Hinault. William Fotheringham
para la carrera en una alforja. En el sur comenzó a competir en cuanto se terminó la concentración, comenzando con la Étoile de Bessèges a comienzos de febrero.
Para un neoprofesional de apenas veinte años y que solo había competido una temporada como aficionado, los primeros resultados de Hinault resultan sorprendentes. En la París-Niza, compitiendo contra gente como Guimard y Merckx, terminaría séptimo. Le dejó a un reportero de radio una de esas declaraciones que tan familiares acabarían siendo para los que siguieron su carrera —«Merckx tiene dos piernas, igual que yo»— y demostró su gran potencial como escalador manteniéndose en el grupo de los líderes en el Mont Ventoux. Aquello hizo que L’Équipe le tomara la matrícula, junto con la de Michel Laurent, como ciclistas con un futuro prometedor. En abril de 1975 logró el Circuit de la Sarthe, una carrera open en la que los mejores aficionados del bloque soviético —en realidad eran deportistas a tiempo completo subvencionados por el Estado— cruzaron armas con los jóvenes profesionales. Más adelante terminaría segundo en la París-Bourges, sexto en el Gran Premio de las Naciones y, a finales de aquel año, ganó la Promotion Pernod, un galardón que premiaba al mejor neoprofesional de la temporada en Francia7.
Y todos estos resultados llegaron en un ambiente de lo menos propicio. Hinault era un joven bravucón que se vio arrojado a un entorno mucho más exigente que aquel al que se enfrentaba bajo la protección de M. Le Roux en Saint-Brieuc. Se acababa de casar y Martine y él esperaban su primer hijo, en junio. Apenas tenía veinte años, demasiado joven para ser profesional, y corría en un equipo que se encontraba bajo una gran presión tras haber perdido a su líder, Alain Santy, al comienzo de temporada tras romperse una muñeca en la París-Niza.
Era un entorno inmisericorde, y el hombre que debía guiarlo no era, precisamente, la persona con mayor aptitud para ejercer ese papel. Stablinski, que moriría en el 2007, era un hombre de rasgos marcados, con un trato agradable e incisivo, pero con cierto toque a padrino de la Mafia. Cuando lo entrevisté en el año 2001 me dejó la sensación de ser un hombre que tenía un concepto muy alto de su valía, lo que por otro lado es comprensible si tenemos en cuenta que pasó de trabajar en una mina de carbón a enfundarse el maillot arcoíris. Stablinski había sido uno de los personajes principales del ciclismo francés durante los 60, junto con su compañero de equipo Jacques Anquetil. En carrera era un ciclista muy listo e implacable, que no mostraba reparo alguno en pagar a otros ciclistas para que lo ayudaran a derrotar a uno de sus mejores amigos, Shay Elliot, con tal de conseguir el Campeonato del Mundo de 1962.
Hinault no era nada apocado: la primera cosa de la que se dieron cuenta sus compañeros era que el joven bretón «no le tenía miedo a nadie y que dejaba siempre clara su opinión». Era un jovencito que hacía las cosas a su manera. Maurice Le Guilloux recuerda una de sus primeras carreras juntos, a principios de 1975: fueron en coche a participar en el Tour de l’Oise y, de camino, Hinault insistió en que pararan a comer. Dio buena cuenta de un enorme filete y pidió una botella de vino tinto1. Le Guilloux, que era consciente de que tenían que participar en el prólogo contrarreloj aquella misma tarde, apenas se bebió un vaso y estaba seguro de que Hinault pagaría ese exceso por la tarde. El joven bretón terminaría tercero, mientras que Le Guilloux acabó trigésimo octavo. «Después se me acercó y me dijo “¿Te das cuenta de lo bobo que has sido? Deberías haberte acabado la botella”».
El conflicto era inevitable. En el pasado Hinault describió a Stab como «un caballero que parecía no tener ni la más mínima idea de ciclismo», pero en la actualidad se muestra más amable. «Estaba claro que no trabajábamos en la misma onda», resume. «No hay por qué tirarle piedras, las cosas cambian, así de simple». La filosofía de Stablinski era la típica de su tiempo: competir a menudo, hacer lo que se te ordena y, si todo eso no funciona, buscarte otro trabajo. Pensar a largo plazo, en labrarse una carrera, no formaba parte del ciclismo de aquella época; lo primordial eran los intereses del equipo a corto plazo. Hinault lo resume de la siguiente manera: «[Su actitud era] vale, salid y corred, veamos de lo que estáis hechos; sois como un buen limón, y en cuanto os haya sacado todo el jugo os tiraré a la basura». Para hacerle justicia a Stablinski, este era el mismo modus operandi que muchos directores deportivos han seguido utilizando hasta hace bien poco.
