Hinault. William Fotheringham

Hinault - William  Fotheringham


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gimnasia deportiva y era profesor de Educación Física. «Era una persona excepcional para tratar con la juventud», cuenta Hinault. «Jamás tuvo hijos, porque nunca llegó a casarse. Pero nosotros llenábamos ese hueco, en cierto modo. Cuidaba de los futbolistas, los ciclistas, los atletas, organizaba concentraciones veraniegas en la montaña… Estaba totalmente entregado a la causa de introducir a los jóvenes en el deporte. Puede que jamás encontrara a una mujer que lo llenara, por eso siempre dirigió su cariño hacia los jóvenes deportistas y, según creo, también se dejó gran parte de su dinero en ayudarlos. Gastaba [en nosotros] su propio dinero».

      «[M. Le Roux] era esa persona que siempre querrías en todo club ciclista», añade Hinault. «Quería que sus ciclistas fueran multidisciplinares, que probaran con el ciclocrós, en la pista, en la ruta. Y siempre decía una cosa que yo mismo sigo diciendo a todos los jóvenes ciclistas: nunca han de cerrarse a un único deporte». Cuarenta años más tarde, el revolucionario libro The Sports Gene de David Epstein desarrollaba, de manera más exhaustiva, esa misma teoría. Prosigue Hinault: «Es necesario practicar deportes diferentes para encontrar aquel con el que uno disfruta más, experimentar ambientes diferentes, porque cada deporte cuenta con una atmósfera propia, requiere cosas diferentes, tiene campeones diferentes. No siempre se reduce a la aptitud física, sino que la habilidad o la visión que se tiene en determinado deporte también cuenta».

      Le Roux era creyente, asistía a misa todas las semanas y hay cierto elemento de fuerza cristiana en la imprecación que hace a los padres de los ciclistas en ciernes con la que arranca el libro: «Usted debe aspirar, por encima de todo, a convertir a sus hijos en hombres. Por eso, ¡ha de convertirlos en deportistas! ¡Rápido!». La introducción termina con este mensaje: «Como asesor adjunto al juez del Tribunal de Menores de Saint-Brieuc he escuchado en innumerables ocasiones al juez o al agente de la condicional decir a los padres: “Si se hubiera dedicado al deporte no habría acabado aquí”». El tono del libro no solo es moral; Le Roux cierra el volumen con un manifiesto por un cambio en el ciclismo francés que beneficie a los atletas jóvenes. Pero lo que atraía a Hinault de su entrenador no era su idea de misión, ni tampoco la idea de estar haciendo nada trascendente. El joven necesitaba de alguien que lo guiara, alguien con una determinación similar a la suya; necesitaba canalizar aquella naturaleza indómita que tenía. Y para ello necesitaba de alguien con un sentido de la individualidad igual de poderoso, pese a que hubiera ocasiones en las que Le Roux tuviera que advertirle a René que llamara a su primo al orden. M. Le Roux era «assez directif, muy mandón», dice René. «Era una persona a la que le gustaba que las cosas se hicieran como él decía, que quería imponer su voluntad».

      El libro es, sobre todo, práctico, se organiza siguiendo pequeñas perlas de sabiduría desarrolladas con filosofía práctica. Le Roux tiene ciertos principios, siendo el más importante: «en el día a día hay que estar con la cabeza puesta siempre en la carrera del próximo domingo, y ser consciente de los sacrificios que hay que hacer para llegar a la línea de salida en la mejor condición física posible. Y eso no es sencillo. Todo lo necesario para conseguirlo precisa de una voluntad de hierro… cada día». Hay también pequeños ejemplos de programas de entrenamiento para ciclistas de todas las edades, breves guías nutricionales y reglas que tienen cierta resonancia a las de los boy scouts: un capítulo titulado sommeil, sueño, dicta que la temperatura en el dormitorio debe estar alrededor de los dieciocho grados y que no hay que dormir con la misma ropa interior que se ha vestido a lo largo del día. Hay partes del libro que tienen cierto tufo a la vieja sabiduría popular —no ducharse justo después de haber comido, el mito de que poner los pies a remojo ayuda a evitar los constipados— mientras que otras son, hoy en día, conocimientos básicos de entrenamiento, como, por ejemplo, cuidar con esmero la higiene dental. Otros párrafos tienen un tono místico y casi ritual: los tubulares hay que comprarlos con ocho meses de antelación, cubrirlos de talco y guardarlos envueltos en papel, libres de la luz directa del sol o la luna. La cadena debe estar empapada de grasa; ninguna parte del sillín o de la tija ha de ser de aluminio.

