La casa de todos y todas. Patricio Zapata Larraín

La casa de todos y todas - Patricio Zapata Larraín


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columna en un diario cuestioné la norma constitucional que dejaba fuera de la vida cívica a las personas y movimientos que propagaran doctrinas marxistas.

      Después de titularme de abogado, escribí contra los senadores designados y la inamovilidad de los Comandantes en Jefe. Como asesor, impulsé proyectos para permitir que chilenas y chilenos que residen en el extranjero pudieran tener mínimas facilidades para votar, así como promoví fórmulas para sustituir un sistema electoral binominal hecho a la medida de la derecha por un sistema proporcional que respete la igualdad de voto. No pretendo ser 100% coherente en todo lo que digo o hago, pero no tengo doble estándar a la hora de enjuiciar las dictaduras. Y así como rechazo las dictaduras de derecha, repudio también los totalitarismos comunistas. Los tiranos chicos, los medianos y los grandes. Los de Venezuela, los de Cuba y, también, los de China.28

      Adelanto, entonces, a la lectora y al lector que ya ha llegado a esta parte que todo lo que voy a decir más adelante sobre el tema constitucional está animado por este compromiso con la democracia.

      En segundo lugar, quisiera declarar mi condición de moderado. Entiendo la moderación no como tibieza (“ni frio ni caliente”), sino como la búsqueda constante del equilibrio. Del equilibrio entre libertad y orden. Del equilibrio entre libertad y justicia. Esa misma vocación es la que aleja al moderado de las fórmulas maniqueas o extremas. Entiende que la mejor solución tendrá que integrar distintos elementos.

      La moderación no consiste en apostar por promedios, ambigüedades o mezcolanzas que traten de dejar a todos contentos. No. El moderado intenta algo mucho más difícil: una buena síntesis.

      El moderado sabe que todo cambia (y cada vez más rápido). Por eso rehúye soluciones demasiado radicales. Mirando los intereses de todas y todos, busca los acomodos razonables, aquellos que dejan vivir las diferencias y que, en caso de necesidad, pueden ser corregidos oportunamente.29

      He descrito la política del moderado. Algunas palabras, ahora, sobre la que debiera ser su ética. Y su estilo. Como yo lo entiendo, siempre debe apostar por el diálogo y por la paz. Nunca por la violencia. Debe respetar al que piensa distinto. En el debate público debe estar siempre tranquilo. A veces es justo y necesario sentir la indignación, pero siempre deben evitarse los arranques de ira o de odiosidad personal.

      No se crea que estoy dibujando un santo o un ángel. Como todo ser humano, el moderado tendrá la misma cuota de vicios y defectos que el reaccionario, el fascista o el revolucionario (por eso, los moderados pueden ser, podemos ser, vanidosos, perezosos o envidiosos). La especial identidad del moderado tiene que ver con una manera de entender la política: como el arte prudencial de lo posible.

      El moderado, en fin, no cree en soluciones perfectas, como no cree en personas perfectas ni en sociedades perfectas. Busca lo mejor posible, aquí y ahora (y “en la medida de lo posible”). Y esto, que me parece valioso como aproximación a la política en general, me parece indispensable para hacer buena construcción constitucional.

      Una última declaración. Tengo mucha fe en Chile y su futuro. Creo que, como país, tenemos un enorme depósito de talento y generosidad. Nuestro pueblo tiene, además, grandes reservas de sensatez.

      Tengo confianza en que sabremos llegar a los grandes acuerdos que se necesitan para tener una Constitución que sea Casa de Todos y Todas. Y tengo, además, la fundada esperanza de que mis hijos, nuestros hijos, puedan vivir en un país más justo. No voy a asegurar que pronto vendrán “tiempos mejores”. No es así. Nada será pronto y nada está asegurado. Tenemos, sí, una gran oportunidad de tener una Constitución construida entre todas y todos, y que nos ayude a que discutamos, como iguales, lo que sea que queramos tratar de mejorar. Pueda ser que sepamos aprovechar esta oportunidad.

      1

      ¿Quiere usted una Nueva Constitución?

