Reportajes. Gonzalo Arango

Reportajes - Gonzalo Arango


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–Y diciendo esto a velocidades de rayo se desembarazó del afiebrado sudario, lamentándose de que ya era muy tarde para ir a la peluquería, y se esfumó al baño a tirarse las mechas sobre la frente.

      El poeta Bonilla no salía del asombro, del milagro, y no sabía dónde meter su inútil y estúpido estetoscopio, protestando por la evidencia.

      —Es imposible, no puedo creerlo, esta mujer estaba más muerta que el Frente Nacional.

      —Doctor, eso le pasa por olvidar que Fanny es Fanny, que Fanny es un milagro, que Fanny es un Festival.

      Desde entonces, el escéptico e inspirado poeta doctor Bonilla juró dejar la medicina para dedicarse a la magia negra, a pesar de lo cual este año tampoco nos ganamos el Premio Esso.

      ESTA MUJER INOLVIDABLE

      A Fanny le gustaría que la olvidaran, que la dejaran hacer sus cosas en silencio, sin bulla, sin ostentación. Pero desgraciadamente, ella es inolvidable. Por ejemplo, en su estatura, a la que hay que llegar en ascensor, o como llegó el inspirado aeda Camacho Ramírez, quien para poderla admirar tuvo que hacerle el poema más largo y más caro de la literatura colombiana (“La vida pública”). O como Nereo, que para retratarla de cuerpo entero se tuvo que subir en el trípode. O como yo, que para llegar al hombro de Fanny me encaramé sobre mi complejo de superioridad.

      Esto en cuanto a cantidad, porque en cuanto a calidad… Hace años estaba por escribirle a Fanny algo que ella se merece como mujer, como artista, y como Festival. Cada año me lo proponía y cada año fracasaba. La razón de este fracaso me parece radica en que Fanny se volvió un mito, una institución, un fenómeno colectivo, una peste sagrada. Eso me desalentaba: que ya no era una persona sino un símbolo, una maravillosa abstracción, algo como don Quijote, don Juan o nuestro Señor Jesucristo. Por esa misma razón de símbolos de la humanidad nunca he podido escribir sobre estos tres señores.

      Sin embargo, este año he perdido la inhibición por una causa: resulta que ella me ha hecho víctima de una hecatombe de amistosos afectos y homenajes, y yo me sentía muy idiota para agradecerle todo eso indecible con algo tan estúpido como un artículo. Cada año yo era el invitado infalible del Festival de Fanny en Cali, y me había acostumbrado a él como a una primavera después de agotarme un año en los atroces inviernos de la mente. Esperaba junio con la excitación de unas bodas, con un anhelo vehemente de resurrección. Cali y el Festival eran para mí como una medalla al guerrero y al mártir. Nada más ideal para mi hedonismo estético: las mujeres más bellas, el sol más luz, la cultura más viva, la amistad más devota, y la pandilla genial del nadaísmo caleño.

      Ahora la pobre Fanny me escribe con lágrimas que este año suprimieron las “invitaciones de honor”, lo que significa que los intelectuales de honor caímos en desgracia. Pero como Fanny es invencible, amenaza que de todos modos se comprará un pasaje de honor con su sueldo de actriz para que yo vaya, y que mi dormida no es problema pues ella se piensa ir para el sofá para que yo ocupe su lugar en el rincón del señor director Pedro I. Martínez. Una idea muy cariñosa y surrealista que por supuesto debe tener a su desapacible marido tramitando el divorcio.

      Este año, pues, el Festival de Fanny en Cali no me invitará, supongo que por estas tres razones:

      a) Porque los azucareros se pusieron muy amargos con el hecho de que los nadaístas nos ganamos el año pasado todos los concursos de literatura: Fanny Buitrago, El Monje Loco y yo (J. Mario quedó fuera de concurso, pero se resignó con dos pecas y una trenza de Raquel Jodorowsky, lo otro no nos consta).

      b) Porque algún mercenario de linotipo dijo que los nadaístas éramos “una caterva de piojosos y comuñangas” (y los caleños como que se están muriendo de miedo con la dictadura de la imbecilidad despatriada).

      c) Porque yo declaré en un reportaje que en mi concepto lo mejor del Festival era la comida del Aristi (lo cual es cierto si se tiene en cuenta que mi salario de escritor nadaísta solo alcanza para dos píldoras de vitamina y un par de huevos fritos al día, hasta que aterrizo en “Cali Puerto” harto de literatura y más descarnado que una virtud).

