Repensar los museos y centros de ciencias. César A. Domínguez

Repensar los museos y centros de ciencias - César A. Domínguez


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conversar y comprar. Las salas deben verse como una especie de “parque intelectual” en el cual los visitantes pueden pasear entre los objetos e ideas y compartir experiencias. La investigación muestra que lo que más recuerdan los visitantes es la experiencia social, por lo tanto se tiene que ofrecer una gama amplia de experiencias potenciales para la socialización. Si los museos se conciben como una plaza pública, tienen más posibilidades de éxito.

      Sin duda, la función sustantiva más importante de la universidad es la docente, la formación integral de los cuadros profesionales, intelectuales y técnicos que el país requiere. Los museos universitarios pueden contribuir y enriquecer esta función sustantiva considerablemente, para lo cual se puede hablar de dos dimensiones que están estrechamente ligadas entre sí. La primera se refiere al compromiso como universitarios de formar, capacitar y actualizar a nuestro personal. La Comunicación Pública de la Ciencia (CPC) es un campo de conocimientos que conjunta saberes y experiencias de diversas disciplinas científicas (naturales, exactas, humanas), artísticas, de la comunicación y la tecnología. Debido a que el campo de conocimiento de la CPC es amplio y diverso, es necesario que sus profesionales se especialicen, ya sea en temas específicos de ciencia, el medio que emplean o el público al que se dirigen, o bien una combinación de estos. También existen otras actividades profesionales relacionadas, como son la investigación, la evaluación, la gestión y la comercialización, por mencionar algunas. Por lo tanto, la capacitación y actualización requerida para ejercer la CPC en un determinado espacio o medio dependerá de la naturaleza del proyecto y de los objetivos. En el caso específico de los MCC es imprescindible que quienes van a participar en el desarrollo de proyectos museológicos puedan capacitarse y actualizarse en el campo. Los guías (anfitriones) también requieren de una formación general en diversas áreas de la CPC de la ciencia y en MCC, así como se específica de acuerdo al tipo de actividades que van a realizar (Reynoso y Franco, 2015).

      La función externa de la docencia tiene también diversos componentes. Como institución educativa, debemos compartir nuestros conocimientos y experiencias con otras instituciones que desempeñan labores afines, y asesorar a aquellas con menor experiencia. Una de las labores educativas más importantes se relaciona con el enorme potencial que tienen estos espacios de servir como apoyo a la educación formal. En el caso específico de los museos, y debido a que una parte considerable del público es escolar, se deben tener programas especiales para alumnos, así como de apoyo a docentes y materiales complementarios. En virtud de que el público es heterogéneo y que posiblemente los usuarios sean de un amplio espectro de edades y grados educativos, se deben considerar programas especiales para cada sector.

      Los museos tienen un gran potencial didáctico y formativo, así que pueden ser un excelente apoyo a la educación formal, siempre y cuando se comprenda que el aprendizaje en estos espacios no es igual que en la escuela. Para sensibilizar al sector educativo sobre la conveniencia de emplear el museo como apoyo a la educación formal es recomendable diseñar estrategias para los diferentes estratos de este sector, acerca de cómo usar el museo para explotar al máximo su potencial didáctico. Habrá que iniciar con las autoridades educativas. Además de que conozcan la oferta de productos y actividades que ofrecen los MCC también es importante mostrarles las ventajas de emplear estos recursos como apoyo al aprendizaje y como complemento del curriculum escolar para que las propias autoridades, a su vez, transmitan estas ideas a los profesores. El segundo paso es trabajar con los maestros para mostrarles las opciones que ofrecen los MCC. Es fundamental insistir en que no reproduzcan en los MCC las prácticas del aula, porque al hacerlo se desaprovecha la rica experiencia de aprendizaje que ofrecen estos espacios.