«Se preocupaba por los chavales, pero no tenía sentido alguno de la planificación, del entrenamiento o de establecer un programa de carreras», contaba Le Guilloux. «Con él, fueras veterano o debutante, siempre había que seguir las mismas reglas. Nada de favores, nada de atajos, a sudar y a no quejarse».
«Me hizo correr prácticamente todas las carreras en las que el equipo participó», recordaba Hinault. «Era una locura y no tardó en dejarme extenuado». Tampoco es que Hinault le cayera particularmente mal a Stablinski —cada vez que el joven le pedía algo de equipo extra este se lo daba gustoso— pero no tenía ni idea de las necesidades del bretón ni de cómo manejarlo.
Stablinski se daba por satisfecho con hacer correr a Hinault tan a menudo como fuera posible para que aprendiera su oficio; pero no era tan sencillo como eso, pues hay que tener en cuenta la tendencia del joven por correr a lo loco. Maurice Le Guilloux recuerda la primera carrera de Hinault en Bélgica: «No tenía la más mínima idea de lo que estaba haciendo. Atacó desde la misma salida y se tiró los primeros ciento cincuenta kilómetros en solitario, en cabeza». A los ciclistas más veteranos les había pedido que enseñasen al joven a correr cuando hacía viento, pero Hinault «no se enteró de nada; iba varios minutos por delante».
Stablinski respondía a las críticas en su biografía, Les Secrets du Sorcier. «Hinault comenzó ganando muy poco dinero, pero es que nuestro ciclista mejor pagado apenas llegaba a los cuatro mil francos al mes. No le pedíamos que ganara, solo que aprendiera su profesión, de la que apenas sabía lo básico. Por eso lo llevaba tan a menudo a Bélgica, pero en lugar de quedarse en el pelotón para aprender su funcionamiento —cómo pedalear cerca del que te precede, cómo correr cuando hay viento— atacaba. Jamás tuve ninguna discusión con Bernard, la culpa de todo fue siempre de la gente que había entre ambos, como Le Roux. Insistía en que le diéramos el programa de Bernard, pero el ciclismo amateur no se parece en nada al mundo profesional».
Como el propio Stablinski admitía, sus métodos le hicieron entrar en conflicto con las dos personas clave en la vida de Hinault: Le Roux y —de manera implícita— Martine Hinault. El acuerdo alcanzado con Le Roux establecía que se vigilaría con gran celo el progreso de su pupilo, que no habría prisas. Pero está claro que esto no sucedió así —lo que no es ninguna sorpresa teniendo en cuenta los antecedentes y el carácter del director—, y Stablinski no veía por qué tenía que hacer caso alguno de las opiniones de un maestro de escuela bretón. Le Roux era muy proteccionista con sus pupilos y seguía ayudando a Hinault, al que ayudó durante la preparación para el campeonato francés profesional de persecución en pista, que el bretón acabaría venciendo.
Como ocurría con muchos ciclistas bretones, a Hinault no le gustaba estar lejos de casa. De camino a una carrera en Bélgica tras una concentración en Midi, a principios de temporada, Hinault dio un largo rodeo por el oeste para visitar a Martine, sin decírselo a su equipo. «Nadie se esperaba que me fuera a casa, pero necesitaba hacerlo. Una noche, solo eso. Era importante para mí. Era joven, no solo pensaba en el ciclismo; hay necesidades emocionales que bien valen una escapada secreta». Martine no había visto una carrera ciclista antes de conocer a Hinault y admitiría, más tarde, que hasta 1978 no se dio verdadera cuenta de lo que implicaba en realidad la vida de un ciclista. Puede que esto fuera también parte del motivo por el que a su marido le costó tanto adaptarse a la vida bajo el mando de Stablinski.
La gota que colmó el vaso llegó a principios de junio, el día de la última etapa de la Dauphiné Libéré, cuando Stablinski le dijo a Hinault que a lo largo de aquel mes competiría en la Midi Libre y en el Tour de l’Aude. Incluso se llegó a mencionar que tomara la salida en el Tour de Francia de 1975; era consciente de que Hinault —con su manera de competir como si no hubiera un mañana— se ganaría muchos titulares al animar las primeras etapas, «aunque acabe hecho pedazos», como dijo Stablinski. Hinault recordaba que, cuando le comunicaron su calendario, «esa misma tarde decidí dejar a Stablinski. Había corrido la Dauphiné con el objetivo de demostrarle a mi director