Los sonámbulos. Arthur Koestler
Pero, con todo, san Agustín no logró arrancar del corazón del hombre aquel pecaminoso deseo de conocer, aunque estuvo peligrosamente cerca de ello.
III. LA TIERRA CONCEBIDA COMO TABERNÁCULO
Comparado con otros padres de la primera época, san Agustín fue, con mucho, el más ilustrado. San Lactancio, que vivió un siglo antes, se puso a demoler el concepto de la redondez de la Tierra con resonante éxito. El tercer volumen de su Instituciones Divinas se intitula Sobre la falsa sabiduría de los filósofos, y contiene todos los argumentos ingenuos contra la existencia de los antípodas –los hombres no pueden andar con los pies sobre la cabeza, la lluvia y la nieve no pueden caer hacia arriba– que setecientos años antes ninguna persona instruida habría empleado. San Jerónimo, el traductor de la Vulgata, luchó toda su vida contra la tentación de leer los clásicos paganos, hasta que, por fin, logró despreciar “la estúpida sabiduría de los filósofos”: “Señor, si alguna vez llego a poseer de nuevo libros terrenales o si alguna vez vuelvo a leerlos, te habré negado”.13 Solo alrededor de fines del siglo IX, quince siglos después de Pitágoras, volvió a postularse la forma esférica de la Tierra y la posible existencia de los antípodas.
La cosmología de este período se remonta directamente a los babilonios y los hebreos. Dos ideas la dominan; la de que la Tierra tiene la forma del Sagrado Tabernáculo y la de que el firmamento está cercado por agua. Esta última idea se basaba en el Génesis I, 6, 7:
Y dijo Dios: haya una expansión en medio de las aguas que separe las aguas de las aguas. E hizo Dios la expansión y separó las aguas que están debajo de la expansión de las aguas que están por sobre la expansión.
De esta idea se llegó a la de que las aguas que se hallaban por encima del firmamento descansaban en lo alto de este y su finalidad era –como lo explicó14 Basilio el Grande–15 proteger el mundo contra el fuego celestial. El contemporáneo de Basilio, Severiano, explicó además que el cielo inferior se componía de agua cristalina o “congelada”, lo cual impedía que la inflamaran el Sol y los astros. Tal agua se mantenía fría por obra del agua líquida que había encima y que, en el último Día, Dios emplearía para apagar todas las luces.16 También Agustín creía que Saturno era el planeta más frío, por ser el que más cerca se hallaba de las aguas superiores. En respuesta a quienes objetaban la existencia de agua pesada en lo alto de los cielos hacía notar que también había una viscosidad líquida en las cabezas de los hombres.17 A la otra objeción de que la superficie del firmamento, y su movimiento, determinarían que las aguas se derramasen o desplazaran, varios padres respondieron explicando que la bóveda celeste era redonda por dentro, pero achatada en lo alto; o que tenía canales y cuencas para contener el agua.18
Simultáneamente se difundió la idea de que el propio firmamento no era redondo, sino que tenía la forma de un tabernáculo o pabellón. Severiano se refiere a Isaías, XL, 22, donde se dice que Dios es aquel que “extiende como cendal los cielos, y los despliega como el pabellón que se tiende para habitación”,19 y otros lo siguieron. Con todo, los padres y doctores no estaban lo bastante interesados en estos temas de ciencia profana para entrar en detalles. El primer sistema cosmológico general de la alta Edad Media, destinado a remplazar las doctrinas de los astrónomos paganos desde Pitágoras a Ptolomeo, fue la famosa Topographica Christiana que compuso el monje Cosmas. Este vivió en el siglo VI; había nacido en Alejandría y, como mercader y marino, viajó por todo el mundo conocido, incluso Abisinia, Ceilán y la India Occidental, lo cual le valió el título de lndicopleustus, el viajero índico. Luego se hizo monje y escribió su gran obra en un monasterio sinaítico.
El primero de sus doce libros se titula “Contra aquellos que, deseando profesar el cristianismo, piensan e imaginan, como los paganos, que el cielo es esférico”. El Sagrado Tabernáculo descrito en el Éxodo era rectangular, y dos veces más largo que ancho. Y de ahí que la Tierra tuviese la misma forma alargada de este a oeste, en el Universo. La Tierra está rodeada por el océano, como la tabla de los panes de proposición rodeada por su borde ondulante, y el océano está rodeado por una segunda Tierra, que fue la sede del paraíso y la patria del hombre hasta que Noé cruzó el océano; pero que ahora está deshabitada. Desde los bordes de esta Tierra exterior desierta se levantan cuatro planos verticales que forman las paredes del Universo, su techo es un semicilindro que descansa en el muro septentrional y en el muro meridional, de modo tal que el Universo parece un sombrero de alas curvas o un baúl victoriano, con pestaña curvada.