      Tal y como se esperaría de un profesor de Educación Física y antiguo gimnasta, el libro incluye un amplio programa de calistenia, además de incluir diagramas parecidos para ilustrar cómo se debe pedalear en el pelotón según sea la dirección desde la que sople el viento. Le Roux recomienda a sus pupilos que aprendan a nadar, en parte porque practicado con cautela es un ejercicio de lo más útil para el ciclista; pero también porque puede resultar útil en caso de caer en un río. Sin embargo, la frase clave que Bernard Hinault repite una y otra vez es la siguiente: «Aquel que quiera ganar carreras ciclistas ganará dinero. Pero el que solo persiga ganar dinero no será capaz de ganar carreras ciclistas».

      Los años formativos de Hinault se reducen a tan solo tres temporadas. A principios de mayo de 1971 era casi incapaz de mantenerse en el pelotón. Un año más tarde, en su segunda temporada compitiendo, consiguió diecinueve victorias. Fuera de Bretaña, la primera sorpresa llegó a mediados de mayo de 1972 —justo un año después de aquel dubitativo debut— cuando, salido de ninguna parte, se alzó con el Premier Pas Dunlop, que acarreaba el título nacional júnior. La carrera se celebró cerca de Arras, lo que suponía un viaje de dos días desde Bretaña; Hinault era uno de los quince júniores de la región que viajaron en un minibús. Jean-Marie Leblanc, que dirigiría el Tour de Francia entre 1989 y 2006, se acababa de retirar del ciclismo en 1972 y daba sus primeros pasos como periodista; cubriría aquella carrera para el periódico en el que trabajaba, La Voix du Nord, y describió a Hinault «con su pelo largo, su aspecto de tener algo de sobrepeso, los calcetines a medio camino por sus pantorrillas y usando un desarrollo demasiado largo… dejó atrás a todo el mundo en la colina del Pas en Artois».

      Hinault corría contra ciclistas un año mayores que él, entre los que se encontraban dos de los júniores más poderosos de Francia. Uno de ellos era Bernard Vallet, que ya tenía diecinueve victorias y acabaría teniendo una carrera profesional más que decente, en la que conseguiría el maillot de mejor escalador del Tour de Francia de 1982. El otro, Jacques Osmont, disfrutó de una buena trayectoria como aficionado pero jamás destacaría en profesionales. Vallet recordaría que cuando Bernard arrancó la moto él fue incapaz de seguirlo, así de simple; el joven bretón pedaleó en solitario los últimos cincuenta y siete kilómetros.

      Pero M. Le Roux no estaba del todo contento. René había hecho que un mecánico local modificase la bicicleta de Bernard antes de la carrera —lo pagaría él mismo, pues el dinero seguía escaseando— haciendo que el mecánico montara una corona de trece dientes, con lo que Bernard llevó un desarrollo mayor del que solía utilizar. «Yo había reconocido el trazado, que era llano, y sabía que si comenzaba a soplar el viento y se marchaba del pelotón se le irían saliendo los pies de los pedales; con un piñón más pequeño iría mucho más rápido», explicó su primo. A M. Le Roux no le hizo ninguna gracia que Bernard comenzara a ensalzar las virtudes de los 13 dientes, porque ese piñón iba justo en contra de una de sus enseñanzas más importantes: que los jóvenes ciclistas debían centrarse en la cadencia, no en mover grandes desarrollos. En un párrafo de Coureur Cycliste, Ce Que Tu Dois Savoir, junto a una tabla con desarrollos, se puede leer «no busquen una corona de 13 dientes en esta tabla, no la encontrarán. Solo los profesionales son capaces de usarla; primero de todo, porque son mucho más fuertes que usted; y segundo, porque saben cómo usarla de manera conveniente… si usted la usara correría el riesgo de caer en un inmenso error, porque recurriría a ella demasiado a menudo»1.

      La otra victoria de entidad llegó a finales de temporada, durante el Grand Elan Breton, una contrarreloj sobre sesenta kilómetros abierta a todas las categorías, en la que Hinault ganó con una velocidad media de 41,7 km/h, por delante del ciclista irlandés John Mangan. Mangan se encontraba por entonces en la flor de su juventud y su carrera entre los aficionados bretones se alargaría hasta la década de los ochenta; que su rival, más joven que él, lograse aquella victoria con apenas diecisiete años solo indicaba una cosa: Hinault contaba con un motor potentísimo.

      Le Roux recomendó a Hinault que realizara el servicio militar obligatorio lo antes posible para quitárselo de en medio, considerando que, de todas maneras, la transición a la categoría sénior iba a resultarle complicada. Dado que antes o después tendría que pasarse doce meses alejado de la bicicleta,


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