Córreme que te alcanzo. Marina Elizabeth Volpi
pero nada podíamos hacer porque la monja revisaba todo como poseída. Cuando la encontró retrocedió horrorizada:
—Las voy a matar —gritaba enojada. Las monjas son caritativas, humildes y bondadosas, pero también son seres humanos y Sor Herminia tenía su cuota de paciencia absolutamente en línea roja. Primero buscó una bolsa y con gesto asqueado tiró adentro la mortadela y nuestras esperanzas de una buena semana.
Luego nos paró a todas en fila y empezó a preguntar quiénes fueron las que se trajeron el fiambre (ella no sabía que era porque ya no tenía forma de nada). Había un silencio tan raro que se podía sentir respirar a todas despacito, salvo a Pauli que era asmática y necesitaba resollar. Sor Herminia fue y vino mirándonos, tratando de quebrarnos, porque hacía más de 25 años que vivía en el internado y sabía que siempre alguna chica con el clima adecuado se termina quebrando y confiesa, pero luego de treinta minutos todas seguíamos estoicas y nadie emitió sonido. Así que nos dijo que realmente dábamos vergüenza y que, obvio, estábamos todas sin postre ni salidas por un mes. Vi caras tristes y escuchamos sollozos ahogados, porque la única manera de ver a la familia o de sentir a los afectos cerca era durante el fin de semana. La mortadela nos había costado cara; nadie habló, pero todas nos sentíamos desoladas y angustiadas. En lo personal yo no tenía visitas o salidas, pero siempre me alegraba verlas partir ilusionadas con su bolsito a ver a su familia. Después de todo esto, Gaby ya no intentó convencernos de hacer nada por un tiempo muy largo.
La bibliotecaria
Siempre fui muy curiosa y me inscribía en cuanta actividad hubiese, pero mi fuerte nunca fue ser social, porque si bien no me cuesta relacionarme, prefiero la soledad o que la compañía sea más divertida o entretenida que dicha soledad. Cuando tenía 12 años, Sor Herminia me regaló dos libros y como la perseguí una semana contándole mis experiencias literarias, un día me frenó a mitad del pasillo y me dijo:
—Eli, ¿a vos no te gustaría ordenar la biblioteca del colegio? Yo confío en vos, porque sé que sos buena estudiante.
Le pregunté qué era lo que tenía que hacer y me dijo que en un principio seleccionar los libros que estaban dispersos, clasificarlos en un orden y, si me ponía ambiciosa, ella me ayudaría para que la biblioteca pudiera funcionar de nuevo.
En mi nuevo papel de bibliotecaria, adquirí una importancia desmedida porque era la única que tenía el privilegio de tener un espacio absolutamente propio. Gaby enseguida se acercó a mí para ver si podía ser mi ayudante:
—¡Hola, Eli! Me enteré de que estás ordenando la biblio y te quería preguntar si puedo hacer algo acá, lo que necesites.
Luego de pensarlo detenidamente porque ella no era de esas chicas estudiosas, sino todo lo contrario, decidí que no me vendría mal una mano, pero luego de aceptarla, se presentó en la biblioteca con Valeria y Maca. Les dije que no quería tener problemas y que en realidad no necesitaba a tanta gente, aunque mi intuición me decía que, tal vez, si ordenábamos todas juntas, organizaría los libros de una forma más rápida. Así que con mucha cautela le pregunté a Sor Herminia si podía tener a alguna de las chicas trabajando conmigo y me dijo que confiaba en mí, pero que por favor no le fallara.
Luego de una semana, estábamos todas ordenando unas cajas de donación, cuando vimos asomar la carita triste de Lau:
—Chicas, ¿cómo va todo? ¿Con quién tengo que hablar si quiero trabajar con ustedes? —Las miré a todas, furiosa porque estaba segura de que era un complot y luego murmuré:
—Que Sor no se entere. —Y acto seguido las cuatro se abalanzaron sobre mí para abrazarme, sellando así nuestra amistad en la biblioteca.
El juego de la llave
Aparte de todos los libros, libritos y revistas que había que ordenar había cajas con donaciones que la gente realizaba. A medida que las chicas abrían las cajas se querían quedar con todo, pero nunca permití que se llevaran nada. Solo debian ver que habia. Si tenían ropa se llevaba al taller para que vieran si había que remendarse, lavarse o planchar. Si contenían utensilios como vajilla o cosas que se pudieran reutilizar se los llevaba a Sor Herminia o a Sor María. Se hizo tan rutinario abrir las donaciones que casi no nos llamaban la atención, hasta que abrimos una caja que era pequeña y liviana.
