El don de la diosa. Arantxa Comes
Nunca me lo había planteado, pero viendo a los niños cuidar la tierra con tanta delicadeza, me hace pensar que Ella se equivocó con su decisión. Que no podemos llamar segunda oportunidad a haber sobrevivido a una masacre. Nosotros merecíamos una lección, pero ¿la lección fue la muerte? ¿Cuántas personas inocentes y valientes fallecieron? Si la Magia quería que sobreviviésemos los buenos, ¿por qué existen personas como las que conforman el Código? Trago saliva. ¿Estamos defendiendo a un poder caprichoso solo porque está atado a la vida del planeta?
—La educación en la escuela es opcional. Si asistes, es flexible. Creemos que la educación es necesaria, pero no podemos obligar a nadie a aprender de ese modo. Hay muchas formas de adquirir conocimiento. —Ézer retoma el hilo—. Los draizs tenían una forma de educar muy distinta hasta que los humanos les impusieron sus formas. Poco a poco, tratamos de que recuperen su cultura; sin embargo, los Pactos de la Armonía son bastante restrictivos. Nuestra paz está basada en el terror.
Los Pactos de la Armonía. No los conozco. Tal vez pertenezcan a los últimos cinco años que el Caimán no documentó. Entreabro la boca para preguntarle por ellos, pero Runa me interrumpe:
—¿Es esto lo que queríais enseñarnos?
—Sí y no —contesta Kira—. Sí, porque quiero que veáis que, pese a las leyes, en Núcleo la ciudadanía goza de una libertad que en Mudna es impensable. Y no, porque justo aquí también está la razón de traeros.
—Kira. —El tono de Ézer es de sorpresa, y no sé identificar si de forma positiva o negativa.
—Mi hermano reacciona así porque es un secreto del Liman que solo conocemos él y yo.
—¿Y nos lo vas a relevar a nosotros? ¿A unos completos desconocidos que hace pocas horas tenías encerrados en el calabozo? —Runa, tan escéptica como siempre.
—Yo también me sorprendo. Pero confío en mi hermano. Él tiene el presentimiento de que sois inocentes. Y si dejo libres a draizs que intentan asesinarme —este dato me impacta—, ¿por qué no voy a intentar libraros de un futuro injusto?
—Que dejes sueltos a seres que intentan acabar con tu vida me parece una locura. Sigo sin fiarme. —Runa se cruza de brazos.
—Yo tampoco de vosotros. —Kira enarca una ceja—. Pero si me capturan… Si me capturan dentro de unos días, Ézer no va a tener el poder para protegeros, y no seré capaz de cargar con vuestro destino en mi conciencia.
—No te entiendo —niega Runa.
—Sinceramente, yo tampoco. No entiendo cómo dos desconocidos han puesto mi mundo patas arriba en pocas horas. Está siendo un día muy duro… —Su voz se quiebra.
—Quiero mi libertad, no tu compasión —le suelta Runa.
—No sé qué problemas habrás podido tener con gente que ostenta poder, pero no quiero que arremetas tus prejuicios contra mí sin conocerme. Sabes quién soy, mi política básica, pero no me conoces. Tal vez lo único que quiero hoy es dejar de juzgar durante unos pocos minutos. Deseo confiar sin trabas. ¿Sabes cuánto hace que eso no ocurre?
Runa no contesta y Kira gira sobre sus talones. Se coloca frente a una estantería y apoya las manos sobre tres libros, que ceden bajo su presión. Pero no solo se mueven los lomos, sino que también lo hace un trozo de la pared, hundiéndose hacia dentro. Runa y yo nos asomamos, boquiabiertos, porque, de pronto, estamos frente a un hueco que da paso a un pasillo oscuro y húmedo. Un pasadizo secreto.
—Esto lleva a las afueras de Núcleo. Si me capturan, huid por aquí.
—¿Cómo sabemos que no es una trampa? ¿Que no nos quieres hacer quedar como unos prófugos?
—Porque si quisiese encerraros y juzgaros ya lo habría hecho, sin necesidad de tanto teatro. Creedme, es mejor arriesgarse a huir que dejar que Almog, la kalente del sector militar, se encargue de vosotros.
