Historias del hecho religioso en Colombia. Jorge Enrique Salcedo Martínez S J
los Santos, en la Iglesia, en el perdón de los pecados, en la vida del alma en el más allá, y en la acción de los vivos sobre las almas de los fieles difuntos, entre otras cosas más. Aunque se trata de fórmulas testamentarias, se constata que los testadores adherían en ese momento a las creencias fundamentales de los católicos propuesta en el Credo, lo cual proclamaban solemnemente al momento de testar. Particularmente, los testamentos indican que también se operó un cambio fundamental en la forma de enterrar a los muertos, pues los testadores piden ser enterrados en las iglesias, tal como el Catecismo lo había previsto46, y ser llevados allí en procesión con sacerdote, cruz alzada y en compañía de sus cofrades, pues la gran mayoría hacía parte de una cofradía. La forma prehispánica de enterrar los muertos, que también fue prohibida por el Catecismo47, fue abandonada por el indígena colonial. El éxito en este asunto fue bastante evidente. Es importante notar igualmente que todos los testadores ordenan misas cantadas para el día del entierro y novenarios de misas rezadas como mecanismos para garantizar la salvación del alma. Se comprueba también que el acto de testar que había sido prescrito por el Catecismo se popularizó lentamente entre los indígenas48 y que el matrimonio católico ganó poco a poco en aceptación. A juzgar por el contenido de los testamentos, el proceso de cristianización favorecido por el Catecismo tuvo un relativo éxito, aunque no inmediato. Con ello no se quiere decir que esto se debiera exclusivamente a lo dispuesto en el Catecismo, sino que este hizo su propia contribución, en la cual intervinieron simultáneamente otros actores y otras reglamentaciones.
Paralelamente al proyecto de proclamación de la fe cristiana, el arzobispo introdujo en su obispado un programa de aniquilación de las manifestaciones religiosas de los indígenas, ya que estas eran contrarias a la fe y a la moral católica. Se procedió entonces a la destrucción de los santuarios muiscas, de los ritos, de las ceremonias y de los ídolos, a la persecución de los jefes religiosos, a la prohibición de ciertos juegos y supersticiones, de los sacrificios humanos, de los entierros tradicionales y de la venta y posesión de materiales para sahumerios y sacrificios49. Desde entonces se luchó constantemente por destruir las marcas tangibles de las expresiones religiosas prehispánicas. Para Germán Colmenares la cruzada contra la religión de los indígenas de 1577, en la que participaron Francisco de Auncibay y Cortés de Mesa, oidores de la Real Audiencia, así como el arzobispo Zapata de Cárdenas, fue la más violenta y la más generalizada de todo el periodo colonial50.
Pese a la violencia de las acciones contra la población indígena, esta continuó aferrada a sus ritos y creencias, como se deduce de los testimonios de Pedro de Marmolejo, del propio arzobispo y del fiscal Francisco Guillén. El primero declaró que, en cuanto a las cosas de la Iglesia, “ni se hace cosa de que se sirva Nuestro Señor, ni las doctrinas se hacen, por el poco favor que vuestro presidente y oidores dan al prelado para que quite las idolatrías y ritos y ceremonias que estos desventurados tienen”51. Por su parte, Zapata de Cárdenas fue mucho más negativo en su apreciación y aseveró que, en cuanto a la conversión de los indígenas, “está hecha hoy menos que el día que entraron los cristianos en esta tierra, porque los indios se están en sus ritos y barbarismo como solían, y tienen más lo malo que han tomado de los cristianos”52. Era de esperar que dos años después de la publicación del Catecismo poco fuera logrado en ese aspecto, pero el paso del tiempo no mejoró la situación, pues en 1583 el fiscal Francisco Guillén decía que “la mayor parte de los indios de todo el Reino son idólatras y jamás se les ha po-dido quitar el usar de sus ritos y ceremonias”53. Estos testimonios quedaron corroborados durante las visitas eclesiásticas de Diego Ugarte y Velasco a las provincias de Tunja y Santafé realizadas en 1585, las cuales demuestran definitivamente que poco se había conseguido con la predicación de la fe, pues los indígenas seguían aferrados a sus prácticas religiosas ancestrales54.
