Infelices. Javier Peña
se lo dice, lo mira fijamente. Lo mira con sorpresa. Lo mira con perplejidad. Algo va mal. Está tardando demasiado en volver a teclear. Le ha dado tiempo a terminarse la cocacola. El funcionario le dice que eso no puede ser. Le dice que ayer estuvo allí ese famoso hombre de mundo, ya sabe, ese que viaja tanto. Le dice que registró una novela con el mismo título. El mismo. Le dice que la tiene allí encima de la mesa. Le dice que, aunque no suele hacerlo, la ha estado leyendo por ser de ese hombre con tanto mundo. Le dice que le ha emocionado hasta la lágrima.
Y realmente la novela se parece mucho a la suya. Se parece tanto como la última reescritura al primer borrador. Mientras aplasta la lata de cocacola hasta rajar la hojalata, se acuerda de lo que le dijo ayer su amigo. Le dijo que, como viaja mucho, van a tener que pasar un tiempo sin verse. Le dijo que su avión sale hoy a mediodía.
Qué va a hacer entonces, le pregunta el funcionario. Él le responde «a menudo» mientras le secciona la yugular con la lata de cocacola. Mira el reloj. Aún está a tiempo de ir a casa de su amigo. Parece que finalmente la novela va a tener un último cambio, pero no le importa, él lo que quiere es que sea perfecta.
5
Still Ill
THE SMITHS
Marga da un sorbo al gin-tonic.
Sus amigas la han dejado plantada. Ella hace un esfuerzo por salir, acarrea consigo sus células defectuosas, unidades reproduciéndose por mitosis de manera incontrolada, fichas de dominó que caen hacia el lado equivocado sin motivo aparente. Pero eso a sus amigas les importa una mierda. Al parecer, no pueden dejar a sus hijos con sus novios porque temen que los pongan a la venta en eBay, o algo semejante. Luego le dicen: «Mejor quedamos en el parque a las cinco y nos vemos, allí los niños están ocupados y podemos hablar». ¿Hablar? ¿Hablar de qué? Hablar de niños. No se dan cuenta de que ella los detesta. Marga tiene veintisiete años y un carcinoma de mama, su plan ideal dista bastante de sentarse en un banco del parque a ver a unos monstruos cuellicortos saltar sobre un tatami acolchado.
Otro sorbo de gin-tonic, pequeño, de los que mojan la lengua.
En la sala del bar va a comenzar el concierto. Los tres músicos apenas pueden moverse sin tropezar. El calor ocupa los intersticios, huele a sudor, a orina, a algo agrio; los olores se mezclan y se vuelven indistinguibles.
Es su primera copa en cuatro meses. Cuatro meses sin experimentar la euforia del alcohol, esa euforia inicial que se solidifica a cada trago y acaba convertida en lastre. Cuatro meses desde que un cansancio agotador se hizo uno a uno con sus miembros, primero las piernas, luego los brazos, después el cuello, como una presencia insólita que toma una casa estancia por estancia hasta que te expulsa, cierras la puerta y tiras la llave a la alcantarilla.
Un dolor en el pecho la arrastró al médico por primera vez. Doctor Inútil Número Uno le habló de neumonía o herpes zóster. Marga dijo: «Excelente, veo que lo tienes claro». La sometieron a nuevas pruebas. Doctora Inútil Número Dos culpó a un virus y le indicó que un día entero bajo el edredón sería suficiente. Se arropó con un nórdico de Ikea que amarillea porque no tiene funda. El dolor en el pecho fue suavizándose, pero la casa permanecía tomada. Los dos bultos de la axila brotaron en esa etapa. Marga dijo: «Conociéndome, es probable que haya contraído la peste bubónica». De vuelta al hospital, Doctora Inútil Número Dos aseguró que los bultos eran consecuencia de la depilación y le aconsejó que dejara de hacérsela unas semanas. Un mes más tarde, los bultos seguían en el mismo sitio y lo único que habían avanzado era que Nico, su hermano, la llamaba la hippie tuerta desde que la vio salir de la ducha de casa de sus padres con un sobaco depilado y el otro rebosante de pelos tiesos como espigas de un trigal.
