Estados traumatizado y no traumatizado de la personalidad. Rafael E. López Corvo
mantener el encuadre a cualquier costo, sin considerar la necesidad del paciente de comunicarse a través de identificaciones proyectivas intrusivas, podría representar una actitud intolerante y arrogante para con las necesidades del paciente. Me recuerda una expresión que escuché durante mi entrenamiento: “Mi interpretación estuvo acertada pero el paciente no regresó”.
“Segunda Topografía” reconsiderada: ¿repetición compulsiva de los traumas pre-conceptuales o satisfacción instintiva?
En “Análisis terminable e interminable”, Freud (1937) se refirió a un fenómeno similar cuando describe la “viscosidad de la libido” como una resistencia del Ello, que él creía fuese “un campo de investigación […] todavía desconcertantemente extraño e insuficientemente explorado”2.
“Encontramos personas, por ejemplo, hacia quienes nos deberíamos sentir inclinados a atribuirles una especial ‘viscosidad de la libido’ […] Estamos, es verdad, preparados para encontrar en análisis determinada cantidad de inercias físicas […] Hemos llamado esta conducta, quizás correctamente, ‘resistencias del Ello’. Pero en los pacientes que tengo en mente, todos los procesos mentales, interrelaciones y distribución de la fuerza son inmodificables, fijos y rígidos. (pp. 241-241)
Freud tomó prestado su concepto de “Ello” (Ich) de Groddeck, un doctor alemán interesado en el psicoanálisis. De acuerdo a Bos (1992), cuando Groddeck acuñó el término “Ello”, intentaba darle un nombre a fuerzas desconocidas de la Naturaleza y de nuestro cuerpo que aparentemente determinan algunas de las conductas humanas; lo cual de acuerdo a él,
[…] no es ni una fuerza física ni psíquica pero un poco de ambas […] una fuerza que nos vive mientras creemos que somos nosotros quienes la vivimos […] La fuerza actual que nos rige, ‘Eso’, [el Ello] yergue nuestro cuerpo, crea la apariencia física de un hombre. Nos proporciona los pies, las manos, los ojos, el color de los ojos, el crecimiento del cabello… todos ellos son creaciones de ese peculiar ser: el Ello, hombre, Dios o como se lo quiera llamar. (Bos, 1992, pp. 433-34)
Una idea aparentemente tomada prestada de Nietzsche (1909) en Así hablaba Zaratrustra, donde éste afirmaba lo siguiente: “La cosa más grande –aunque no lo quieras creer– es tu cuerpo y su gran razón: él no dice Yo, más actúa como Yo” (p. 30).
Freud (1923) se identificaba con las afirmaciones de Nietzsche y sabía que Groddeck lo había tomado prestado de él, como lo confirma en la nota a pie de página que introdujo en “El Yo y el Ello”:
Groddeck mismo sin duda, siguió el ejemplo de Nietzsche, quien de modo habitual usaba este término gramatical por todo aquello que sea impersonal en nuestra naturaleza y, así como se dice, por ley natural.3 (p. 23)
Viéndolo desde la perspectiva de “una vida que nos vive, en lugar de sentir que somos nosotros quienes la vivimos”, o un “cuerpo que no dice Yo, pero hace Yo”, algo así como un verbo, como si dijéramos “yoea”. Esta descripción nos recuerda el concepto del Tao como es descrito en la filosofía oriental4. Freud, sin embargo, siguió el modelo más preciso y científico de ‘impulsos’ e ‘instintos’, quizás influenciado por Darwin en lugar de una esquiva y cuasi religiosa condición de la filosofía Oriental y más aún con la afirmación de Groddeck: “el Ello, hombre, Dios o como se lo quiera llamar” (Bos, Ibid, p. 434). En un principio Freud identificó por completo el das Es con el inconsciente, más tarde sin embargo, cuando estudió las defensas, pensó que el Ello era sólo parte del inconsciente porque habían aspectos del Yo y Superyó, que también eran inconscientes.