—¡Mirá, Eli! —La emoción en la voz de Gaby nos hizo girar a todas.
—Es un libro raro —dijo Vale. Con curiosidad miramos las manos de Gaby y descubrimos que tenía un libro cuya portada era roja y verde con una especie de espiralado en su lomo. El color era llamativo, pero lo que nos dejó boquiabiertas era su interior; el libro contenía lo que parecían ser a simple vista hechizos de todo tipo, y luego de leer exhaustivamente me detuve en un apartado que decía con letras bellamente escritas: “El cordón de plata”. Dicho así no suena a nada, pero explicaba que cada ser humano posee un alma, que, al estar unida a un cordón de plata en el plano astral, se mantenía en el cuerpo. Si ese cordón se rompía, el espíritu de la persona quedaba vagando en el plano astral sin encontrar su destino. El libro explicaba que se podía vivir la experiencia estando en el plano terrenal y que, cuando una persona dormía, su alma se despegaba del cuerpo y luego volvía a su estado al despertar. Dicho así parecía realmente una locura y lo tuvimos que leer como tres veces para comprenderlo, aunque en verdad entendimos bastante poco. A continuación de la explicación venía una especie de instrucciones para vivir la experiencia de sentir que el alma vagaba, pero para hacerlo se debían tener en cuenta un par de observaciones y precauciones, pero como esta parte nos sonó a bla, bla, bla, nadie quiso leer las advertencias.
Nos concentramos en buscar lo que el libro pedía: una llave de oro o plata unida a una cadena afín, una manta roja, seis velas blancas. La manta o tela era para extender en la superficie en donde la persona que viviría la experiencia se acostaría, las seis velas eran para crear un ambiente de purificación y la llave era para poder acceder al estado astral. El día en que decidimos hacer “el vuelo”, como lo llamábamos, fue un jueves a eso de las dos de la tarde porque todo el mundo estaba en los talleres, así que llevamos todo lo que encontramos a la biblioteca. La manta era una lona medio anaranjada, pero con suerte serviría, las velas estaban re usadas porque las tomamos de la sacristía, pero para iluminar estaban bien y la llave con su cadena derivó en un anillo que le sacamos a Paula, que era la única que tenía un anillo que parecía de oro y una cadena que seguro era de plata. Pauli era hija de un diplomático que la había dejado en el internado al morir la mujer, y como viajaba mucho, les confió a las monjas la educación de su preciada hija. A nosotras nos caía bastante molesta porque era muy fingida, pero era la única que tenía realmente dinero y así nos aseguramos de que las joyas fueran genuinas (yo juraría que eran bañadas en oro, pero qué sabía yo de oro).
Cuando nos pusimos de acuerdo en todo, nos dimos cuenta de que ninguna de nosotras se animaba a acostarse arriba de la manta que habíamos extendido en el escritorio, así que hicimos un sorteo con palitos y la que sacara el más corto viviría su “vuelo”, y si todo salía bien luego lo intentaríamos todas. Los nervios se sentían en el aire, saqué mi palito y cuando vi que era largo suspiré, las demás chicas una a una, fueron tomando su turno para suspirar, hasta que Laura tomó el anteúltimo palito y sacó el más pequeño. Antes de comenzar ella había dicho que con la suerte que tenía seguro le tocaba y todas mirábamos el palito chiquito en sus manos y la expresión de pesimismo que tenía en su rostro.
Finalmente, Laura se acostó y las demás prendimos las velas que, más que purificar, hacían una humareda bárbara y empezamos a hacer cruces encima de su cabeza como indicaba el libro y mientras nos balanceábamos, emitíamos sonidos en un mantra mientras repetíamos palabras que leíamos del susodicho libro. Supongo que visto desde afuera pareceríamos un grupo de locas, pero la sensación de estar juntas en algo tan raro era sublime. Estábamos tan concentradas en tratar de decir todo bien y hacer el vaivén de la cadena, que no sentimos los ruidos del pasillo hasta que Vale advirtió que alguien venía y el pánico se apoderó de todas.
—¡¡Guarden todo!!! —grité desesperada y volaron velas, cadena y libro, pero el detalle más