Estados traumatizado y no traumatizado de la personalidad. Rafael E. López Corvo

Estados traumatizado y no traumatizado de la personalidad - Rafael E. López Corvo


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su madre tuvo un diagnóstico similar aunque localizado, lo que le permitió sobrevivir por treinta años más, después de serle removido parte del estómago. El diagnóstico de cáncer indujo cuatro sentimientos importantes: i) terror a que, en lugar de estar amenazada de muerte, sería más bien torturada hasta morir; ii) rabia y envidia intensas presentes en la transferencia, como si ella fuese la única que iba a morir mientras el resto de las personas vivirían por siempre en una continua fiesta; iii) rabia y vergüenza hacia ella misma por haber “fracasado en la vida” al estar enferma de cáncer; iv) enorme sospecha de ser rechazada por igual motivo tanto por el novio como por amigos al igual que en la transferencia; se sentía como “una total decepción”. Parecía como si sentirse avergonzada y fracasada, a raíz del diagnóstico, hubiese producido en ella la idea de que inconscientemente estaba lidiando con “algo diferente” a la amenaza de sufrir de cáncer. Era una forma de conocimiento que me recordaba lo referido por Bion (1965) como “conciencia alerta”13:

      Esta “conciencia” [ha dicho Bion] está dada por el conocimiento directo de una ausencia de existencia que reclama existencia, un pensamiento en busca de un significado, una hipótesis definitoria en busca de una realización que se le aproxime, una psique en busca de una habitación física que le dé existencia, un contenido en busca de un continente. [p. 109]

      En un momento dado Emilia dijo sentirse muy sospechosa de ‘A’, quien la había invitado a salir fuera de la ciudad por el fin de semana y ella temía que le iba a plantear que no quería verla más. Recordó tres sueños: En el primer sueño usaba una bufanda que pertenecía a la madre Teresa de Calcuta. Había una multitud de personas que se apartaron para que ella pudiese verse a sí misma sentada en un bistró. En un segundo sueño compraba varias medias porque estaban en oferta. Finalmente iba a ver una obra sobre Galileo, con un novio de su adolescencia. Los asocia con el día anterior cuando regresaba del fin de semana con ‘A’ y él se detuvo para comprar medias en oferta. “Aunque él tiene dinero, es muy frugal consigo mismo”. Recuerda a su marido anterior, quien la obligaba a devolver lo que ella había comprado si él no estaba de acuerdo. No sabía qué pensar sobre de la bufanda de la Madre Teresa y sobre la obra de teatro, aunque creía que estaba relacionado con la ceguera del padre, que quizás lo que pasó con él en ese entonces era similar a lo que estaba pasando con ella ahora. Acerca del bistró, recuerda que cuando se estaba casando por primera vez, no se sentía muy segura de querer hacerlo y cuando salía de la iglesia, se vio claramente a ella misma sentada en un bistró ubicado al otro lado de la calle. Le dije que ella sentía que contrajo el cáncer porque era “mala” y no “buena” como la Madre Teresa; que quizás ahora deseaba estar fuera de su cuerpo, igual como le sucedió cuando se casó por primera vez y deseaba no estar allí. Galileo quien murió ciego, le recuerda a su padre ciego y que le gustaría que yo cuidase de ella así como ella trató de hacerlo con su padre. También le dije que podía haber un elemento interno en ella que era frugal con ella misma y la trataba de modo barato, como si ella no mereciera cosas buenas o el derecho a ser buena con ella misma.

      La siguiente semana Emilia llegó a consulta llorando y disgustada. Dijo sentir rabia e infelicidad porque pensaba que el resultado de las pruebas que debía recoger en el hospital iba a ser poco alentador y se cuestionaba el venir a verme por cuanto sentía que yo no podía hacer nada por ella. Lloraba amargamente y decía que todo el mundo estaba bien menos ella. Le pidió a una doctora amiga si podía recoger los resultados en el hospital, pero ésta le dijo que era política del hospital entregar los resultados personalmente al interesado. Pensaba que eso no era verdad, que lo que sucedía era que los resultados eran tan negativos que su amiga rehusaba ser la mensajera de noticias tan terribles. Al siguiente día fue a recogerlos y el doctor le dijo que los resultados eran mejor de lo esperado, que el cincuenta por ciento de los tumores se habían reducido y más aún, calcificados. Pero aun con las buenas noticias, no se sentía complacida y lucía emocionalmente fatigada. Le dije que quizás en su mente, alguien –posiblemente el aspecto “barato” dentro de su mente– la observaba secretamente; si se mostraba muy feliz por las buenas noticias iba a ser castigada mediante el empeoramiento del tumor; pero si sufría, alguien tendría conmiseración para con ella y le eliminaría la enfermedad. Recordó que su madre era más cariñosa con ella cuando se enfermaba.

