manera exuberante tanto en la vida como en las carreras y provenía de una gran familia que compartía una pequeña cabaña, por lo que no le gustaba estar encerrado. Su hermano mayor también competía, tal y como lo había hecho a su vez su padre. En un mundo en el que tantos competían y en el que cada pueblo tenía a su vieja gloria que había corrido el Tour o había competido contra alguien del pueblo de al lado que lo había


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