Hinault. William Fotheringham
Hinault, en un arrebato de sinceridad, admitiría que no tenía ni idea de cómo rodar en pelotón; ¿cómo iba a tenerla cuando todo lo que había hecho hasta entonces era correr a pie y tratar de seguir el rebufo de los camiones? «Cruzándome de izquierda a derecha por todo lo ancho de la carretera, me concentré en mantenerme fuera del pelotón, por miedo a caerme. Si alguien se me acercaba demasiado me imaginaba, de inmediato, que colisionábamos. Me dejaba caer hasta atrás del todo para luego subir hasta cabeza de pelotón y acabar más tarde en la cuneta». En ocasiones, corrió por el mismo borde. Una y otra vez se vio cerca de irse al suelo.
«Hacía viento. En la costa siempre hace viento y él siempre estaba expuesto porque no sabía cómo buscar refugio entre el resto del pelotón», cuenta René. El final fue digno de Hollywood: el debutante se escapó a mitad de carrera, lo que no preocupó al favorito local, Jean-Yves Ollivier, que había ganado las últimas cuatro carreras que había corrido y tenía mucha más experiencia que Bernard. Conocía a René, quien había dejado caer previamente que aquella era la primera carrera en que su primo participaba. En todo caso, se tomó la molestia de cerrar el hueco con el debutante con un buen contraataque, para después ponerse a su rueda hasta la meta. «Para llegar a la meta había que realizar una buena tirada hasta la mitad del pueblo», recuerda René. «Yo estaba en la parte baja de la ascensión; cuando vi a Bernard con Jean-Yves a su rueda pensé “bueno, por lo menos será segundo”». Jean-Yves debió de pensar lo mismo, pero no pudo creer lo que sus ojos veían cuando el joven Bernard comenzó a esprintar a trescientos metros de la meta. No pudo responder.
«Al llegar a casa abrieron una botella de champán y comieron crepes», recordaba Lucie Hinault. «Bernard estaba contento, pero tampoco demasiado. Pensaba que haber ganado era lo más normal».
Ganó sus primeras cinco carreras, perdiendo la sexta tras colisionar contra un espectador; después de ello pareció no encontrarse en buen estado de forma, seguramente porque el trabajo en la granja no le dejaba tiempo para entrenar. Pero eso no le impidió ganar doce de las veinte carreras que disputó. Se dio cuenta de que estaba intentando abarcar demasiado, entre la gasolinera y los estudios, así que tuvo que darle prioridad al ciclismo. «Tuve que tomar una decisión: mecánico o ciclista. Y elegí el ciclismo, centrándome completamente en él. Mala suerte para el resto de cosas».
Carfentan quería que siguiera con el atletismo, e incluso hoy en día Hinault no duda en decir qué fue exactamente lo que le hizo preferir el ciclismo al atletismo: «…la compétition, ir con mi primo a las carreras. Pensaba que podía ser mejor que él. Me gustaba el atletismo, pero me atraía más el ciclismo; y, además, era mejor con la bicicleta». Estaba muy claro qué era lo que podía seducir a un joven impaciente como él: la correlación entre trabajo y recompensa era mucho más inmediata en comparación con la lenta preparación que requerían las competiciones atléticas, por no hablar del subidón de adrenalina que el ciclismo le ofrecía a un joven al que tanto le gustaban los riesgos. Cada fin de semana había muchas carreras en las que participar, en la misma puerta de su casa. Muchísimas oportunidades de ganar.
La decisión de Bernard Hinault de centrarse en el ciclismo y no en su trabajo a tiempo parcial o sus estudios fue tan súbita que cogió a su familia por sorpresa. En julio de 1971 dejó brevemente la casa familiar tras un altercado con su padre. «Sucedió cuando regresé de entrenar», escribió en su autobiografía Le Peloton des Souvenires, añadiendo que sucedió no mucho después de dejar el trabajo en el taller para tener más tiempo para competir; y lo que es todavía más irónico, cuando había vuelto a ayudar a su padre a trabajar el terruño como había hecho de niño. «Mi padre me estaba esperando en la puerta. De repente me dijo que no estaba haciendo nada, que no valía para nada y me preguntó «¿qué piensas hacer?». Apoyé mi bicicleta contra la pared y lo miré. Él no me miró, pero comenzó a llamarme vago, canalla, antes de entrar en la casa».
