El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


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todo mi cuerpo, que tiembla; mi habla, que tampoco controlo. El calor llega a mis mejillas e intento refrescarme con el frío de mi piel, pero no se pasa. Oigo el sonido de unos pasos que se detienen frente a mí. No alzo el rostro; no soy tan valiente como pensaba, ya que no seré capaz de enfrentar el enfado de Ézer.

      Sin embargo, algo cae sobre mí y me cubre. Una tela. La toalla. Me envuelvo de inmediato con ella, pasándola por mis hombros. Es lo suficientemente grande como para ocultarme el cuerpo hasta las rodillas.

      Ézer se sienta de nuevo y, aunque ya no parece inquieto, sus orejas aún están sonrojadas. ¿Habrá sentido incomodidad como Runa en su momento? Me llevo una mano al rostro. El calor también ha enrojecido mi piel, al parecer, un signo físico frecuente al sentir este tipo sofoco.

      —No te preocupes. No eres la primera persona que veo desnuda en mi vida.

      El chico ríe quedamente y de entre mis labios se escapa un suspiro a la vez que sonrío. ¿Cómo es posible que un desconocido consiga que esté al borde de la risa con tanta facilidad?

      —No tiene por qué ser vergüenza. Hay muchas razones para reaccionar así… —Piensa en mi nombre.

      —Noah. Mi nombre… es Noah.

      —¿Dudas? —Ézer alza una ceja.

      —De todo.

      Me acerco al borde de la cama y observo a Kira. Está mucho más pálida que antes. Dormida parece una persona distinta. Ahora en sus rasgos no se entrevé el peligro que ha arrugado su rostro durante toda la mañana, solo paz y tranquilidad.

      —Es una buena persona. Pero os ha asustado, ¿verdad?

      —No. Puede. He sentido más miedo cuando estaba hablándole a los draizs.

      —Siéntate.

      Me giro hacia él y, como respuesta, Ézer le da unos golpecitos a la cama. No dudo y le hago caso. Trato de que la toalla me envuelva el cuerpo con firmeza para asegurarme de que no caiga.

      —Sabes que lo lógico sería que tú hubieses sentido vergüenza, ¿no?

      —Pero Runa me dijo que no estaba bien que observase así a las personas.

      —¿Runa es tu amiga? —Amiga no es, pero no sé por qué asiento—. Eres tú quien estaba desnudo frente a mí y no al revés. Yo estaba observando tu desnudez y no al revés. ¿Lo entiendes?

      —Sí, pero yo no me avergüenzo de mi cuerpo. Además, si no es la primera vez que ves a alguien sin ropa, ¿por qué enrojeces? ¿Por qué has dejado de mirarme?

      Entreabre los labios y sus orejas recuperan el intenso color. Frunzo el ceño, por si así soy capaz de desentrañar lo que Ézer está sintiendo. Creo entender a qué se refiere. Me he confundido, quizá, movido por el nerviosismo: él es quien me ha observado y soy yo quien tendría que haber sentido molestia por ver expuesta mi intimidad.

      —¿Dónde está Runa?

      —En otra habitación, con Ehun y Pantea. —Ladeo la cabeza, todavía interrogante—. Ehun es la draiz que nos acogió a mi hermana y a mí. —Miro a Kira. Son hermanos—. Es como nuestra madre. Pantea es una amiga de Kira, aunque a ella le cueste reconocer en voz alta que tiene amistades. Respondo por ambas, aunque no lo necesiten. Son de confianza. Puedes estar tranquilo. —Y Ézer encaja su mirada en la mía.

      Mis ojos recorren su rostro. Kira y Ézer son hermanos, una familia, tal y como siento que lo es el Caimán para mí. Busco en Ézer las similitudes que pueden vincularlo a la chica del parche. Su pelo es blanco como la nieve, bastante extraño teniendo en cuenta su juventud; unos pocos años mayor que yo. En cambio, Kira tiene el pelo oscuro como la noche. Pero es en la claridad de sus ojos marrones y en las pecas que ocupan el puente de su nariz y salpican un poco sus mejillas lo que confirma su parentesco. Aunque Ézer luce dos lunares diminutos y simétricos cerca de cada esquina de sus párpados inferiores.