      Pero por Dios, ¿por qué los intelectuales caleños no tienen un poco de humor y toman las cosas a lo trágico, como si mi par de huevos fritos fueran los suyos? Por eso la noticia de Fanny me cayó como una patada en… En fin, en la cacerola. En vista de mi posible y trágica ausencia, J. Mario, Elmo, Alcántara, Norman Mejía y Melchor decidieron aprovechar el verano de junio y las muchedumbres del V Festival para facturar un modestico –pero a la medida de nuestro genio– Primer Festival de Arte de Vanguardia, con sede en la Galería La Nacional. Este festivalito será algo así como el hijo natural pero revoltoso del acaudalado y tradicional gran Festival de Cali, lo que equivale a los refranes populares de lo que abunda no sobra, y al que no quiere caldo se le dan dos tazas.

      En vista de lo cual los nadaístas caleños me ofrecen una noche de gloria para que turbe el orden público poético de La Sultana con una conferencia que ya titulé “El striptease de lo prohibido”.

      No vacilé en aceptar pensando en Cali, en sus masas burguesas y obreras ávidas de cultura, en las caleñas, en cambiar mis zapatos rotos por otros de cortesía donde Alonso, y en última instancia en mi modesto aporte al arte de vanguardia (o a la barbarie, según se mire).

      Todo esto me parece magnífico y solo tendré nostalgia de los desayunos a domicilio a las tres de la tarde en el Hotel Aristi, con papaya, dos jugos de naranja (¡oh, Maiakovsky, tu hijo tiene incendio en el corazón, decid a los bomberos que suban al corazón ardiendo con un par de caricias, que yo arrancaré a mis ojos toneles de lágrimas!). Y, en fin, todo lo demás, sin olvidar las hostias sacramentales para devolver a mi alma su respectivo, ebrio y trasnochado cuerpo, quiero decir, los dos Alka-Seltzer de rigor. Allá me sentía poeta excéntrico y millonario cuando aparecía un carrito que rodaba hasta mi cabecera, lo que me hacía sentir muy embarazado, o mejor dicho como en dieta. El mesero me daba las “Buenas tardes, ilustre poeta” y me dejaba con el suculento desayuno. Pero yo lo llamaba y le decía: “Maître, voilà votre pouvoir, vous êtes très aimable, merci”. Esto me salía en un impecable francés de Marsellesa, pero en caleño era más o menos esto: “Oiga, vea, compañero, agarre este pesito de propina, y que Dios lo bendiga”.

      Bueno, ya no habrá jugo de naranja a domicilio, ni chateaubriand, ni francés a la Marsellesa. Que todo sea por el festivalito de vanguardia, tan proletario él.

      J. Mario, para animarme, me dice que puedo ir a dormir al barrio popular en la casa de Elmo Valencia, que no me preocupe, pues hay buses hasta las diez y media, pero que de todas maneras: “Profeta, vente como puedas, en bicicleta, como sea, las chicas preguntan por ti, preguntan por el beso anual de tu autógrafo desvalorizado, y, como si fuera poco, las chinches de La Casa del Viajero enviaron a la sede de este Festival (el de vanguardia) una comisión de alto nivel a preguntar si este año iban a tener el placer de hospedarte, de chuparte, y se volvieron locas, se alzaron la bata, se volvieron nadaístas con la noticia de tu venida. Pero, por favor, te mandan a decir que no escribas con sangre tu conferencia como predica Nietzsche porque entonces qué decepción. ¿No te parece maravilloso, Profeta maravilloso? Desde ya entrarnos en huelga de hambre para esperarte, para abrazarte, para devorarte” (Fdo. Las Pulgas).

      ¿Qué más podía decir sino que sí? Pues con tal de ir a Cali, voy como poeta o como boxeador, y sería hasta capaz de arriesgar mi integridad de escritor de peso pluma con Cassius Clay. Incluso, hacer cola en el paradero de buses del barrio popular para ir a dormir con Elmo Valencia (lo que por desgracia es lo que va a suceder).

      LOS NADAÍSTAS SE DIVIERTEN EN JUANCHITO

      La anécdota más pintoresca del pasado IV Festival nos sucedió en Juanchito, un bailadero sobre el río Cauca. Estábamos los nadaístas con la poeta peruana1 Raquel Jodorowsky, completamente peludos, felices y borrachos. Hacíamos un alboroto de mil demonios. Elmo se reía frenéticamente como un chachachá, trepidaba como una locomotora enseñando los primeros gateos del twist a J. Mario. En una mesa vecina dos parejas nos contemplaban


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