La dificultad en usar un modelo de la mente basado en Darwin, como lo hizo Freud, radica en la carencia de discriminación entre humanos y animales. Podríamos decir que nacemos con impulsos desnudos a la búsqueda de una satisfacción, igual que los animales, pero inmediatamente después de nacidos, una realización se establece con el objeto apropiado, el pecho, y el impulso ya no permanecerá nunca más divorciado de tal experiencia; es decir, desde sus mismos inicios los instintos se han vinculado para siempre al objeto. Fairbairn (1952) sintetizó este concepto en su reconocida afirmación de que “la libido [la agresión también] es una buscadora de objetos” (p. 82). Diferente a lo afirmado por Freud, Klein y seguidores sostuvieron que los instintos no eran entelequias que pudiesen existir libres de la experiencia y fáciles de retraerse del objeto e invertir libremente en el self (narcisismo secundario) o en otros objetos; sino por el contrario, constituyen experiencias emocionales que permanecen atados en “conjunción constante” con aquellos objetos específicos de su experiencia, preservados y almacenados como recuerdos. Son, como Bion lo afirmó, “pre-concepciones” o estados de expectación a la búsqueda de realizaciones, parecidos a hechos que por unas veces indigestos y por otras aun no digeridos, permanecen acumulados en la mente como “elementos beta”. Será esencial discriminar entre “compulsión a la repetición” (Wiederholungszwang) como una repetición inconsciente del Complejo de Edipo modificado por los traumas pre-conceptuales (la marca de Caín), e “impulso instintivo” (Triebregung) como la expresión de un “impulso endógeno” primario (Freud, 1915) o estado de expectación, batallando por satisfacción. Sin embargo, no es mi intención tomar parte en un debate alrededor de la diferenciación entre impulsos e instintos. Finalizando especularé, haciendo uso del concepto de La Forma de Platón, que la concepción freudiana de impulso representa lo que Russell (1945, p. 121) refirió como el lado “metafísico” de la Forma de Platón, mientras que las “relaciones de objeto” podrían apuntar hacia el lado “lógico” de la misma teoría.
¿Principio de Placer versus Principio de Realidad o estar soñando versus estar despierto?
La dicotomía entre principio de realidad y principio de placer fue señalada por Freud en 1920 cuando intentaba lidiar con la contradicción clínica entre neurosis traumática y el propósito de los sueños, estos últimos concebidos como “satisfacción de deseos”. Algo de esta controversia fue tímidamente introducida por Laplanche y Pontalis (1967) cuando afirmaron que
[…] es muy cierto que todo organismo vivo está naturalmente dotado con una predisposición a lidiar con el placer como un principio que guía, el cual sin embargo está subordinado a conductas y funciones adaptativas5. [1988, p. 325]
La dicotomía entre principio de placer y principio de realidad puede ser verdad durante los primeros años de la vida pero no es tan notorio a edades posteriores una vez que los traumas pre-conceptuales tempranos se han establecido y actúan continuamente determinando la idiosincrasia individual. La fenomenología del trauma original variará dependiendo de la edad del individuo, podría no ser tan obvio en la infancia por cuanto está velado por las características particulares de la niñez, sin embargo, se harán obvios posteriormente –dependiendo de su intensidad y particularidad– similar a un poderoso tsunami el cual ha estado imperceptible allí por años y de repente erupciona a nivel de la adolescencia. Bion criticó la teoría de “los procesos primarios y secundarios”, encontrando la teoría “verdadera pero frágil” (1962, p. 54), por cuanto pensaba que, debido a la existencia de la “función alfa” y la “barrera de contacto”, el inconsciente despliega actividades “primarias” presentes en la vigilia (identificación proyectiva) y lo opuesto, procesos “secundarios” en la forma de “pensamientos oníricos” cuando se duerme. Los sueños durante el dormir son producto de una “función alfa inconsciente”, algo a lo cual Bion se refirió en un inicio como “trabajo de sueño αα”. Por otra parte, el proceso primario se hace presente continuamente en la vigilia, cuando el individuo, dominado por su estado traumatizado y estando anulada la función alfa, genera un mundo de alucinosis o de proyecciones-introyecciones dentro del cual realidad y fantasía son indistinguibles.
Usando el modelo “continente-contenido”, Bion (1970) ha subordinado el principio del placer a mecanismos de identificación proyectiva e introyectiva, así como al placer de incorporar, retener o evacuar la acumulación de estímulos (Ibíd., p. 29). Asoció además la identificación