      Feher y Diamond (1990) destacan una ventaja adicional de los museos: son buenos sitios para estudiar cómo aprende la gente debido a que los visita un público heterogéneo, porque son ambientes en los cuales la gente puede elegir libremente lo que quiere hacer y porque los diferentes elementos que integran el discurso del museo permite explorar aspectos específicos de la interpretación de los conceptos e ideas que se presentan. El hecho de que los alumnos se encuentren en un ámbito en el cual no sienten la presión de que van a ser evaluados, ofrece al docente oportunidades únicas para conocer aspectos de sus alumnos que no puede observar en el aula. En estos espacios, los estudiantes, al sentirse libres de evaluaciones y de ciertas conductas esperadas en un salón de clases pueden buscar lo que les interesa. Por lo anterior, es importante incluir esta “libertad” en la programación de la visita escolar. Además, en este ámbito educativo informal es más factible que el alumno responda de acuerdo a lo que verdaderamente entiende, utilizando su sentido común y no respuestas memorizadas para pasar un examen. Por lo tanto, es un buen sitio para explorar los conocimientos previos de las personas, cómo interpretan la información que se les presenta y cómo van estructurando su conocimiento, información que es de suma utilidad para los maestros y para el personal del museo.

      A final de la década de los años 80 del siglo pasado, una de las preocupaciones más importantes en el ámbito de la enseñanza de la ciencia fue la creciente evidencia empírica de que los alumnos poseen ciertas ideas previas a la instrucción en relación a temas científicos que verán en clase, que frecuentemente están en contradicción con lo que se enseña (Serrano y Blanco, 1988 y Hills, 1989). Lo más sorprendente y preocupante es que estas ideas permanecen casi o totalmente inalteradas, aun después de la enseñanza formal (Viennot, 1979). Matilde Vicentini (1978) afirmaba que estas ideas no estaban aisladas sino que más bien formaban parte de una red de experiencias e interpretaciones que todos construimos a lo largo de nuestra vida como resultado de la interacción con el medio natural y social en el que estamos inmersos. Muchas de estas experiencias e ideas son socializadas por la comunidad y quedan enmarcados dentro de esquemas que se comparten y que se denomina sentido común. Estos esquemas incluyen conceptos e ideas, correctas o incorrectas desde el punto de vista de la ciencia y resultan muy resistentes al cambio. Driver y Easly (citado en Hills, 1989) propusieron, que como punto de partida del diseño de estrategias educativas, sería muy útil analizar el contenido de estas ideas y cómo están estructuradas con el fin de comprender las dificultades intelectuales a los que se enfrentan los alumnos para entender conceptos científicos. A partir de ese momento surgieron cantidad de artículos en relación a las ideas previas a la instrucción de los alumnos y el contraste con las ideas científicas en temas como movimiento, energía, electricidad, fuerza, gravedad, calor, evolución, selección natural, fotosíntesis y estructura de la materia por mencionar algunos (Hills, 1989).

      Otro aspecto interesante es que en el museo cambian las dinámicas y los roles que se establecen en el salón de clases, ya que los alumnos pueden recurrir a otros conocimientos, habilidades o destrezas que no tienen la oportunidad de emplear en el aula. Por lo tanto, el maestro puede descubrir otras características de sus alumnos que desconocía.

      Los museos deben contar con un departamento de servicios educativos y atención al visitante, que oriente y ayude a cada escuela a planear su visita y a obtener el máximo provecho de la experiencia. Es recomendable que se produzcan materiales escritos con propuestas didácticas para los maestros y que se les sugieran actividades para antes, durante y después de la visita. El museo también se beneficia de esta relación con el sector educativo ya que la experiencia de los docentes puede aportar información muy valiosa para el desarrollo de proyectos museológicos.

      La labor educativa en los MCC no debe limitarse a los escolares. Los museos tienen el potencial para convertirse en espacios de educación para toda la vida (Delors, et al., 1996) por lo que es indispensable tener una amplia disponibilidad de equipos, programas y actividades para todos los sectores de la población (Reynoso y Franco, 2015).

      La UNESCO en diferentes conferencias internacionales ha profundizado sobre las diferentes conceptualizaciones que debe tener una educación que se prolongue a lo largo de toda la vida de las personas. Desde la denominación de educación permanente, que abarca todas las facetas y ámbitos de la educación, hasta la denominación más actual de la educación para toda la vida y que se la ha consolidado con el Informe Delors de 1997. Es evidente, que con el paso del tiempo, la educación ha ido transformando sus perspectivas y ha dejado de ser una función destinada a preparar a los individuos para la vida y ha pasado a ser una constante en la evolución de las personas durante toda su existencia (Camacho, 2006/2007).

      La tercera función sustantiva es


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