—¿La draiz que me ha amenazado en la plaza? ¿Ella es la que decidirá nuestro destino si tú fallas? —Runa traga saliva.
—Veo que te han bastado unos minutos para calarla.
—¿Y si nos escapamos antes de la batalla? —No entiendo por qué Runa está tentando tanto a la suerte.
—Habréis traicionado mi confianza y os buscaré.
—Pero no nos fiamos entre nosotros, tú misma lo has dicho.
—Será hora de empezar.
La danían coloca la estantería en su sitio y Ézer le da unas palmaditas en la espalda, más calmado. No puedo ni imaginarme lo mucho que le tendrá que haber costado a Kira tomar esta decisión. Agarro con fuerza la bellota y el clavo me pincha en la palma. Mi futuro es una incógnita, pero, si quiero tener uno, voy a tener que confiar en ella, que nos ha desvelado un secreto que, supuestamente, solo conocen los dos hermanos. El problema que podemos causarle si no usamos esa salida con responsabilidad puede ser enorme.
—Kira —la llamo por su nombre por primera vez. Ella me mira—. Gracias. De verdad, gracias.
—Agradéceselo a Ézer, y a mí no me las des tan pronto. Todos tenemos una soga alrededor del cuello. Solo puedo esforzarme tanto como hago siempre en pos de la justicia. Es lo único que puedo prometeros.
—Quiero que sepas que impones muchísimo, pero confío en ti. Incluso antes de enseñarnos tu secreto.
—Eres un chico muy raro, Noah… Intentemos que esto funcione. —Me tiende una mano.
La observo interrogativo. Ézer se acerca y coge mi mano para juntarla con la de su hermana. Ah, el saludo propio de los humanos. Muchas veces utilizado para pactar. Aprieto los dedos ásperos de Kira.
—Bien. —Asiente ella.
Y Ézer se echa a reír con naturalidad. Es increíble lo risueño y relajado que puede ser en momentos tan comprometidos. Kira pone el ojo en blanco, aunque veo que le tironea la comisura de los labios. Incluso Runa se permite bajar la guardia y sonreír débilmente. Y junto al cosquilleo que me recorre todo el cuerpo, surge desde el fondo de mi garganta una risotada torpe.
No conozco las verdaderas intenciones de Kira y Ézer. También desconozco la voluntad de Runa. Pero, en el momento en que coreo sus risas, noto que un fino hilo empieza a enredarse entre nosotros. A unirnos de alguna manera.
Golpe alto. Golpe bajo. Patada. Patada. Golpe bajo. Bajo. Más bajo. Donde duele. Arriba. Directo al pecho; brutal y decisivo. Otro puñetazo, tan fuerte y cargado de rabia, aunque innecesario, que rompe la vara de madera por la mitad. Las astillas se clavan en mis nudillos y gruño.
Abro y cierro las manos. Una pequeña mancha rojiza en el vendaje de la mano izquierda me indica que la herida suturada por Ézer se ha vuelto a abrir.
Suspiro. Le doy una patada al palo quebrado del maniquí de madera con el que suelo entrenar. Cuando me lo construyó Alian, uno de los aprendices de artesanía de Roll, el aparato tenía ocho brazos. Tras mi último ataque solo quedan cuatro. Definitivamente, Alian tendrá que fabricar otro si quiero seguir practicando.
Echo a correr por la sala, muy cerca de las paredes, intentando no tropezar con el resto de instrumentos. Cada inhalación me aguijonea el pecho y reconozco que es el cansancio advirtiéndome de que estoy llegando a mi límite, pero necesito entrenar más y más. Mi condición el día de la batalla es la única baza para obtener la libertad de Noah y Runa y, por qué no destacarlo, la mía propia.
Si Sid me vence, si logra darme caza a mí en vez de yo a él, no solo los recién aparecidos van a tener problemas, no solo yo, sino también todo Núcleo. ¿Qué dirán los nuclenses de mí si se enteran de que he perdido por una simple apuesta? ¿De que me he precipitado en tomar una decisión que, además, involucra a dos humanos que han causado el pánico en medio de la ciudad? Desde luego, Almog no escatimaría en detalles. Y, por supuesto, los nuclenses pedirían mi renuncia