      Alzo ambas manos y llevo un índice a cada lunar. Ézer se estremece bajo mi contacto, pero me tiene absorto. ¿Mi memoria habrá perdido a una posible familia? Un cosquilleo por el pecho se convierte en dolor de repente. Mi pasado, ¿dónde se habrá escondido? Lo necesito para recuperarme a mí mismo. No sé qué hacer sin él. Sin mí. No estoy disgustado con la persona que he logrado ser en dos años, aunque me siento perdido. Sobre todo, cuando las personas o draizs me miran como si fuese un espécimen extraño.

      No me mirarían así si fuesen ellos los que hubiesen olvidado parte de sus recuerdos. Sé que parezco un niño pequeño intentando aprender del mundo, pero yo soy así, con mi pasado o sin él.

      —Noah… —murmura.

      —Pero ¿qué narices pasa aquí?

      Aparto las manos del rostro de Ézer y ambos nos volvemos hacia la voz. Kira está intentando reincorporarse y nos observa con una mueca de espanto. No entiendo cuál es el problema real. Abro la boca para explicarle que su hermano y yo solo estamos hablando, antes de que ella desate su inconformismo habitual.

      —¿Podéis intimar fuera de mi cama? —De su tono se escapa un agudo nervioso bastante gracioso.

      Ahora tiene más sentido su gesto. Otra vez el tema del sexo. La construcción del pudor respecto a nuestros cuerpos y la limitación de nuestra expresión son dos de los muchos aspectos que no comparto con esta sociedad.

      —Kira, no te confundas. —Ézer alza una mano.

      —Solo estaba comprobando las características físicas que os unen —intervengo, sintiendo que debo apoyar al chico.

      —Ya, y yo veo por ambos ojos. —Ironía—. ¡Si estás desnudo en mi cama! Vístete, recojamos a tu amiga y vayamos a la biblioteca a hablar de vuestra llegada. —Kira reprime un quejido y se lleva una mano a la cabeza—. Estoy bien, estoy bien —se apresura, porque Ézer ya está adelantando su cuerpo hacia ella—. Es un simple dolor de cabeza, luego me tomaré algo y se me pasará. En fin. Tú —me señala—, ¿tienes ropa de repuesto?

      —Sí. —Me incorporo, enroscando todavía más la toalla—. En mi mochila tengo todo lo que necesito, aunque creo que la suela de mi bota derecha está a punto de desprenderse.

      —Ézer te prestará un par. Entra al baño para vestirte mientras mi hermano te consigue unas.

      Asiento. No me acostumbro a su seriedad. Cojo la mochila apoyada contra la pared y, sin mirar a ninguno de ambos, me dirijo a la habitación contigua. Pero antes de entrar, Ézer me llama:

      —Noah, no te preocupes por mi hermana. La pobre no encuentra la manera de librarse de la tensión que estropea la bella actitud que tiene en realidad. —Sarcasmo. Diversión.

      —No lo consigo porque… ¡Sois todos insoportables! —Kira le lanza un cojín a la cara y, pese a que trata de reprimir una incipiente carcajada, de sus labios se escurre una débil risita que acompaña a la estruendosa de Ézer.

      Entro en el baño y cierro la puerta. Las risas se cuelan por el resquicio inferior y algo reverbera en mi garganta. De entre mis labios se escapa una especie de sonido agudo, y me doy cuenta de que es el inicio de una risa.

      Durante el camino hasta la biblioteca no dejo espacio para el silencio. Ézer contesta a todas mis preguntas con una sonrisa en el rostro, por lo que deduzco que no le molesta mi curiosidad. Por primera vez, alguien acepta sin problemas mi deseo imparable de descubrir lo que desconozco. Todo lo contrario que Runa y Kira. La recién llegada a Nueva Erain pone los ojos en blanco a cada pregunta que formulo, claramente fastidiada. La danían anda unos pasos por delante de nosotros con la mirada fija en un folio repleto de palabras escritas en rojo; su rostro ha vuelto a fruncirse y en ella ya no puede advertirse ni un solo rasgo sereno.

      El hermano de Kira está inmerso en un monólogo sobre el Liman, el edificio en el que nos encontramos. Ézer me explica sobre el significado de la palabra en eraino y yo le comento que sé una base bastante extensa de draiziano. Aunque cuando desperté, aquel conocimiento continuaba intacto, traté de reforzarlo con los libros del Caimán.


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