      Unas semanas más tarde relató una discusión que tuvo con ‘A’. Le preguntó si él estaba de acuerdo en pagarle a alguien para que la asistiera en la casa: “él es muy rico y lo puede hacer pero se niega y eso me enfurece… es muy distante y ni siquiera me toca”. Recuerda un sueño: Estaba en una caravana con un grupo de gitanos, alguien tocó a su puerta pero ella no podía distinguir si era hombre o mujer. La persona estaba vestida de azul y dijo que tenía una inyección que podría prolongar su vida por dos años más. En otro sueño, se despertó y no encontraba a su madre, fue al salón y la encontró muerta en el piso y se aterrorizó. No da asociación alguna sobre el “gitano” aunque el color azul le recuerda un vestido que su madre solía usar. Estaba rabiosa con ‘A’. Ayer fue el cumpleaños de él y ella lo llamó pero nadie respondió e imaginó que estaba con otra mujer. Se sentía con ganas de decirle que se fuera al infierno. Le llamó otra vez, él respondió y le dijo que cuando ella llamó antes él estaba en el baño; ella le preguntó si estaba con alguien más y él le dijo que no. Luego llamó a su médico y le dijo que estaba alucinando. Le dije que podía haber identificado al gitano conmigo y con su madre, deseando que pudiésemos protegerla de morir. Ella necesitaba mantener a sus padres vivos pero lidiaba al mismo tiempo con la idea de que ellos, como A, la dejaban fuera, algo que la enfurecía y disgustaba. Le resultaba difícil imaginar que sus padres estaban muertos y ella contaba sólo con ella. Dijo que se sentía mareada y que quería irse. Después de una pausa prolongada recordó otro sueño: Tenía puesto unos zapatos nuevos y un vestido que su madre le hizo cuando ella tenía 16 años. Asoció el vestido con uno que tenía en la escuela secundaria, cuando recibió un premio de manos de la esposa del Presidente de su país. Si su padre no se hubiera quedado ciego, su situación financiera podría haber sido mucho mejor y ella pudiera haber sido médico en lugar de enfermera, expresó con rabia. Le dije que un elemento en su cabeza la convencía de que sus padres aún estaban vivos y ella podía discutir con ellos acerca de lo que no habían hecho por ella.

      En una ocasión llegó muy disgustada argumentando que todo el mundo tenía algo acerca de lo cual sentirse alegre, con esperanza y con planes para viajar. También estaba molesta conmigo porque no hacía nada por ella y lo que le decía de no “pensar por adelantado” era imposible de lograr. Después de una pausa se calmó y dijo que su madre era así, siempre criticando a todo el mundo. Recuerda que su madre podía hablar por horas, siempre repitiendo la misma historia y forzándola a que ella la escuchara; una vez le preguntó a su padre como se las arreglaba para lidiar con su madre, siempre repitiendo las mismas historias y él le respondió que jamás la escuchaba. Le dije que quizás su madre la trataba como un retrete, descargando todo aquello de lo cual se quería deshacer, sin alguna consideración hacia las necesidades de Emilia y que posiblemente ella temía que también yo pudiese tratarla de la misma manera. Refirió que recordaba que cuando pequeña y estaba con su madre, quien le hablaba interminablemente, miraba continuamente al reloj colgado en pared, anhelando que el tiempo transcurriera rápido y que pronto fueran las 7:00 pm, cuando su padre llegaba a casa.

      Unas sesiones más tarde llegó elegantemente trajeada y yo percibí que estaba tratando de ser seductora. Dijo algo vacilante que sentía un poco de miedo porque había estado viendo a otro analista al mismo tiempo que venía a verme a mí, pero que este analista había muerto repentinamente durante el fin de semana y temía que yo deseara no verla más. Le dije que quizás sentía que me hacía algo cuando se iba a ver al otro analista, pero que yo no lo sentía así, que para mí, lo que ella hiciese estaba bien. Quizás me percibía como su madre y sentía la necesidad de ver a otro analista como alguien a quien recurrir, al igual que hacía con su padre cuando niña para que le protegiera de su madre. Estuvo de acuerdo y agregó que era como una parte “escurridiza” en ella, que se asomaba cuando se sentía amenazada o temerosa. Le dije que quizás la parte “escurridiza” en ella, por miedo, usaba su elegancia para “seducirme”. Se rió un tanto ansiosa. Luego añadí que había algo interesante en el elemento “escurridizo”, que parecía inducir en ella la necesidad


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