      Apruebo o Rechazo

      Este libro sale de imprenta cuando quedan apenas cuatro semanas para la realización del plebiscito del 26 de abril de 2020, oportunidad en que la ciudadanía chilena deberá pronunciarse sobre la siguiente pregunta principal: ¿Quiere usted una Nueva Constitución?

      Quisiera pensar que este libro todavía está a tiempo, a efectos de contribuir al discernimiento personal de aquellos compatriotas que tengan ocasión de leer estas páginas antes del referéndum de abril. Confío, además, que algunas de las ideas que se desarrollan en este capítulo seguirán teniendo utilidad después del plebiscito, ya sea que gane la opción Apruebo a la pregunta por la Nueva Constitución o triunfe el Rechazo.

      La lectora y el lector han sido advertidos desde la página 1 de este libro (de hecho, desde el título en la portada) sobre mi personal posición. Voy a votar Apruebo.

      El que yo tenga tomada una decisión sobre lo que se pregunta el 26 de abril de 2020 no significa, sin embargo, que piense que el asunto es obvio o sencillo. Y si en 1988 pensaba que para un demócrata comprometido con los derechos humanos había un millón de razones para votar que NO a la continuidad de Pinochet, y muy pocas (y malas) para decir que SÍ, no tengo ningún problema en admitir que, hoy, 32 años después, y frente a la disyuntiva sobre la Nueva Constitución, la cuestión a resolver presenta bastantes más matices.30

      Las páginas que siguen han sido redactadas en ánimo de ofrecer razones. He tratado de formularlas de un modo que sirvan incluso a quien no resulte convencido. Mi intención no es, entonces, entregar municiones o cuñas a la barra brava de la Nueva Constitución. Otros sabrán hacer eso mejor que yo.

      Mi propósito, en este y en los demás capítulos, es intentar aportar a un mejor debate público.

      No me interesa, por tanto, argumentar en favor del Apruebo en base a caricaturas del tipo “la actual Constitución sigue siendo la misma Constitución de Pinochet”. Siendo muy crítico del texto vigente, me parece equivocado e injusto equiparar, aunque solo sea retóricamente, el proyecto institucional original de la dictadura y la Carta Fundamental que se ha ido construyendo, triunfo del NO mediante, y con cuarenta reformas constitucionales sucesivas, en los últimos treinta años.

      Tampoco argumentaré en base a “ofertones” tales como: “la Nueva Constitución permitirá, finalmente, que todos los chilenos tengamos empleo, vivienda, previsión, educación y salud”. Mi intención es hablarle a personas que entienden que los textos jurídicos, por fantásticos que sean, no resuelven automáticamente los difíciles problemas de la pobreza, la desigualdad y la escasez.31

      Aun cuando siempre he estado convencido de que, en su origen, la Constitución de 1980 fue una imposición violenta, sectaria y fraudulenta, la base principal de mi alegato por una Nueva Constitución no radicará en insistir en lo injusto de la génesis de la actual ni lo equivocadas que me parecen las ideas del principal ideólogo de la Constitución original, Jaime Guzmán, un hombre que fue cobardemente asesinado hace veintinueve años. Intentaré, más bien, razonar en base a lo que nuestra Patria necesita hoy. En 2020.

      Razones para querer una Nueva Constitución

      Voy a partir de una premisa que me parece bastante sólida. La Constitución de 1980 divide a nuestro país. Este hecho es muy desgraciado, porque las constituciones debieran ser un factor de unidad. Como lo trato de explicar más adelante, este es el corazón del problema constitucional chileno. Y es, además, la razón principal para apoyar un proceso constituyente que permita tener una Constitución que una.

      ¿Y cuáles serían los principales defectos de la Constitución actual? ¿Cuáles serían las falencias suyas que una Nueva Constitución debiera corregir?

      Más adelante, en los capítulos 4 y 7 de este libro, intentó ofrecer una respuesta razonada y lo más completa posible a estas preguntas. Mientras tanto, sin embargo, me animo a reproducir una síntesis crítica que me parece muy ilustrativa:32

      – …la Constitución vigente sigue expresando un alto grado de desconfianza en la aptitud del Pueblo para decidir sobre su destino. Eso se sigue traduciendo en una institucionalidad política anémica. El Congreso Nacional es débil. Los partidos políticos son sospechosos. La participación ciudadana, directa inexistente.

      –


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