La realidad de la recepción del Catecismo, en cuanto a la proclamación de la fe, se hace más clara cuando se acude a las constituciones del sínodo convocado por Bartolomé Lobo Guerrero en 1606. En efecto, este sínodo ignoró la obra de Zapata de Cárdenas y ordenó que en todo el arzobispado se enseñara la doctrina según el Catecismo del Concilio Limense, el cual se hizo traducir al mosca y a otras lenguas del reino55. En lo que sí tuvo probablemente un impacto el Catecismo sobre el sínodo fue que este exigió la enseñanza de la doctrina en lenguas nativas, pero esta afirmación hay que acogerla con prudencia, porque los concilios limenses de 1567 y 1583 ya habían reconocido la importancia de la enseñanza de la doctrina en dichas lenguas.
Treinta años después de la publicación del Catecismo, el sínodo de Lobo Guerrero legisló de nuevo sobre la embriaguez, la pintura sobre los cuerpos, las buenas costumbres y la cortesía; mandó rezar antes de acostarse y al levantarse, ir a la iglesia antes de presentarse al trabajo, confesarse una vez por año y tener imágenes religiosas y rosarios. También legisló sobre los jeques, los santuarios, los amancebamientos, las supersticiones, la venta de moque, la idolatría y otros pecados. En términos generales, se repite lo mismo que Zapata de Cárdenas había prescrito en su Catecismo, lo que parece indicar que las acciones asociadas a la predicación de la fe no produjeron los resultados esperados, al menos inmediatamente. Sin embargo, hay que decir que Zapata de Cárdenas realizó constantes esfuerzos para hacer aplicar las disposiciones de su Catecismo. Como lo señaló Mercedes López en su estudio sobre los frailes doctrineros en el Nuevo Reino de Granada, hacia 1585 Diego de Ugarte y Velasco aceptaba el auto del arzobispo por el cual lo nombraba visitador eclesiástico de las provincias de Tunja y Santafé. Se le pidió al clérigo castigar la infidelidad de los naturales, averiguar si en cada pueblo el encomendero había puesto un sacerdote, si las iglesias poseían los ornamentos adecuados para el servicio de la misa y enmendar las idolatrías, incestos y sacrificios que los indígenas hacían al demonio56. Como se deduce de lo anterior, Zapata de Cárdenas utilizó las visitas eclesiásticas como medio para hacer cumplir las disposiciones adoptadas en su catecismo. Pero realizar un cambio de esa envergadura no era fácil, ya que producir modificaciones en el imaginario de los indígenas era una tarea que llevaba mucho tiempo, por tratarse de transformaciones asociadas a la cultura de los pueblos prehispánicos. Afirma Hermes Tovar Pinzón que del complejo mundo indígena “quedaron grupos reducidos en tierras de comunidad, intentando reproducir en silencio y en la clandestinidad sus tradiciones […]. Las procesiones, las danzas, los rituales, fueron la piel que cubrió de esperanza la vida y el lugar por donde marchaban las mortajas de los ritos y los afectos de otros tiempos”57.
Como complemento de la campaña de destrucción de las idolatrías, las disposiciones del Catecismo proponían la construcción de templos cristianos y la reconfiguración territorial mediante la nucleación. Se ordenó a los sacerdotes y religiosos que se ocuparan como era debido de los templos y que procuraran que estos se hicieran en lugares cómodos, bien obrados, limpios y ornamentados y con la capacidad suficiente para albergar todo el pueblo en ellos. “Y a la puerta se hará (si fuere posible), un portal donde estará un púlpito para predicar a los infieles, que aún no han entrado en el número de los catecúmenos”58. Como lo señaló Guadalupe Romero Sánchez en su tesis doctoral, “quizás sea la antecapilla la seña de identidad más clara de los complejos evangelizadores y la que aporta el componente estético externo que mejor caracteriza a las iglesias doctrineras de Nueva Granada”59. Apunta la historiadora del arte que en la inmensa mayoría de los contratos de obra que analizó en su estudio se especificaba la construcción del soportal. De hecho, con el estudio de Romero Sánchez se corrobora que la construcción, en reiterados casos, de los templos doctrineros se realizó siguiendo lo prescrito en el Catecismo, lo cual se puede constatar aún hoy día visitando algunas iglesias doctrineras del altiplano cundiboyacense. Sin embargo, cabe mencionar que este impacto no se debió exclusivamente a la medida adoptada por el arzobispo, sino que a ello contribuyeron también algunas disposiciones civiles60.
De acuerdo con el concepto de recepción establecido al inicio de este artículo, la recepción práctica se puede apreciar igualmente en las formas institucionales surgidas de las prescripciones establecidas en el Catecismo. Entre las instituciones impulsadas por el arzobispo, la escuela es sin duda la más importante. Se ordenó que en las principales doctrinas se debía construir un bohío que sirviera de escuela para instruir allí a los hijos de los caciques