Escenas Montañesas. José MarÃa de Pereda
van á ellos…; porque lo que es en este particular, en nuestros bailes están todos los hombres que van á los de las señoras…, y muchos más. Pues, señor, la bailan á una, la hablan tan finos…, y una ¿qué ha de hacer? Pues es claro.
—Total, que el mocito que está en el portal de enfrente no perderá el tiempo.
—Parece que va usté á medias con él.
—Ojalá, Teresita…; aunque en semejante negocio me sería muy difícil dar participación á nadie.
—¿Por qué?
—Porque es usted demasiado bonita.
—¿Me va usté á hacer el amor?
—Como usted me corresponda, sí.
—¿Y si se lo digo á la rubia?
—No tengo el gusto de conocerla más que de vista.
—De todos modos, no me gusta usté.
—Gracias por la franqueza.
—Tiene usté mala opinión de las mujeres.
—Si todas me tratan como usted, no me faltan motivos.
—Ya me hizo usté romper una abuja….
—No importa, yo la regalaré á usted un paquete.
—Es que á este paso no acabo la camisa en ocho días.
—Mejor: así la veré á usted más veces.
—Y le saldrá á usté muy cara la obra.
—Á ese precio vaya usted haciéndome camisas.
—Pues ya que no regatea usté el tiempo, voy á robarle hoy un cuarto de hora.
—¿Para charlar?…; aunque sea medio día.
—No, señor, para ir á una tienda que está junto á la calle Alta, á comprar … cuatro cuartos de orejones, que me gustan mucho.
—(¡Llévete el mismo Satanás, grosera!)
—Como los trae de Castilla por mayor la tendera, que es amiga mía, da muchos más por cuatro cuartos que en las otras tiendas…. ¿No le gustan á usté?
—¡No!
—¡Jesús, pues vaya una rareza!… Hágame el favor de dar esa tira que está debajo de usté, para amarrar la labor…. Muchas gracias…. ¡Pero qué mala cara se le ha puesto á usté de repente!
—Es que … tengo un flemón.
—¿Y no le dolía á usté antes?
—No tanto como ahora.
—Pues chumpe usté un higo paso, que es muy bueno para los flemones.
—Muchas gracias.
—Conque hasta mañana, que voy á por los orejones.
—¡Vaya usted con Dios!
* * * * *
Escribir un libro de costumbres montañesas y no dedicar algunas páginas á la costurera, sería quitar á Santander uno de los rasgos más característicos de su fisonomía. Tan notorio, tan visible es entre su población este ramo, que el sexo débil de ella puede, hechas las exclusiones de rigor, dividirse por partes iguales en mujeres-costureras y mujeres que no lo son. Pero hablar de las costumbres de las primeras tiene tres perendengues para un hombre que, como yo, no las conoce bien, porque equivocarse en el menor de los detalles tendría tres bemoles. En plata, lector: la costurera me infunde cierto respetillo, y no quiero echar sobre mi conciencia el compromiso de hacer su retrato.
Y supuesto que el estilo es el hombre, y por ende, la mujer, entérate del diálogo anterior, que es histórico; ve lo que de él puedes sacar en limpio, y allá te las arregles después, si Teresilla se cree agraviada (en lo que no sería justa) con tus deducciones. Por mi parte, estoy á cubierto de sus iras con decirle, en un lance apurado:
—Tu es auctor.
LA NOCHE DE NAVIDAD
I
Está apagando el sol el último de sus resplandores, y corre un gris de todos los demonios. Á la desnuda campiña parece que se la ve tiritar de frío; las chimeneas de la barriada lanzan á borbotones el humo que se lleva rápido el helado norte, dejando en cambio algunos copos de nieve. Pía sobresaltada la miruella, guareciéndose en el desnudo bardal, ó cita cariñosa á su pareja desde la copa de un manzano; óyese, triste y monótono, de vez en cuando, el ¡tuba!, ¡tuba! del labrador que llama su ganado; tal cual sonido de almadreñas sobre los morrillos de una calleja…; y paren ustedes de escuchar, porque ningún otro ruido indica que vive aquella mustia y pálida naturaleza.
En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas manos de cada uno.
Han pasado la tarde retozando sobre el mullido lugar en que descansan ahora, y por eso, aunque mal vestidos, les basta para vencer el frío que apenas sienten, soplarse las uñas de vez en cuando.
De los dos muchachos, el uno es de la casa y el otro de la inmediata.
De repente exclama el primero, en la misma postura y dándose con los talones desnudos en las asentaderas:
—Yo voy á comer torrejas … ¡anda!
—Y yo tamién—contesta el otro con idéntica mímica.
—Pero las mías tendrán miel.
—Y las mías azúcara, que es mejor.
—Pues en mi casa hay guisao de carne y pan de trigo pa con ello….
—Y mi padre trijo ayer dos basallones … ¡más grandes!…
—Mi madre está en la villa ascar manteca, pan de álaga y azúcara…, y mi padre trijo esta meodía dos jarraos de vino blanco, ¡más güeno! Y toos los güevos de la semana están guardaos pa hoy…, má e quince, así de gordos…. Ello, vamos á gastar en esta noche-güena veintisiete rialis que están agorraos.
—¡Miá qué cencia! Mi padre trijo de porte cuatro duros y dimpués dos pesetas, y too lo vamos á escachizar esta noche…. ¿Me guardas una tejá de guisao y te doy un piazo de basallón?
—¡No te untes!… Y tú no tienes un hermano estudiante que venga esta tarde de vacantes, y yo sí.
—Pero tengo un novillo muy majo y una vaca jeda que da seis cuartillos de leche…. ¡Tenemos pa esta noche más de ello!…
—¡Ay Dios! ¿Quiés ver ahora mesmo dos pucheraos de leche? Verás, verás….
Y salta el rapazuelo, y en pos de él el otro, desde la pila al portal, y llegan á la cocina mirando con cautela en derredor, por si el tío Jeromo, padre del primero, anda por las inmediaciones.
Como ya va anocheciendo, el chico de la casa toma un tizón del hogar, sopla en él varias veces, y al resplandor de la vacilante llama que produce, se acercan á un arcón ahumado que está bajo el más ahumado vasar; alzan la tapadera, y aparecen en el fondo, entre montones de harina, salvado y medio pernil de tocino, dos pucheros grandes llenos de leche.
El de la casa mira á su amigo con cierto aire de triunfo, y entrambos clavan los ávidos ojos en los pucheros, y entrambos alargan la diestra hacia ellos, y entrambos remojan el índice en la leche, aunque en distinto cacharro.
Con igual uniformidad de movimientos