El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


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Soy una humana. No soy digna para guiar Núcleo. Ni lo fui cinco años atrás, cuando mis padres me otorgaron la danorniam, ni lo soy hoy en día. Solo unos pocos draizs y humanos simpatizan con mi función en esta ciudad. Conmigo como persona. Y a casi todos ellos los he ayudado de alguna manera en su momento, por lo que su apoyo y aprecio están justificados.

      Por eso mis palabras ya no sirven de nada. Por eso mis actos son lo único que me definen.

      Por otra parte, si consigo atrapar a Sid, las tornas cambiarán. Capturarlo supondrá un duro golpe para Mudna y una gran victoria para Núcleo. Durante cinco años hemos mantenido este sistema de batallas impuesto por el Código en pos de hallar una especie de equilibrio en esta guerra fría tan peligrosamente inestable. En Núcleo no estamos conformes, pero según el Código es la única manera de evitar que se repita el Incidente. A mí me parece que lo único que quieren es medir nuestras fuerzas. Tener la oportunidad de aterrorizarnos un poco más, aunque eso amenace a los mismos mudnanos.

      No vamos a obtener la paz a través de la violencia, tenga la forma que tenga.

      —¿Estás intentando matarte a ti misma antes de la batalla, Kira?

      Me detengo de golpe y la rodilla cruje al descargar todo mi peso en ella. Me llevo la mano a la pierna y estudio que no haya sucedido nada peor. Lo que me encuentro es incluso más alarmante: el piso está manchado de huellas y gotas de sangre. Por mis manos se escurre toda ella como regueros, pero no siento el dolor.

      —Estoy entrenando —determino, alzando la vista y viendo entrar a Noah y Runa tras Ézer.

      —¿Entrenar? ¿Tú has visto este estropicio?

      Mi hermano se acerca cargando un maletín médico. Resignada a detenerme, porque si no lo hago yo me va a obligar Ézer, me siento en el banquillo de madera más próximo a mí. Él se arrodilla a mi lado y me hace una indicación con la mirada. Pongo los brazos sobre mis piernas, dirigiendo las manos hacia él.

      —No mires —me susurra.

      —No soy impresionable, lo sabes.

      Pero aparto la mirada; la aparto porque siempre lo hago. Porque prefiero sentir cómo me cura que contemplar mis heridas y cicatrices. Es una forma de decirme a mí misma que puedo sobrevivir sin sentir la tortura que es sacrificar mi cuerpo y mi mente.

      Mientras Ézer trata mis cortes y llagas, me dedico a observar a Runa y a Noah. Tienen muchísimo mejor aspecto. Ya no solo porque llevan casi una semana duchándose, al menos, una vez al día, o porque se están alimentando mejor, sino porque han descansado y empiezan a encontrarse más cómodos con el entorno.

      Toda la suciedad del viaje había encrespado y oscurecido su cabello, pero, una vez limpio, Noah es incluso más rubio de lo que había creído en un momento. Se recoge parte del pelo en una pequeña cola a la altura del cogote, desordenadamente, y sus ojos son de un verde tan llamativo que parece que un bosque habite en su mirada. Eso sí, las ojeras, aunque ahora son un mero rastro oscuro bajos sus párpados, no han desaparecido del todo. Es tan alto como yo y, aunque está delgado, puedo intuir en las líneas marcadas de sus músculos que no es débil, que de alguna manera se ha entrenado.

      No obstante, al lado de Runa, Noah parece que haya sido abandonado a su suerte, porque, después de acicalarse, la chica luce el cabello de un naranja vibrante, perfectamente cortado. Es bajita y gruesa, pero en su forma de andar se advierte que es capaz de aguantar grandes esfuerzos. Lo que más me llama la atención es su brazo tatuado. Hace dos días, Noah me preguntó en privado si yo veía cómo el dibujo de Runa cambiaba de vez en cuando. Al principio no lo creí y, aunque aún no se lo he confirmado, tampoco voy a ser capaz de negarle lo evidente, porque es cierto: el tatuaje cambia su forma.

      Jamás he visto una ilustración tan compleja, con tantos detalles. Por supuesto, Noah no escatima en explicarme que eso debe ser cosa de magia. Desde luego, el chico está dispuesto a defender sus ideales, no importa la reacción de los demás. Pero yo lo rebato con que el tatuaje debe ser una forma moderna desarrollada fuera de aquí, ya que, al fin y al cabo, ella proviene de otro país.