Con todo, el piso, vale decir la Tierra, no es perfectamente horizontal, sino que se inclina, sesgado, de noroeste a sudeste, pues en el Eclesiastés, I, 5, se dice que “el Sol se pone y se apresura a volver al lugar de donde se levantó”. En consecuencia, los ríos como el Éufrates y el Tigris, que fluyen hacia el sur, tienen un curso más rápido que el Nilo, que fluye “hacia arriba”, y los barcos navegan más rápidamente hacia el sur y el este que los que deben “trepar” hacia el norte y el oeste. Por eso se llama a estos últimos “rezagados”. Las estrellas se mueven por el espacio, bajo el techo del Universo, por la acción de ángeles, y se ocultan cuando pasan detrás de la alta parte septentrional de la Tierra, coronada por una gigantesca montaña cónica. Esa montaña oculta también al Sol durante la noche, y este es mucho más pequeño que la Tierra.
El propio Cosmas no era una alta autoridad eclesiástica, pero todas sus ideas derivaban de los padres de los dos siglos anteriores; entre estos había hombres más ilustrados, tales como Isidoro de Sevilla (siglos VI-VII) y el venerable Beda (siglos VII-VIII). Sin embargo, la Topographica Christiana de Cosmas representa acabadamente la concepción general del universo que prevaleció durante la alta Edad Media. Mucho después de que volviera a afirmarse la forma esférica de la Tierra y –más aún–, hasta el siglo XIV, los mapas representaban todavía la Tierra, ya como un rectángulo –la forma del Tabernáculo–, ya como un disco circular, con Jerusalén en el centro, porque Isaías había hablado del “circuito de la Tierra” y Ezequiel había afirmado que “Dios había puesto a Jerusalén en el medio de las naciones y países”. Un tercer tipo de mapas representaba la Tierra en forma ovalada, como una conciliación entre la concepción tabernacular y la concepción circular. Habitualmente, el Lejano Oriente aparecía ocupado por el paraíso.
Otra vez nos sentimos inducidos a preguntarnos: ¿creían aquellos hombres, realmente, en todo esto? Y otra vez la respuesta tendrá que ser sí y no, según el compartimiento estanco del espíritu dividido que se vea afectado. Porque, en efecto, la Edad Media fue la era de la división espiritual por excelencia. Volveré a ocuparme del asunto al final de este capítulo.
IV. LA TIERRA VUELVE A SER REDONDA
El primer eclesiástico medieval que afirmó inequívocamente que la Tierra era una esfera fue el monje inglés Beda, quien, por así decirlo, redescubrió a Plinio y, a menudo, lo citó literalmente. Sin embargo, Beda se aferraba aún a la noción de que las aguas se extendían por encima de la bóveda celeste, y negaba que las regiones de los antípodas estuvieran habitadas, pues esas regiones eran inaccesibles a causa del vasto océano, y sus supuestos habitantes no podían ser descendientes de Adán, ni haber sido redimidos por Cristo.
Pocos años después de la muerte de Beda se produjo un curioso incidente. Cierto eclesiástico irlandés de nombre Fergil o Virgilio, que vivió en Salzburgo como abad, sostuvo una controversia con su superior, Bonifacio, quien lo denunció al papa Zacarías, alegando que el irlandés enseñaba la existencia “de otro mundo y de otra gente que vivía debajo de la Tierra”, con lo cual se refería a los antípodas. El papa dispuso que Bonifacio convocase un concilio para expulsar de la iglesia al irlandés, a causa de sus escandalosas enseñanzas. Pero no ocurrió nada de esto, pues Virgilio, en su momento, llegó a ser obispo de Salzburgo y ocupó esa sede hasta la muerte. El episodio recuerda una de las fútiles denuncias que Cleantes formuló contra Aristarco; parece indicar que hasta en ese período de oscurecimiento, la ortodoxia, en cuestiones de filosofía natural (diferente de las cuestiones teológicas), se mantuvo menos por amenazas exteriores que por convicciones interiores. En todo caso, no conozco ningún ejemplo consignado de que en esa época llena de herejías, se condenase