La fase final del proceso comprende a un Doctor Inútil Número Tres, dos biopsias, el sorteo de Lotería Navidad y un papel con la letra apretada y trece palabras en mayúscula. CARCINOMA DUCTAL INVASIVO EN ESTADIO DOS EN MAMA IZQUIERDA CON GANGLIOS LINFÁTICOS AFECTADOS.
Ese fue el diagnóstico que Marga recibió el mediodía del 22 de diciembre. En la pantalla del televisor de la sala de espera una pareja descorchaba cava riendo y llorando al mismo tiempo.
En Nochebuena condujo hasta casa de sus padres; su madre no había dejado de abrazarla cuando Marga le dijo que tenía cáncer. Su hermano se pasó la noche cantando vuelve a casa por Navidad.
Hoy, transcurridas cuatro de las ocho sesiones de quimioterapia programadas antes de la operación, Marga se ha atrevido a emborracharse. Ha vaciado el gin-tonic sin darle tiempo al hielo a deshacerse. El cubito baila ahora ruidosamente en la copa tratando de llamar la atención, como si se percatase de su inutilidad, alborotador como todo lo inútil.
Marga no sabe explicar el motivo de su buen ánimo; no es que le haya encontrado el sentido a la vida ni ninguna mierda por el estilo. Probablemente sea porque el tratamiento le está resultando más llevadero de lo esperado.
Ha elaborado una lista:
1. Cansancio
2. Mareos
3. Ardor de estómago
4. Calambres
5. Vagina seca
6. Menopausia
7. Uñas débiles
Los corticoides que le inyectan le provocan calambres en el vientre como si un hámster con el rabo ardiendo correteara por sus intestinos. La goserelina que le inyectan para inducir la menopausia desajusta su cuerpo como un virus informático desajusta un ordenador. La regla se ha ido, se ha desvanecido, no regresará en diez años. Al revolver en el bolso para pagar el gintonic, encontró un tampón perdido, un anacronismo, un vigía en la selva de Guam cuando la guerra ha terminado. La menopausia le genera sofocos que nacen en la garganta y la hacen sudar a chorros por el labio superior. Le han salido unas manchas pardas en las uñas, que se han debilitado como si fueran a caerse.
Hasta ahí el recuento de daños. Es tan llevadero que la anima. El cáncer la anima. El día de la primera sesión unas viejas la vieron llegar sonriente. «Mira qué feliz viene esta», dijo la más arrugada. «Pues ya se le quitará la sonrisa», dijo la otra. «Y mira qué pelo tan bonito», dijo la arrugada. «Pues ya se quedará sin él», dijo la otra. Marga, sin cambiar de gesto, les dijo: «Señoras, que las oigo, que tengo cáncer, no estoy sorda». ¿Dónde estarán ahora? Puede que muertas. Le gustaría que la vieran, cuatro sesiones después, y aún con la sonrisa en los labios.
También puede ser porque tiene pareja desde hace unas semanas. Pero no cree que eso tenga que ver, porque no le gusta, o sí le gusta, pero no como se supone que debería gustarle y, por descontado, mucho menos de lo que ella le gusta a él. Desde el primer día que compartieron despacho él se había mostrado tan solícito y preocupado por ella que no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que ella le gustaba de esa manera. No era difícil sorprenderlo mirándola fijamente cuando estaba despistada. «Qué miras, Óscar», preguntaba ella. Y él: «Nada, estaba pensando». Y ella: «En qué». Y él: «No me acuerdo». Y ella: «Ya, ya».
Resultaba halagador que alguien tan brillante como él le prestase tanta atención, pero a la vez la incomodaba, porque no podía obligarla a sentir nada por él, ni obligarse ella misma. Nadie puede hacerlo. Lo sientes o no lo sientes. Y Marga no lo siente, pero al final, inesperadamente, ha acabado saliendo con él.
Inesperadamente se siente a gusto con alguien que le ofrece poco más que compañía. Halitosis por las mañanas. Expresiones que le agradan. «Monstruos cuellicortos». Esa la ha aprendido de él.
Luego está el sexo, extraño, ajeno, doloroso a veces. Asume las penetraciones como una inyección del tratamiento.
1. Corticoides
2. Goserelina
3. Polla
Asume el sexo a cambio de la compañía, como en una transacción