      Solo hace un día que la chica me convocó a solas para desvelarme su secreto. En principio, la sorpresa me desarmó por completo, porque, si eso es cierto, es la primera extranjera que conozco. No es algo que nos sorprenda en Nueva Erain, ya que los humanos mismos en su momento emigraron. Pero después de aquello no se ha conocido oficialmente a ningún recién llegado más.

      Aunque nuestra intención es mandar grupos de exploración fuera del país, estamos demasiado sumidos en la guerra como para implicar una gran parte activa de nuestros esfuerzos en ello.

      Pese a todas mis dudas, me alegra que nuestra confianza se vaya estrechando. A veces pillo a Noah observando Núcleo desde la ventana de la biblioteca con un libro sobre sus rodillas y apretando entre sus dedos un lápiz. Sus ojos siempre desbordan curiosidad, fijos en un punto en concreto. Escribe y dibuja. Pregunta y escucha. El perfecto aprendiz.

      Runa pasa la mayoría del tiempo en la habitación o en la biblioteca jugando con sus cartas de adivinación. Siempre frunce el ceño cuando le lanzo miradas de escepticismo. Yo le explico que no es la primera vez que he visto a alguien intentar predecir el futuro o usar las energías de la Tierra para obrar magia. Al fin y al cabo, muchos de los draizs veneran la naturaleza. Creen que su vida está ligada a ella y que, por tanto, comparten esencia, el poder que hace que todo funcione. Pero Runa siempre se encoge de hombros y me saca la carta: La Mano Ejecutora. Así me llamó el día en que llegaron a Núcleo, pero nunca le he pedido explicaciones, ni ella ha pretendido dármelas.

      —Ya está —anuncia Ézer.

      Regreso la mirada hacia mis manos, completamente vendadas. Espero que los ungüentos y los vendajes de mi hermano sean tan eficaces como para curarme tales heridas en dos días. Porque solo quedan dos días para la batalla contra el ejército del Código. Abro y cierro las manos para comprobar el verdadero estado de mi piel: escuece pero es soportable.

      —¿Habéis dormido bien? ¿Qué tal la mañana?

      —Hemos desayunado en la habitación con Pantea y Copelia, que nos han enseñado un juego de cartas —cuenta Noah, entusiasmado.

      —Yo no me fiaría de ninguna de ambas, siempre hacen trampas.

      —Por eso han ganado todas las partidas. —Runa se cruza de brazos.

      —Una cosa, Kira —empieza Noah, lanzando miradas nerviosas a mi hermano y a la chica. Me va a pedir algo a lo que yo voy a contestar que no. Estoy segura—, ¿un día de estos podemos…?

      —No, no podéis salir del Liman —atajo, incorporándome a la vez que Ézer.

      —Pero…

      —Noah, entiendo que desquicia estar encerrado una semana, pero puedes elegir entre estarlo en diversas habitaciones de este edificio o estarlo en el calabozo. Suerte que conseguí convencer a mis padres de que me apoyasen en esta decisión, porque si llega a ser por Almog, estaríais allí abajo aún, sin ni siquiera ver la luz del sol.

      —Y te lo agradecemos, solo que… —insiste Runa.

      —Runa, Noah, en serio. —Alzo una mano—. Me encantaría dejaros libres ya. Me encantaría que lo fueseis para que reemprendáis vuestro camino, pero esto es lo máximo que puedo ofreceros hasta dentro de dos días. ¿Creéis que podéis aguantar hasta ese momento? Porque os prometo que conseguiré vuestra libertad.

      Se miran entre ellos, pero Ézer mantiene la cabeza gacha. Sé que mi hermano los ha secundado en la idea de salir del Liman. Incluso cabe la posibilidad de que haya sido idea suya. Tiene buena voluntad. Quiere plantar la semilla de la esperanza en ellos, hacerlos sentir invitados y no prisioneros, pero yo no puedo ceder y, por eso mismo, prefieren su compañía a la mía. Porque Ézer es todo carisma y bondad mientras que yo soy implacable, sometida a miles de limitaciones.

      Siempre ha sido así y siempre lo será.

      —¿Vais a hacer algo ahora?

      —Vamos los tres a la biblioteca. Pantea y Copelia están ocupadas y solo


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