Hinault lo explica así, «él no quería que me dedicara al ciclismo, quería que encontrase un trabajo, ese tipo de cosas». El joven recogió sus bártulos y se fue, marchándose a casa de sus primos, unos metros más abajo por la carretera —la familia de diez miembros en La Rivière donde tan a menudo había ido a jugar—, durmiendo entre la paja en el granero y vagando por el campo sin rumbo durante el día, resistiendo durante tres días los intentos de su hermano para que regresara a casa. Cuando lo hizo fue para decirle a su padre que dejaría el ciclismo y buscaría un empleo. «Mi padre bajó la mirada. “No, seguirás con el ciclismo”», y aquel tema jamás volvió a salir a colación. El episodio no fue ninguna excepción, dice René: «con el padre [de Bernard] todo se volvía siempre una confrontación. El problema no era que compitiera, el problema eran los entrenamientos. Suponía que cuando se salía a montar en bicicleta sin estar compitiendo, simplemente entrenando o dando una vuelta, era por mera diversión».
Aquello no le dejó a Hinault más opción que no fuera la de alcanzar el éxito en lo que había escogido. Su orgullo no le permitiría lo contrario. «Fui el único [en la familia] en tomar una decisión como aquella», me contó. «Puede que sea por terquedad. El resto no pudo disfrutar de la oportunidad de decidir, aprendieron un oficio y se dedicaron a él. Yo sí tuve oportunidad de elegir: pude ir a una fábrica o pude convertirme en ciclista. Y mi padre, que era quien me había sacado adelante, no lograba comprender que uno se pudiera ganar la vida con la bicicleta de la misma manera que se podía hacer en una fábrica. Pero yo sentía que sí [podía ganármela]. Le dije: “Soy yo quien tiene que elegir, no tú”. Pero en el mismo momento en el que se toma esa decisión, ya no puedes desdecirte».
Hinault no estaba escapando de nada, dice ahora. No trataba de salir de la pobreza; no intentaba ser diferente. La disputa con su padre surgió porque sentía que no podía hacer otra cosa que no fuera insistir en aquel camino que había dicho que seguiría, porque, tal y como él lo veía, la inversión que había hecho la había costeado él y solo él. «Tenía todo lo que necesitaba. Tenía suficiente para comer y tenía ropa para vestir. Suficiente. En cuanto al resto: si querían competir que se comprasen su equipo y se lo pagaran ellos mismos. Eso es lo que te hace querer ganar. Es tu equipamiento. Eres tú quien lo ha pagado. Si quieres algo, tienes que conseguirlo tú mismo. Y, entonces, será tuyo».
Hinault no quiso ser ciclista de competición porque lo inspirara alguna estrella del deporte, porque lo empujaran o porque soñara con ello. «Bernard Hinault no se consideraba ciclista, sino más bien mecánico; por el simple motivo de que le habían grabado desde siempre que tenía que ganarse la vida», escribió Benoît Heimerman en L’Équipe. Pero Hinault no tuvo por qué verse como un ciclista, porque desde sus primeras aventuras corriendo tras las gallinas había considerado que la vida era un desafío: pescar en la bahía era una manera de luchar contra el mar; el trayecto hacia el colegio era una competición contra los camiones; en cuanto al trabajo en aquel taller, se saltó la ley que dictaba que debía tener dieciséis años. Era Bernard contra cualquier cosa que el mundo le pusiera por delante en un momento determinado.
Hoy en día expone que puede obtener esa misma satisfacción al ver a su hijo vendiendo una buena bicicleta a alguien, en su tienda. «Venderle a alguien justo lo que necesita, con el montaje correcto. Eso es todo un placer. Ese es tu trabajo. Todo lo que se hace es un desafío permanente, tanto al competir en un deporte como en la vida normal. Hay que anticiparse a lo que pueda ocurrir, en todo momento, pero hay que considerarlo un juego. Y eso es algo que está en tu manera de ser. Está en ti mismo».
1Según se cuenta, el acuerdo se cerró en cuanto los directores del COB se dieron cuenta del potencial de éxito que Hinault atesoraba, cambiando los estatutos para poder mantenerlo en el club.
EL CHICO BRETÓN
Goude ma vezer skuizh ec’h aer c’hoazh pell.
Cuando estés agotado, todavía podrás
llegar un poco más lejos.
Proverbio bretón.
La carrera que acabó conociéndose como Le Championnat des Hinault se celebró en julio de 1972, en el pueblo de Hillion. René la recuerda muy bien: en cuanto